Los atributos de su voz
El maestro Lauro Ayestarán, musicólogo ilustre, discípulo de Carlos Vega,
ha definido en qué consiste cantar como una operación que aborda al mismo
tiempo un texto y una melodía. Linda, por lo tanto, con la literatura y con la
música. Ambos aspectos tienen sus exigencias y en cierto modo, en cuanto textos,
literario uno, sonoro el otro, sus propias leyes gramaticales y prosódicas. El
arte de cantar consiste en verter de tal modo la canción que no haya divorcio,
que una sola entidad abrace ambas vertientes, la literaria y la musical,
cuidando, por ejemplo, que los acentos prosódicos de la letra no disientan de
los musicales de la melodía.
En el homenaje que en el Teatro Solís de Montevideo se hizo en 1960, a un
cuarto de siglo de su muerte, hicieron uso de la palabra varias personalidades
que abordaron desde diferentes ángulos, la figura del cantor. Es importante
transcribir una parte de lo que dijera entonces Lauro Ayestarán, porque es de
los pocos ejemplos de un tratamiento musical de Gardel.
“Conviene llevar la figura de Gardel a un plano común a
toda suerte de música, al del sonido: ¿qué caracteres sonoros recortaban su
figura?
Musicalmente su canto era de una inflexión intransferible
debido a su cálido y diferenciado timbre vocal, eso que lo hace detenerse a uno
ante su voz y reconocer de inmediato su metal: ‘¡Gardel!’, dice de inmediato el
dueño de la memoria acústica más frágil.
Su afinación era perfecta y aunque en el tiempo usaba
frecuentemente del ‘rubato’, como corresponde a una fuerte expresividad
popular, era riguroso en el ritmo y lo sabía subrayar con una musicalidad
certera. Ostentaba una impostación natural impecable, todas sus notas eran
llenas y parejas y su voz, de pequeño volumen -lo oí varias veces directamente-
corría como un fuego por todo el teatro o el ámbito de una sala.
Cantaba convencido de lo que decía tanto en la letra como
en la música. No ‘se enojaba con el texto literario’ como ocurre frecuentemente
en intérpretes que confunden violencia con convicción.
Cantaba con un brío
sereno y convincente.
El cantante culto y a veces el popular, conciben el texto
literario por un lado y por otro lado las notas; desmontan la partitura en dos
invenciones lógicamente relacionadas pero paralelas. Por eso es que a veces se
oyen bellas notas y un texto incomprensible o, a la inversa, un claro decir literario
bajo una línea melódica inconexa. Como en los grandes cantantes, música y
palabra eran en su canto una unidad indestructible.
Pero todas estas condiciones pueden darse en otro cantante
y sin embargo con ello no se repite a Gardel. Acaso había otra virtud más
secreta: siendo igual a sí mismo, en cada una de sus interpretaciones Gardel
creaba distintas condiciones sonoras y servía al texto literario adecuándose a
su más entrañable sentido. De ahí su rica y variada paleta. Y ya está dicha la
palabra: creaba. En su campo, en su cuadro de disponibilidades era un creador
y acaso no imponga tanto la admiración y la emoción como el acto verdaderamente
imponente de la invención creadora.
Sus criaturas fueron múltiples: ciudadanas y campesinas,
tristes y risueñas, serias e irónicas. Tocó en todos los registros del alma
colectiva, se ensayó con fortuna en todas las formas melódicas y rítmicas del
cancionero. Por eso siempre hay un disco de Gardel para cada una de las horas
del día.
¿Qué más se quiere, pues, para explicar su popularidad por ahora no
perecedera?”.
Hasta aquí la cita. Gardel poseyó su arte de manera ejemplar. Cantó siempre
y como queda dicho, no se enojaba con la letra. Con igual maestría tradujo la letra
y la melodía en una sola vía, en una única expresión artística, en la cual la
letra y la melodía se correspondían y el oyente las escuchaba armónicamente
fusionadas. En una palabra, cantaba.
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