El paso de los años
cuarenta a los sesenta del siglo XX en Uruguay se dio sin que se dejaran ver
las aguas que hervían en la profundidad. Los sondeos no registraban nada de lo
que vendría y el timón que gobernaba el país no tuvo necesidad de cambiar el
rumbo en forma drástica. Pero en la marcha desde los sesenta en adelante el mar
se encrespó dejando que afloraran aguas cada vez más calientes y turbias. La
atmósfera se encendió, el aire tronó y las olas barrieron con todo.
Los acontecimientos
emergentes e inmediatos adquirieron una velocidad desconocida. Debieron atenderse,
comprendérselos primero para luego actuar, pensar y hacer algo; pero hubo mucha
acción y reacción sin comprensión cabal, que de haberse procesado primero
hubiera ahorrado mucha angustia y tragedia. Sin embargo, esta clase de
reflexión, del tipo “si se hubiera hecho tal cosa”, “si nos hubiéramos dado
cuenta”, “si hubiéramos sabido antes”, la interposición del famoso e inútil contrafáctico
“si tal cosa, entonces tal otra”, puede ser de gran utilidad para la lógica,
pero no para la historia. No sirve para otra cosa que no sea para justificar
errores, testimoniar ignorancias pasadas o exhibir sabidurías inútiles.
En el acierto o en
el error, esta tormenta política produce un fenómeno conocido y ubicuo, de
origen muy europeo, muy siglo XVIII, por el cual la tendencia general es la
unión, la solidaridad, la disposición a tener un mismo sentimiento, la
aparición de una causa que se dibuja por encima de todo y que consolida el
pensamiento: se ordena al timón que se oriente en conformidad a un mismo rumbo
y contracorriente. Y en medio del horror se consolida la camaradería, la bandera
de la libertad vuelve a flamear y todos parecen pujar en la misma dirección,
animados por la misma causa. El paso de la calma chicha a la tempestad, de la
paz a la guerra, de la bonanza a la calamidad es el signo que indica que hay
vida humana, social e individual. Parece que se pasa de la apariencia engañosa
e irreal a la realidad dura como la piedra.
La tradición, la
difícilmente removible gravitación de las costumbres, la educación familiar, la
cultura tardía, decadente, pero cultura en el sentido filosófico y no
antropológico, por la que lucharon Varela, Rodó, Estable, pero embargada por el
simbolismo de las conmemoraciones, leyendas gauchas y hechos heroicos,
revelaciones doctorales y gestas civilizatorias, emprendedoras y progresistas:
todo se modifica. Una emulsión resultante, como la del “agítese antes de usar”,
se esparce por el aire llevando lo malo y lo bueno todo junto en el aerosol político
que no siempre es entendido por todos. Se corresponde con el último paso dado,
este que estamos dando, pleno de novedades entre las cuales hay muchas
afortunadas y esperanzadoras y otras desconcertantes que vuelven a ocultar las
aguas profundas.
¿Se trata del paso
del homo sapiens a otra etapa de los homínidos, o del homo hominis
lupus de siempre, como parece profetizarlo el impacto de la tecnología
biológica y la llamada inteligencia artificial, que pintan un próximo “homo artificialensis”,
si se permite la humorada? Se conmueve ahora por debajo, solidificado como un
gran yacimiento el combustible que no encuentra cómo licuarse y gasificarse
para expandirse y enraizarse en el espíritu. ¿Una maravilla de la evolución social
que se da pocas veces en la historia? No lo sabemos; pero sí sabemos que el
pasado es el verdadero estado en que se vive, porque es el presente. No hay
tiempo que valga, sólo hay gente que lo transforma para hacer algo que vale la
pena, para usarlo como materia prima y no para que él haga con nosotros lo que
quiera, convirtiéndonos en puro azar, en el timón que gira irrefrenable y sin
control. Ése es el tiempo falso de los mediocres, parásitos y corruptos que hay
por todos los rincones, aquí y en el mundo entero.
El tiempo es el que
nos envuelve, sin que se tenga que desesperar porque se adelante el que impera
en otros lugares. El pasado está aquí, si se lo quiere aprovechar, porque ¿qué
sacamos del presente, de esa cienmilésima de milmillonésima de milmillonésima
de milmillonésima de milmillonésima de segundo? (léase con confianza o
sustitúyase con un 10‒44
segundos). Somos sólo eso que llamamos pasado, que es la única existencia
aprehensible. Por su parte, el espacio es uno y único para cada punto del
universo, de modo que averigüemos entre todos qué hay que hacer con
él, pues lo que se puede hacer con el tiempo de otros puntos que no son
nuestros es algo que sólo pueden conocer quienes estén en esos otros puntos. No
podemos equivocarnos, ya que aquello que conduce al acierto está en y ante nosotros.
No hay que buscar la sabiduría en otros tiempos ni en otros espacios: sólo hay
que comunicarse con ellos para encontrarla.
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