martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (9) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (7)

Si el autor pierde este punto valorativo de la extraposición, existen tres casos típicos de su actitud hacia el personaje, y dentro de cada uno de los tres existen muchas variantes posibles. Aquí, sin anticipar lo sucesivo, marcamos los rasgos más generales.

Primer caso: el personaje se apropia del autor. La orientación emocional y volitiva del personaje, su postura ética y cognoscitiva posee tanto prestigio para el autor, que este no puede dejar de ver el mundo de objetos sin usar la visión de su personaje, no puede dejar de vivenciar los sucesos de la vida del personaje internamente; el autor no puede encontrar un punto de apoyo válido y estable fuera del personaje. Desde luego, para lograr que una totalidad artística, si bien inconclusa, llegue a ser, hacen falta algunos momentos conclusivos y, por consiguiente, es necesario que el autor los ubique fuera del personaje (como suele haber más de un personaje, las relaciones señaladas tan sólo tienen validez para el protagonista), en caso contrario, el resultado será ora un tratado filosófico, ora una confesión, ora, finalmente, esa tensión ético-cognoscitiva encontrará salida en actos vitales, en conductas éticas. Pero tales puntos de apoyo siempre adoptados por el autor tienen un carácter casual, poco fundamentado e inseguro; esos puntos de apoyo movedizos de la extraposición suelen cambiar a lo largo de la obra, y permanecen ocupados tan sólo en relación con un momento determinado del desarrollo del personaje; después el personaje vuelve a desplazar al autor de la posición temporalmente ocupada por este, y el autor se ve obligado a buscar otra; a menudo esos puntos de apoyo casuales, el autor los encuentra en otros personajes, con la ayuda de los cuales el autor, viviendo su postura emocional y volitiva con respecto al protagonista autobiográfico, trata de liberarse de este último, o sea de sí mismo. Los momentos conclusivos entonces tienen un carácter fragmentario y poco convincente. A veces el autor, al ver desde un principio que su lucha es desesperada, se conforma con unos puntos de apoyo convencionales que se encuentran fuera del protagonista y que se prestan para constituir aspectos puramente técnicos, estrictamente formales, de la narración o de la estructura de la obra; la obra resulta ser hecha, no creada por el autor, y el estilo, como combinación de procedimientos convincentes y poderosos de la conclusión, degenera en pura convención. Subrayamos que aquí no se trata de un acuerdo o desacuerdo teórico entre el autor y el protagonista: para encontrar un obligatorio punto de apoyo fuera del personaje no hace falta, ni es suficiente, encontrar una fundamentada refutación teórica de sus puntos de vista; un desacuerdo intensamente interesado y seguro es un punto de vista tan poco estético como lo es una interesada solidaridad con respecto al héroe. Es necesario encontrar, con respecto al personaje, una actitud que sea capaz de marcar que la visión del mundo de este, con toda su profundidad, con sus razones y sinrazones, con todo el bien o el mal (por igual), es tan sólo un momento de su totalidad existencial, intuitiva y reflexiva, una actitud que permita trasponer el mismo centro de valores de la forzada definitividad a la bella existencia del personaje, que no permita escuchar al personaje ni estar o no estar de acuerdo con él, sino verlo en la plenitud del presente y admirarlo; de esta manera, la importancia cognoscitiva de la postura del personaje no se pierde, conserva su significado, pero resulta ser tan sólo un momento de su totalidad; la admiración (contemplación) es consciente e intensiva; el acuerdo o el desacuerdo con respecto al personaje son momentos significativos de la postura global del autor con respecto al personaje, pero no la agotan. En nuestro caso, esta es la única posición desde la cual resulta posible ver la totalidad del personaje y del mundo como algo que enmarca al personaje desde afuera, que lo delimita y matiza, pero no se logra de una manera convincente y estable por la plenitud de la visión del autor, y la consecuencia de todo esto es el hecho de que el fondo, el mundo tras las espaldas del personaje, no está elaborado y no es visto con claridad por el autor-contemplador, sino que se da tentativamente, con inseguridad desde dentro del personaje mismo, tal como nosotros mismos percibimos el plano detrás de nuestra vida: todo ello es una característica particular de la totalidad artística, en este caso concreto. A veces el fondo está del todo ausente: fuera de protagonista y de su propia conciencia no hay nada establemente real; el personaje no es connatural con su contexto (ambientación, vida cotidiana, naturaleza, etc.), no se combina adecuadamente con un contexto en un todo artísticamente necesario, sino que se mueve sobre su fondo como una persona viva frente a unos bastidores inmóviles; no hay fusión orgánica entre el aspecto exterior del personaje (apariencia, voz, modales, etc.) y su postura interna ético-cognoscitiva, lo externo abraza lo interno como una máscara insignificante y no única, o ni siquiera alcanza a ser algo claro, el personaje no nos da la cara sino que tenemos que vivirlo desde dentro, los diálogos de los personajes totales, donde su apariencia, trajes, mímica, ambiente que se encuentra detrás del límite de una escena dada, los que son momentos necesaria y artísticamente significativos -esos diálogos empiezan a degenerar en una disputa interesada, donde el centro de los valores está entre los problemas discutidos; finalmente, los momentos conclusivos no están unificados, no existe imagen única del autor; su imagen se dispersa o viene a ser una máscara convencional. Este tipo comprende casi todos los personajes de Dostoievski, a algunos de Tolstoi (Pierre, Llovin), de Kierkegaard, de Stendhal, etc., cuyos protagonistas en parte tienden a ese tipo como a su límite. (El trema indisoluble.)

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