AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD
ESTÉTICA (6)
Ahora, unas palabras acerca de tres casos típicos
de desviación de la actitud directa del autor con respecto a su personaje que
tienen lugar cuando el personaje coincide con el autor, es decir cuando el
personaje es autobiográfico.
De acuerdo con la actitud directa, el autor debe
ubicarse fuera de su propia personalidad, vivirse a sí mismo en un plan
diferente de aquel en que realmente vivimos nuestra vida; sólo con esta
condición puede completar su imagen para que sea una totalidad de valores
extrapuestos con respecto a su propia vida; el autor debe convertirse en otro
con respecto a sí mismo como persona, debe lograrse ver con ojos de otro;
por cierto, en la vida real lo hacemos a cada paso, nos valoramos desde el
punto de vista de otros, a través del otro tratamos de comprender y de tomar en
cuenta los momentos extrapuestos a nuestra propia conciencia: así, contamos con
el valor de nuestro físico desde el punto de vista de su posible impresión con
respecto al otro (para nosotros mismos, este valor no existe de una manera
directa, es decir, no existe para la autoconciencia real y pura); tomamos en
cuenta el fondo sobre el cual actuamos, o sea, la realidad circundante que
podemos no ver inmediatamente ni conocerla y que puede no tener para nosotros
un valor directo, pero que es vista, es importante y es conocida por otros, todo
lo cual constituye una especie de fondo sobre el cual nos perciben los demás;
finalmente, adelantamos y contamos con
aquello que sucedería después de nuestra muerte, que es resultado de nuestra
vida en general (por supuesto, para los demás). En resumen, de una manera constante
e intensa acechamos y captamos los reflejos de nuestra vida en la conciencia de
otras personas, hablando tanto de momentos parciales de nuestra vida como de su
totalidad; tomamos en cuenta también un coeficiente de valores muy específico
que marca nuestra vida para el otro y que es totalmente distinto de aquel con
que vivimos nuestra propia vida para nosotros mismos. Pero todos estos momentos
conocidos y anticipados a través del otro se vuelven inmanentes a nuestra
conciencia como si se tradujeran a su
lenguaje, sin lograr consistencia ni independencia, o sea, no salen de la
unidad de nuestra existencia siempre orientada
hacia el futuro acontecer y nunca satisfecha de sí misma; y cuando estos
reflejos se consolidan en nuestra vida (lo cual a veces sucede), se vuelven los
puntos muertos de logros o estorbos, y a veces se concentran hasta poder
presentarnos a un doble salido de la noche de nuestra vida; pero de esto
hablaremos después. Los momentos que nos pueden concluir en la conciencia del
otro, anticipándose a nuestra propia conciencia, pierden su fuerza conclusoria sólo
cuando amplían nuestra conciencia dentro de su propio sentido; incluso si
pudiésemos abarcar la totalidad de nuestra conciencia concluida en el otro,
esta totalidad no podría dominarnos y realmente concluirnos hasta nuestro “yo”,
nuestra conciencia la tomaría en cuenta y la superaría como uno de los momentos
de su unidad dada y aun de la por lograrse en lo esencial; la última palabra la
diría nuestra conciencia y no la del otro, y hay que considerar que nuestra
conciencia jamás se diría una palabra conclusiva. Al vernos con ojos del otro
en la vida real siempre regresamos hacia nosotros mismos, y un acontecimiento
último se cumple en nosotros dentro de las categorías de nuestra propia vida.
Cuando un autor-persona vive el proceso de autoobjetivación hasta llegar a ser
un personaje, no debe tener lugar el regreso hacia el “yo”: la totalidad del
personaje debe permanecer como tal para el autor que se convierte en otro. Hay
que separar al autor del personaje autobiográfico de un modo contundente, hay
que determinarse a sí mismo dentro de los valores del otro, o, más exactamente,
hay que ver en sí mismo a otro, muy consecuentemente, porque la inmanencia de
un fondo con respecto a la conciencia no es, en absoluto, una combinación
estética entre el personaje y su fondo: el fondo debe destacar la conciencia en
su totalidad, por más profunda y extensa que fuera, aunque fuese capaz de
concientizar y volver inmanente a sí misma el mundo entero, y lo estético, sin
embargo, debe darle un fondo extrapuesto (transgrediente) a lo inmanente; el
autor debe encontrar un punto de apoyo fuera de sí mismo para que esta unidad
llegue a ser un fenómeno estéticamente concluso, como lo es el personaje.
Asimismo, mi propia apariencia reflejada a través del otro no es la del
personaje artísticamente objetivado.
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