martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (8) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (6)

Ahora, unas palabras acerca de tres casos típicos de desviación de la actitud directa del autor con respecto a su personaje que tienen lugar cuando el personaje coincide con el autor, es decir cuando el personaje es autobiográfico.

De acuerdo con la actitud directa, el autor debe ubicarse fuera de su propia personalidad, vivirse a sí mismo en un plan diferente de aquel en que realmente vivimos nuestra vida; sólo con esta condición puede completar su imagen para que sea una totalidad de valores extrapuestos con respecto a su propia vida; el autor debe convertirse en otro con respecto a sí mismo como persona, debe lograrse ver con ojos de otro; por cierto, en la vida real lo hacemos a cada paso, nos valoramos desde el punto de vista de otros, a través del otro tratamos de comprender y de tomar en cuenta los momentos extrapuestos a nuestra propia conciencia: así, contamos con el valor de nuestro físico desde el punto de vista de su posible impresión con respecto al otro (para nosotros mismos, este valor no existe de una manera directa, es decir, no existe para la autoconciencia real y pura); tomamos en cuenta el fondo sobre el cual actuamos, o sea, la realidad circundante que podemos no ver inmediatamente ni conocerla y que puede no tener para nosotros un valor directo, pero que es vista, es importante y es conocida por otros, todo lo cual constituye una especie de fondo sobre el cual nos perciben los demás; finalmente, adelantamos y contamos  con aquello que sucedería después de nuestra muerte, que es resultado de nuestra vida en general (por supuesto, para los demás). En resumen, de una manera constante e intensa acechamos y captamos los reflejos de nuestra vida en la conciencia de otras personas, hablando tanto de momentos parciales de nuestra vida como de su totalidad; tomamos en cuenta también un coeficiente de valores muy específico que marca nuestra vida para el otro y que es totalmente distinto de aquel con que vivimos nuestra propia vida para nosotros mismos. Pero todos estos momentos conocidos y anticipados a través del otro se vuelven inmanentes a nuestra conciencia  como si se tradujeran a su lenguaje, sin lograr consistencia ni independencia, o sea, no salen de la unidad  de nuestra existencia siempre orientada hacia el futuro acontecer y nunca satisfecha de sí misma; y cuando estos reflejos se consolidan en nuestra vida (lo cual a veces sucede), se vuelven los puntos muertos de logros o estorbos, y a veces se concentran hasta poder presentarnos a un doble salido de la noche de nuestra vida; pero de esto hablaremos después. Los momentos que nos pueden concluir en la conciencia del otro, anticipándose a nuestra propia conciencia, pierden su fuerza conclusoria sólo cuando amplían nuestra conciencia dentro de su propio sentido; incluso si pudiésemos abarcar la totalidad de nuestra conciencia concluida en el otro, esta totalidad no podría dominarnos y realmente concluirnos hasta nuestro “yo”, nuestra conciencia la tomaría en cuenta y la superaría como uno de los momentos de su unidad dada y aun de la por lograrse en lo esencial; la última palabra la diría nuestra conciencia y no la del otro, y hay que considerar que nuestra conciencia jamás se diría una palabra conclusiva. Al vernos con ojos del otro en la vida real siempre regresamos hacia nosotros mismos, y un acontecimiento último se cumple en nosotros dentro de las categorías de nuestra propia vida. Cuando un autor-persona vive el proceso de autoobjetivación hasta llegar a ser un personaje, no debe tener lugar el regreso hacia el “yo”: la totalidad del personaje debe permanecer como tal para el autor que se convierte en otro. Hay que separar al autor del personaje autobiográfico de un modo contundente, hay que determinarse a sí mismo dentro de los valores del otro, o, más exactamente, hay que ver en sí mismo a otro, muy consecuentemente, porque la inmanencia de un fondo con respecto a la conciencia no es, en absoluto, una combinación estética entre el personaje y su fondo: el fondo debe destacar la conciencia en su totalidad, por más profunda y extensa que fuera, aunque fuese capaz de concientizar y volver inmanente a sí misma el mundo entero, y lo estético, sin embargo, debe darle un fondo extrapuesto (transgrediente) a lo inmanente; el autor debe encontrar un punto de apoyo fuera de sí mismo para que esta unidad llegue a ser un fenómeno estéticamente concluso, como lo es el personaje. Asimismo, mi propia apariencia reflejada a través del otro no es la del personaje artísticamente objetivado.

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