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ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (6) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (4)


El mismo asunto se presenta de un modo diferente en la estética filosófica general, donde el problema de la interrelación existente entre el autor y el personaje se plantea de una manera fundamental, de principio, aunque no en su forma pura. (Aun tendremos que regresar, en lo sucesivo, al análisis de las clasificaciones de los personajes que hemos mencionado, así como a una apreciación del método biográfico y sociológico.) Hablamos de la idea de proyección sentimental (Einfühlung) como principio de la forma y del contenido de la actitud del autor contemplativo hacia su objeto en general y hacia el protagonista (la fundamentación más profunda de este procedimiento es la de Lipps), y de la idea del autor estético (simpatía social en Guillot y, según un enfoque muy distinto, amor estético en Cohen). Pero estos enfoques tienen un carácter demasiado general e indiferenciado tanto en relación con las artes específicas como con respecto al objeto específico de la visión estética, es decir, el personaje (más diferenciado en Cohen). Sin embargo, ni aun dentro de este corte estético general podríamos aceptar ambos principios, a pesar de que tanto el uno como el otro poseen una gran dosis de veracidad. Tendremos que tomar en cuenta, en lo sucesivo, los dos puntos de vista; este no es el lugar apropiado para su análisis y evaluación.

En términos generales, hay que decir que la estética de la creación verbal ganaría mucho si se orientara hacia la filosofía estética general, en vez de dedicarse a generalizaciones cuasicientíficas acerca de la historia literaria; desgraciadamente, hay que reconocer que los fenómenos importantes en el área de la estética general no influyeron en lo más mínimo en la estética de la creación verbal; es más, existe una especie de temor ingenuo frente a una profundización filosófica, con lo cual se explica el nivel extremadamente bajo de la problemática de nuestro campo cognoscitivo.

Ahora vamos a dar una definición muy general del autor y del personaje como correlatos de la totalidad artística de una obra, y luego vamos a ofrecer una fórmula general de su interrelación misma, que debe ser sometida a una diferenciación y profundización en los capítulos posteriores del presente trabajo.

Es el autor quien confiere la unidad activa e intensa a la totalidad concluida del personaje y de la obra; esta unidad se expone a cada momento determinado de la obra. La totalidad conclusiva no puede, por principio, aparecer desde el interior del protagonista, puesto que este llega a ser nuestra vivencia; el autor no puede orientarse hacia el interior de su héroe, la conciencia de la unidad desciende al autor como un don de otra conciencia, que es su conciencia creadora. La conciencia del autor es conciencia de la conciencia, es decir, la conciencia que abarca al personaje y a su propio mundo de conciencia, que comprende y concluye la conciencia del personaje por medio de momentos que por principio se extraponen (transgreden) a la conciencia misma; de ser inmanentes, tales momentos convertirían en falsa la conciencia del personaje. Porque el autor no sólo ve y sabe todo aquello que ve y sabe cada uno de sus personajes por separado y todos ellos juntos, sino que ve y sabe más que ellos, inclusive sabe aquello que por principio es inaccesible para los personajes, y es en este determinado y estable excedente de la visión y el conocimiento del autor con respecto a cada uno de sus personajes donde se encuentran todos los momentos de la conclusión del todo, trátese de la totalidad de los personajes o de la obra en general. Efectivamente, el personaje vive cognoscitiva y éticamente, sus acciones se mueven dentro del abierto acontecimiento ético de la vida o dentro del mundo determinado de la conciencia; es el autor quien está dirigiendo a su personaje y a su orientación ética y cognoscitiva en el mundo fundamentalmente concluido del ser, que es un valor aparte en la futura orientación del acontecimiento, debido a la heterogeneidad concreta de su existencia. Es imposible que uno viva sabiéndose concluido a sí mismo y al acontecimiento; para vivir, es necesario ser inconcluso, abierto a sus posibilidades (al menos, así es en todos los instantes esenciales de la vida); valorativamente, hay que ir delante de sí mismo y no coincidir totalmente con aquello de lo que dispone uno realmente.

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