AUTOR
Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (3)
El procedimiento más común, hasta en un trabajo
histórico-literario más serio y concienzudo, es el de buscar el material
biográfico de las obras, y viceversa, el de explicar una obra determinada
mediante la biografía, y se presentan como suficientes las justificaciones
puramente fácticas, o sea las simples coincidencias en los hechos de la vida
del personaje con los del autor, se realizan extracciones que pretenden tener
algún sentido, mientras que la totalidad del personaje y la del autor se desestiman
de una manera absoluta; por consiguiente, se menosprecia también un momento tan
importante como lo es la manera de enfocar un acontecimiento, la manera de
vivirlo dentro de la totalidad de la vida y del mundo. Parecen sobre todo
increíbles las confrontaciones fácticas y las correspondencias entre la
cosmovisión del personaje y la del autor -por ejemplo, un aspecto del contenido
abstracto de una idea determinada se confronta con una idea parecida del
personaje. Así los puntos de vista sociopolíticos de Griboiédov se comparan con
las correspondientes opiniones de Chatski (personaje de una de sus obras) y se
toma por demostrada la afinidad o identidad de sus opiniones; otro tanto sucede
con los puntos de vista de Tolstoi y los de Liovin (personaje de Ana
Karénina). Como veremos más adelante, es imposible suponer una coincidencia
a nivel teórico entre el autor y el personaje, porque la correlación que se da
entre ellos es de orden absolutamente distinto; siempre se desestima el hecho de
que la totalidad del personaje y la del autor se encuentran en niveles
diferentes: no se toma en cuenta cómo se manifiesta la actitud hacia el
pensamiento e inclusive hacia la totalidad teórica de una visión del mundo. Es
una práctica muy común la de discutir con un personaje en vez de hacerlo con el
autor, como si fuera posible disentir o estar de acuerdo con la categoría del ser;
se desconoce la refutación estética. Desde luego, a veces el autor
convierte a su personaje en el portavoz inmediato de sus propias ideas, según
su importancia teórica o ética (política, social), para convencer de su
veracidad o para difundirlas, pero este ya no sería un principio de actitud
hacia el personaje que pudiese llamarse estéticamente creativo; sin embargo,
cuando sucede tal cosa, generalmente resulta que, independientemente de su
voluntad y la conciencia del autor, existe una adecuación de la idea a la
totalidad del personaje, no a la unidad teórica de la cosmovisión; la idea se
ajusta a la individualidad completa del personaje, en la cual su aspecto, sus
modales, las circunstancias absolutamente determinadas de su vida tienen tanta
importancia como sus ideas; es decir, en este caso, en vez de la fundamentación
y la propaganda de una lugar tiene lugar la encarnación del sentido del ser.
Cuando esta reelaboración no se realiza, aparece un prosaísmo no disuelto en la
totalidad de la obra, que tan sólo puede ser explicado comprendiendo con
anticipación el sentido general y estéticamente productivo de la actitud del
autor hacia su personaje. De igual modo puede ser establecido el grado de
declinación de la idea pura del autor, es decir, el sentido del trabajo que se
realiza sobre la idea original en la totalidad de la obra. Todo lo dicho no
niega en lo absoluto la posibilidad de una confrontación científica productiva
de las biografías del personaje y del autor, así como la comparación entre sus
visiones del mundo, procedimiento útil tanto para la historia de la literatura como para un análisis estético. Estamos
rechazando únicamente aquel enfoque infundado y fáctico que es actualmente el
único que predomina, el que se basa en la confusión entre el autor-creador, que
pertenece a la obra, y el autor real, que es un elemento en el acontecer ético
y social de la vida. En este enfoque también tiene lugar una incomprensión del
principio creativo de la actitud del autor hacia su personaje, como resultado
tenemos la incomprensión y distorsión (o, en el mejor de los casos, una transmisión
de hechos desnudos) de la individualidad ética y biográfica del autor por un
lado, y la incomprensión de toda una obra y de su protagonista por otro. Para
poder aprovechar una obra como fuente para sacar conclusiones de todo tipo
acerca de los momentos que no le pertenecen, hay que comprender su estructura creativa;
y para utilizar una obra literaria como fuente biográfica resultan ser del todo
insuficientes los procedimientos que se aplican a las fuentes empleadas por la
ciencia de la historia, porque tales procedimientos, justamente, no toman en
cuenta la estructura específica de una obra -lo cual debería ser una condición
filosófica previa. Por lo demás, hay que anotar que el error metodológico
señalado afecta mucho menos a la historia literaria que a la estética de la
creación verbal; para la última, las especulaciones histórico-genéticas son
sobre todo funestas.
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