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CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 3


3

Mi padre tenía dos hermanos. El más joven se llamaba Ben y el mayor se llamaba John. Los dos eran borrachos y chorros. Mis padres a veces hablaban de ellos.

-Ninguno de los dos sirve para nada -decía mi padre.

-Venís de una familia jodida, papá -decía mi madre.

-¡Pero tu hermano tampoco sirve para nada!

El hermano de mi madre vivía en Alemania. Mi padre siempre hablaba mal de él.

También tenía otro tío, Jack, que estaba casado con la hermana de mi padre, mi tía Elsinore. Yo nunca había visto a ninguno de los dos porque se llevaban mal con mi padre.

-¿Ves esta cicatriz que tengo en la mano? -me preguntaba. -Bueno, ahí es donde Elsinore me clavó un lápiz muy afilado cuando yo era chico. Nunca desapareció.

A mi padre no le gustaba la gente. Yo tampoco le gustaba.

-A los niños hay que mirarlos pero no escucharlos -me decía.

Me acuerdo de lo que pasó un domingo de tarde, cuando no estaba mi abuela Emily.

-Tendríamos que ir a ver a Ben -dijo mi madre. -Se está muriendo.

-Acordate que se patinó casi toda la plata de Emily con la timba, las mujeres y las copas.

-Ya lo sé, papá.

-A Emily no le quedó un peso para dejarnos cuando se muera.

-Pero igual tendríamos que a ir ver a Ben. Parece que le quedan dos semanas de vida.

-¡Bueno! ¡Bueno! ¡Vamos!

Nos llevó mucho tiempo llegar en el Ford T, y mi madre se bajó a recoger flores cuando llegamos a las colinas donde teníamos que doblar por la carretera que subía a la montaña. El tío Ben se estaba muriendo en un sanatorio allá arriba, tuberculoso.

-A Emily le debe estar costando un dineral tenerlo internado allí.

-Capaz que Leonard la está ayudando.

-Leonard también se patinó la plata chupando y timbeando.

-A mí me gusta el abuelo Leonard -dije yo.

-A los niños hay que mirarlos pero no escucharlos -dijo mi padre. Y al rato siguió: -Leonard era bueno con nosotros nada más que cuando estaba borracho. Pero al otro día era el hombre más antipático y violento del mundo.

El Ford T. iba trepando muy bien la carretera de la montaña. Era un día claro y soleado.

-Llegamos -dijo mi padre. Metió el coche en el estacionamiento del sanatorio y después caminamos hasta el edificio. Al llegar al cuarto del tío Ben lo encontramos sentado en la cama, mirando por la ventana. Se dio vuelta y nos miró. Era un hombre muy lindo, de pelo y ojos oscuros y resplandecientes.

-Hola, Ben -lo saludó mi madre.

-Hola, Katy -y entonces me miró a mí. -¿Este es Henry?

-Sí.

-Siéntense.

Mi padre y yo nos sentamos.

Mi madre se quedó parada.

-Te trajimos estas flores, Ben. ¿No hay ningún jarrón?

-Qué flores preciosas, Katy. Gracias. No, no hay ningún jarrón.

-Voy a buscar uno -dijo mi madre.

Y salió del cuarto con las flores en la mano.

-¿Dónde se metieron todas tus novias, Ben? -preguntó mi padre.

-Vienen de vez en cuando.

-Mirá vos.

-Te digo que vienen de vez en cuando.

-Mirá que vinimos porque Katherine quería verte.

-Sí, ya sé.

-Yo también quería verte, tío Ben. Sos un hombre muy lindo.

-Lindo como mi culo -dijo mi padre.

Mi madre entró en el cuarto trayendo las flores en un jarrón.

-Ya está. Voy a ponerlas en esta mesa, al lado de la ventana.

-Son unas flores preciosas, Katy.

Mi madre se sentó.

-No podemos quedarnos mucho rato -dijo mi padre.

El tío Ben metió la mano abajo del colchón y sacó un paquete de cigarrillos. Sacó uno, raspó un fósforo y lo prendió. Después de pegar una larga pitada, largó el humo.

-Ya sabés que no podés fumar -dijo mi padre. -Ya sé cómo conseguís los cigarrillos. Te los traen las putas. Ahora mismo voy a avisarles a los doctores que no sigan dejando entrar a esas putas de mierda.

-No podés ser tan sorete -protestó mi tío.

-¡Tengo el suficiente sentido común como para sacarte ese cigarrillo de la boca! -dijo mi padre.

-Nunca fuiste una buena persona -dijo mi tío.

-Yo pienso que no tendrías fumar, Ben -intervino mi madre. -Eso te está matando.

-Tuve una buena vida -dijo mi tío.

-Nunca tuviste una buena vida -dijo mi padre. -Te pasaste atorranteando, mangueando y mamándote con las putas. ¡No trabajaste un solo día en tu vida! ¡Y ahora te estás muriendo a los veinticuatro años!

-No estuvo mal -dijo mi tío. Le pegó otra pitada al Camel y largó el humo.

-Vamonós -dijo mi padre. -¡Este tipo está loco!

Mi padre se paró. Después se paró mi madre. Después yo.

-Adiós, Katy -dijo mi tío. -Adiós, Henry -agregó mirándome para indicar a qué Henry se refería.

Seguimos a mi padre por los pasillos del sanatorio y al llegar al estacionamiento nos subimos al Ford T. para empezar a bajar serpenteando por la montaña.

-Tendríamos que habernos quedado un rato más -dijo mi madre.

-¿No sabés que la tuberculosis es contagiosa? -dijo mi padre.

-A mí me parece un hombre muy lindo -intervine yo.

-Es la enfermedad -dijo mi padre. -Los pone así. Y además de la tuberculosis también se pescó otras cosas.

-¿Qué cosas? -pregunté yo.

-No te lo puedo explicar -contestó mi padre. Y siguió manejando por la tortuosa carretera de la montaña mientras yo me preguntaba qué había querido decir.

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