1ª edición / Caracol
al Galope 1999
1ª edición WEB /
elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
PARTE
2
15
El viernes amaneció más
frío que el día anterior. Me imaginé lo que iba a ser la oficina y me puse
medias de lana, camisa de franela y un pantalón pijama abajo del vaquero.
-Ese viento -dijo la
abuela, contrayendo su mano derecha frente al café con leche rellenado con
pedazos de pan. -No nos trae nada bueno, no señor.
-No me diga -me reí.
-Podés reírte todo lo que
quieras. Pero que ese viento trae desgracia, trae.
Me acordé de lo que me
había dicho Ángel y me callé la boca. En la plaza casi no se sentía el viento,
y la niebla inundaba la masa compacta y cenicienta de la vegetación. Los cables
emergían tirantes y negros, como haciendo fuerza para mantener unidos los
postes. Y apenas abrí la puerta y recorrí el piso de tablas grises y
polvorientas supe que no iba a ser un día fácil. Tuve que trabajar sin sacarme
el saco y echándome pestes por no haber traído la estufa vieja que teníamos
arrumbada en el garaje. Barrios asomó la cabeza un poco antes de almorzar:
-El comisario Alzogaray
quiere hablar con usted.
-Dígale que pase.
Era raro ver a Alzogaray
en mi escritorio, enfundado en un abrigo con cuello de piel. Habíamos sido
compañeros de escuela pero llevábamos mucho tiempo sin vernos. Me pregunté si abajo
del sobaco traería un trabuco o algo así.
-Siéntese, comisario. Por
favor.
-No quiero molestar. Debe
tener mucho trabajo -dijo con evidente disgusto, como si prefiriese no estar
allí.
-No es ninguna molestia
-dije soplándome los dedos. -¿Qué necesita?
-Tch -contestó haciendo
girar el sombrero y mirando las paredes. -Poca cosa. Casi nada. Le quisiera
pedir un pequeño favor.
Y miró una vez más las
láminas de las paredes y de golpe me di cuenta que nunca me había caído bien
por aquella manera automática que tenía de sonreír como con dos resortes,
sabiendo que eso era lo mínimo que se esperaba de él.
-Muy bien -le dije. -¿Qué
quiere que haga?
-Que pase cinco minutos
por la comisaría y en lo posible hoy mismo. Quiero mostrarle algo.
Y se levantó alargándome
la mano. Aquel mediodía comimos demasiado en la cantina con Barrios, y recién
al salir del escritorio me acordé del asunto. Un policía somnoliento y
malhumorado me llevó hasta el despacho donde encontré a Alzogaray contemplando
el mapa de la ciudad por enésima vez: había marcado con círculos rojos los
lugares donde se produjeron las últimas novedades, de las que me enteré con los
dedos apoyados en la estufa eléctrica.
-Esto es lo que quería mostrarle
-dijo echándose para atrás en el sillón. -Es curioso, porque se parece más a un
mapa que alguien quisiera dibujarnos que a una enfermedad o a una epidemia.
-¿Cómo un mapa?
-Fijesé -y fundamentó su
teoría señalando los círculos y hablando de gallinas, perros, cabras y vacas,
de sus dueños, del lugar donde acostumbraban estar siempre y en donde fueron
encontrados muertos.
-Bueno, ¿qué le parece?
-Me parece que es inútil
romperse la cabeza con esto, Alzogaray. Como empleado del Ministerio de
Agricultura lo que puedo decir es que debe haber sido una coincidencia muy
curiosa, nada más. O inclusive esta ola de frío.
-Pero hay más, Sientesé.
Abrió la carpeta que
tenía en el cajón, pero antes de abrirlo le puso una mano peluda encima y ahora
no sonreía. -Cuento con su discreción. Lo que va a ver ahora es absolutamente
secreto y las fotos no son muy buenas porque las saqué con una polaroid para no
tener que mandar revelar nada al laboratorio. En este pueblo se sabe todo
enseguida. Hasta las ratas, se enteran.
Entonces observé las
fotos de los animales y entendí por qué estaba preocupado.
-Parece que los hubieran
quemado -dije.
-Pero no están quemados.
Y tampoco tienen heridas ni signos de hemorragia. Lo que están es completamente
negros. Como el carbón.
-¿Se pueden ver?
-Seguro. Yo lo acompaño
hasta el depósito municipal.
Mientras cruzábamos la
plaza pensé que dentro de media hora iba a estar tomándome un tazón de
chocolate frente al fuego, pero después de ver los animales sentí un frío
diferente.
-A la vaca la mandé
enterrar porque aquí no cabía -me aclaró Alzogaray, terminando de abrir los
cajones donde estaban las gallinas, los perros y las cabras.
Le pedí guantes de goma y
palpé el cuerpo rígido de una gallina.
-Nunca vi nada igual.
-Yo tampoco. ¿Pero qué le
parece si la seguimos en la comisaría? Porque aquí vamos a terminar duros como
estos animales.
-Y cómo explicamos esto
-dije cuando volvimos al despacho, y me apuré a sacarme el saco y a sentarme lo
más cerca posible de la estufa. ¿Cómo fue que pasó, por lo menos?
-Bueno, anteayer de noche
el personal del Municipio me avisó como al pasar que habían encontrado un perro
muerto y con las patas para arriba a media cuadra del cementerio. Lo que les
llamó la atención fue el color, aunque todavía podía pensarse en el impacto de
un coche a alta velocidad o algo así. Pero ayer de mañana cayó el viejo González
a quejarse de que alguien le había carbonizado cinco gallinas blancas. A dos
cuadras del cementerio. Y esta mañana me encuentro al viejo López esperándome
tan rabioso que ni siquiera razonó que le tenían que haber cambiado o pintado
la vaca de negro antes de matársela. Y más tarde me entero de que las tres
cabras de Lucio habían amanecido igual. Hasta que los del Municipio encontraron
otro perro al lado del muro del cementerio y me pidieron que le avisara, con
miedo de que esto sea una peste. Lo raro es que todo haya pasado a lo largo de
cinco cuadras de la misma calle transversal. Y si tuviera gracia le apostaría a
cualquiera que va a seguir pasando.
-¿Y cuál es su teoría?
-Que alguien está matando
a los animales. Aunque todavía no pude descubrir cómo los mata.
-¿Alguien? ¿A usted le
parece que tenemos un asesino de bichos en Montesaltos?
-No sé. Esperaba que usted
me ayudara a descubrirlo. Me parece que es la persona indicada para ayudarme a
pensar, por lo menos.
-Bueno, yo no soy más que
el asistente del departamento local de agricultura. Estudio veterinaria y
entiendo un poco de animales, pero de gente no sé nada. Y menos de asesinos
así.
Me miró con abatimiento y
cansancio y fue en ese momento que me acordé de algo.
-A ver, déjeme ver el
mapa -dije agarrando el lápiz rojo para señalar la calle de Ángel. -En la casa
de los Muñoz también amaneció muerto un canario, completamente negro. Lo
enterramos ayer de mañana en el jardín. Y ellos viven a menos de cinco cuadras
del cementerio.
-Hum. ¿Qué le parece?
Volví a mirar el mapa y
de golpe escuché el viento, bajando de la ventana y haciendo temblar los
vidrios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario