lunes

EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (32)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

PARTE 2

15


El viernes amaneció más frío que el día anterior. Me imaginé lo que iba a ser la oficina y me puse medias de lana, camisa de franela y un pantalón pijama abajo del vaquero.

-Ese viento -dijo la abuela, contrayendo su mano derecha frente al café con leche rellenado con pedazos de pan. -No nos trae nada bueno, no señor.

-No me diga -me reí.

-Podés reírte todo lo que quieras. Pero que ese viento trae desgracia, trae.

Me acordé de lo que me había dicho Ángel y me callé la boca. En la plaza casi no se sentía el viento, y la niebla inundaba la masa compacta y cenicienta de la vegetación. Los cables emergían tirantes y negros, como haciendo fuerza para mantener unidos los postes. Y apenas abrí la puerta y recorrí el piso de tablas grises y polvorientas supe que no iba a ser un día fácil. Tuve que trabajar sin sacarme el saco y echándome pestes por no haber traído la estufa vieja que teníamos arrumbada en el garaje. Barrios asomó la cabeza un poco antes de almorzar:

-El comisario Alzogaray quiere hablar con usted.

-Dígale que pase.

Era raro ver a Alzogaray en mi escritorio, enfundado en un abrigo con cuello de piel. Habíamos sido compañeros de escuela pero llevábamos mucho tiempo sin vernos. Me pregunté si abajo del sobaco traería un trabuco o algo así.

-Siéntese, comisario. Por favor.

-No quiero molestar. Debe tener mucho trabajo -dijo con evidente disgusto, como si prefiriese no estar allí.

-No es ninguna molestia -dije soplándome los dedos. -¿Qué necesita?

-Tch -contestó haciendo girar el sombrero y mirando las paredes. -Poca cosa. Casi nada. Le quisiera pedir un pequeño favor.

Y miró una vez más las láminas de las paredes y de golpe me di cuenta que nunca me había caído bien por aquella manera automática que tenía de sonreír como con dos resortes, sabiendo que eso era lo mínimo que se esperaba de él.

-Muy bien -le dije. -¿Qué quiere que haga?

-Que pase cinco minutos por la comisaría y en lo posible hoy mismo. Quiero mostrarle algo.

Y se levantó alargándome la mano. Aquel mediodía comimos demasiado en la cantina con Barrios, y recién al salir del escritorio me acordé del asunto. Un policía somnoliento y malhumorado me llevó hasta el despacho donde encontré a Alzogaray contemplando el mapa de la ciudad por enésima vez: había marcado con círculos rojos los lugares donde se produjeron las últimas novedades, de las que me enteré con los dedos apoyados en la estufa eléctrica.

-Esto es lo que quería mostrarle -dijo echándose para atrás en el sillón. -Es curioso, porque se parece más a un mapa que alguien quisiera dibujarnos que a una enfermedad o a una epidemia.

-¿Cómo un mapa?

-Fijesé -y fundamentó su teoría señalando los círculos y hablando de gallinas, perros, cabras y vacas, de sus dueños, del lugar donde acostumbraban estar siempre y en donde fueron encontrados muertos.

-Bueno, ¿qué le parece?

-Me parece que es inútil romperse la cabeza con esto, Alzogaray. Como empleado del Ministerio de Agricultura lo que puedo decir es que debe haber sido una coincidencia muy curiosa, nada más. O inclusive esta ola de frío.

-Pero hay más, Sientesé.

Abrió la carpeta que tenía en el cajón, pero antes de abrirlo le puso una mano peluda encima y ahora no sonreía. -Cuento con su discreción. Lo que va a ver ahora es absolutamente secreto y las fotos no son muy buenas porque las saqué con una polaroid para no tener que mandar revelar nada al laboratorio. En este pueblo se sabe todo enseguida. Hasta las ratas, se enteran.

Entonces observé las fotos de los animales y entendí por qué estaba preocupado.

-Parece que los hubieran quemado -dije.

-Pero no están quemados. Y tampoco tienen heridas ni signos de hemorragia. Lo que están es completamente negros. Como el carbón.

-¿Se pueden ver?

-Seguro. Yo lo acompaño hasta el depósito municipal.

Mientras cruzábamos la plaza pensé que dentro de media hora iba a estar tomándome un tazón de chocolate frente al fuego, pero después de ver los animales sentí un frío diferente.

-A la vaca la mandé enterrar porque aquí no cabía -me aclaró Alzogaray, terminando de abrir los cajones donde estaban las gallinas, los perros y las cabras.

Le pedí guantes de goma y palpé el cuerpo rígido de una gallina.

-Nunca vi nada igual.

-Yo tampoco. ¿Pero qué le parece si la seguimos en la comisaría? Porque aquí vamos a terminar duros como estos animales.

-Y cómo explicamos esto -dije cuando volvimos al despacho, y me apuré a sacarme el saco y a sentarme lo más cerca posible de la estufa. ¿Cómo fue que pasó, por lo menos?

-Bueno, anteayer de noche el personal del Municipio me avisó como al pasar que habían encontrado un perro muerto y con las patas para arriba a media cuadra del cementerio. Lo que les llamó la atención fue el color, aunque todavía podía pensarse en el impacto de un coche a alta velocidad o algo así. Pero ayer de mañana cayó el viejo González a quejarse de que alguien le había carbonizado cinco gallinas blancas. A dos cuadras del cementerio. Y esta mañana me encuentro al viejo López esperándome tan rabioso que ni siquiera razonó que le tenían que haber cambiado o pintado la vaca de negro antes de matársela. Y más tarde me entero de que las tres cabras de Lucio habían amanecido igual. Hasta que los del Municipio encontraron otro perro al lado del muro del cementerio y me pidieron que le avisara, con miedo de que esto sea una peste. Lo raro es que todo haya pasado a lo largo de cinco cuadras de la misma calle transversal. Y si tuviera gracia le apostaría a cualquiera que va a seguir pasando.

-¿Y cuál es su teoría?

-Que alguien está matando a los animales. Aunque todavía no pude descubrir cómo los mata.

-¿Alguien? ¿A usted le parece que tenemos un asesino de bichos en Montesaltos?

-No sé. Esperaba que usted me ayudara a descubrirlo. Me parece que es la persona indicada para ayudarme a pensar, por lo menos.

-Bueno, yo no soy más que el asistente del departamento local de agricultura. Estudio veterinaria y entiendo un poco de animales, pero de gente no sé nada. Y menos de asesinos así.

Me miró con abatimiento y cansancio y fue en ese momento que me acordé de algo.

-A ver, déjeme ver el mapa -dije agarrando el lápiz rojo para señalar la calle de Ángel. -En la casa de los Muñoz también amaneció muerto un canario, completamente negro. Lo enterramos ayer de mañana en el jardín. Y ellos viven a menos de cinco cuadras del cementerio.

-Hum. ¿Qué le parece?

Volví a mirar el mapa y de golpe escuché el viento, bajando de la ventana y haciendo temblar los vidrios.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+