martes

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (5)


CÓMO BORRARON A LA GRAN MUJER:
NUESTRO PAPEL EN SU RESTAURACIÓN
DESATANDO A LA MUJER FUERTE


La historia de los que intentan
hacer diminutos a los gigantes

Con frecuencia pienso en Guadalupe, la Madre Santísima, en relación con una novela ilustrada, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. El libro llevaba una imagen de Gulliver, inmovilizado en el suelo. Gulliver se había vuelto casi un prisionero de los liliputienses, gente diminuta que solo medía quince centímetros. Lo criticaban, entre otras cosas, por ser “demasiado grande” en varios sentidos.

Así que entrecruzaron amarras sobre todos sus miembros y lo pusieron contra el suelo con cuerdas enrolladas alrededor de clavos de latón enterrados.

Los liliputienses se pararon en el pecho de Gulliver y sintieron que habían sujetado al Leviatán, al gigante. Pero Gulliver simplemente se incorporó y todas sus ataduras se reventaron, y todos los diminutos liliputienses salieron disparados al pasto.

El gigante avanzó torpemente, arrastrando detrás los insignificantes hilos de cuerda. Los liliputienses negaron con la cabeza, como siempre, intentando darle sentido a la figura de Gulliver, cuya forma era tan parecida a ellos en cuerpo, pero de una manera completamente distinta, era diferente a ellos.

Creo que podemos comprender este impulso por reducir lo numinoso, lo infinitamente más grande, lo poco familiar, lo desconocido, lo “otro”, lo diferente.

El misterio puede ser abrumador. Tocar la Divinidad podría perecer como si de repente se hubieran reorganizado todos los átomos que componen tu mente y cuerpo. Se supone que el misterio divino debe ser abrumador para poder apartar al ego, el cual tiende a usar el pensamiento más pequeño, e intenta criticar y limitar todo lo que no puede imaginar o captar de inmediato.

Muchas instituciones y culturas antiguas sin querer sustituyen su amor por la vitalidad inherente a lo Divino con costumbres anquilosadas, rutinarias, que “minimizan la magnitud” de los miles de talentos que porta el alma creativa en santidad. Algunos buscan magnificar el minimus, el “hombre pequeño”, es decir, todo lo endeble, lo mezquino, los egos menos formados y menos informados de los seres humanos, la política y otras trivialidades.

Entonces se vuelve no solo nuestra vocación, sino nuestro juramento, nuestra promesa sagrada que damos desde el primerísimo momento en que vemos que se agrede al alma de alguien, por quien sea: desatar a la Mujer Fuerte, que libere cualquiera de sus dones profundos continuamente vertidos sobre nosotros gracias al linaje que compartimos con Ella. Aprendemos a estudiar sus historias de vida, y en consecuencia, aprendemos cómo planear y llevar a cabo nuestra propia versión personal de una bendita Imitatio María, (1), en y sobre este mundo. No solo ahora, sino durante el resto de nuestros días, por toda la gente y criaturas y las “cuestione que importan”.

Demasiadas veces, la única relación que nos han enseñado, contado u ofrecido tener con la Madre Santísima es por medio del silencio, sobre el linaje tan rico que comparte con nosotros, o si no, una en la que debemos estar de acuerdo en reducirla hasta obtener una forma pequeña y manipulable, o ninguna. Eso la disminuye, la obliga a ser la “chica buena” pasiva, en un falso contraste con la otra mujer, la Magdalena, a quien se propone como la “chica mala” menos pasiva.

Estas son distorsiones tanto de los orígenes como de los dones de las dos mujeres. Quítenles amarras a ambas, entonces.

He escuchado a unos cuantos teólogos hablar de Nuestra Señora como si fuera un apéndice de un grupo de datos históricos. Tampoco es, como algunos acusan, una superstición. Ella no es un edificio obediente construido de cemento, mármol o ladrillo. No hay que usarla como un trozo de alambre sacro que nos ata a la docilidad, cercenando miles de rasgos que nos dio el Creador parta ser razonable y hermosamente humanos y conmovedores.

La Santa Madre no existe como cerca. La Santa Madre es una puerta de entrada.

Ella se especializa en lecciones de amor
que fortalecen y no debilitan

Recuerdo cómo una crítica literaria reconocida desdeñaba a un autor que había exhortado a los lectores a consultar a la Santa Madre. La reseñista descartó esta sugerencia como una absoluta tontería.

Nunca estuve tan cerca de volar al otro lado del país para saltar encima del cajón de esa dizque crítica usaba como escritorio, y rogar para que una plaga de ranas se apoderara de su oficina entera, algo así como en el viejo cuento de hadas, Un ojo, dos ojos y tres ojos. (2) En ese relato, desde cierto día en adelante, cada vez que la persona que criticaba abriera la boca para hablar, brotarían lagartijas, sapos y víboras de sus labios.

¡Ay! Casi me horrorizó más mi reacción horrible que la espantosa interpretación de la crítica sobre el recurso de suplicar a la Madre Santísima. Casi.

Aun así entendí que en el instante mismo de mi dolor y resentimiento, Guadalupe me decía al corazón algo así: “Todos son míos, todos me pertenecen, me conozcan o no, practiquen una devoción o no”.

Y eso también, la generosidad inmensa de la Madre -tan poco común en nuestras culturas modernas, en las que se utiliza la retórica de la guerra y de la muerte de manera casi exclusiva para prácticamente todo- fue lo que por poco convirtió toda mi ira en una actitud mucho más comprensiva y piadosa, en aras del autoconocimiento, de la paz, de la piedad por los demás.

Este es uno de los mensajes de la Santa Madre: incluso cuando alguien ataca lo que nos importa en el corazón y el alma, no deberíamos dejar pasar las cuestiones molestas; más bien, deberíamos acercarnos a ellas con un corazón rojo, vivo y tranquilo, en lugar de un corazón emocionalmente exhausto y crispado… o sin corazón.

Y también creo esto: podemos permitirnos la inspiración para desarrollar “la gracia para abrazar”, incluso cuando el abrazo no se nos devuelve; esa forma de inteligencia a veces sorprendente puede presentarse cuando se desata a la Mujer Fuerte.


Notas

(1) Imitatio María. En imitación de la Madre que en la tradición antigua, sin saber cómo, aceptaba su destino de ser quien daría a luz a Dios. Esto también significa vivir Totus Tuus, como totalmente suya: preguntar qué es lo que desea de nosotros, las instrucciones que tiene para nosotros, su solución de problemas en nuestro nombre, sus sorprendentes perspicacias, las puertas que abre, sus intercesiones ante el Creador y ante el Hijo de Ella.

(2) Un ojo, dos ojos y tres ojos es un idiosincrático cuento popular que relatan los magiares de mi familia. Se trata de ver el mundo sin ver el alma (un ojo); ver lo que todos ven sin vincularlo a ningún tipo de asombro (dos ojos); y ver de formas inusualmente valientes o perspicaces, es decir, viendo los mundos del alma, espíritu y materia, todos entretejidos (tres ojos).
En el cuento, un ángel pone a prueba a la gente, disfrazándose de una viejecita que sólo pide un trago de agua fresca de los “pozos más profundos” del granjero.
Para los que desdeñan su petición, la experiencia trae repentinos cambios negativos a sus funciones corporales y a los objetos inanimados cercanos -revelando así cómo están armados por dentro quienes desdeñan.
Quienes le traen agua con buena disposición al “ángel disfrazado” también son recompensados por repentinos cambios hermosos en su voz, los sentidos y lo que los rodea; estos revelan exteriormente cómo están armados por dentro, en el corazón, lo que sirven.
El aspecto transformador del cuento se centra en los personajes que no reconocieron al ángel / viejecilla la primera vez, pero que ruegan que les dé otra oportunidad de cuidarla con más generosidad, más conciencia, la próxima vez.
A diferencia de muchos cuentos decimonónicos que fueron sobreescritos como “cuentos de castigo” únicamente –“lo que pasó, pasó, y no quedan más oportunidades para ti”-, en esta historia venerable se dan más oportunidades que nunca, pues la vieja es el ángel de la generosidad y del amor por el alma. Ella es, por sí misma, la Gran Mujer. Muchas de estas viejas historias que relatamos en nuestra familia llevan en el centro a una mujer radiante que recuerda a muchas generaciones de memorias sobre la Santa Madre que contaban los cuentistas.

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