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CÓMO
BORRARON A LA GRAN MUJER:
NUESTRO
PAPEL EN SU RESTAURACIÓN
DESATANDO
A LA MUJER FUERTE
Madre Bendita, Mujer de múltiples rostros y múltiples nombres:
te conozco como Nuestra Señora Madre Anciana, una representación tuya casi
insólita. Pero en los relatos ancestrales, tú, como la anciana María, escalaste
los montes hasta el Templo de Artemisa en Éfeso donde predicaste: enseñar por
medio de ser. Algunos viejos creyentes cuentan que seguiste encareciendo las
danzas tribales sagradas, como en Caná. Hoy, en junio de 2011, el día en que
completé este libro y después de casi dos milenios de gritos de dolor de
personas en todo el mundo, las autoridades cristianas decretaron globalmente
que los misioneros cristianos deberán “rechazar todas las formas de violencia…
incluida la violación o destrucción de los lugares de culto, símbolos o textos
sagrados” pertenecientes a otros. De ser así, es una verdadera razón para el
aleluya: que sea realidad para todos los grupos. Todos. Que hoy mismo, todas
las espadas se martillen para volverlas cuchillas de arado… para plantar nueva
vida en vez de dañarla.
Mi abuela Katerin decía que si escuchabas historias sobre
la Madre María durante nueve semanas seguidas sin interrupción…
O si rezabas el rosario durante nueve días seguidos sin que tu mente
divagara una sola vez…
O si caminabas hasta uno de los santuarios de Mama Marushka en el bosque
durante nueve noches seguidas: nueve por el número de meses que la Madre
Santísima cargó al Cristo viviente antes de parir la Luz del mundo.
Que si hacías cualquiera de estas cosas, se te aparecería la Santísima
Madre y contestaría cualquier pregunta que tuvieras sobre cómo vivir en la
Tierra, con el alma plenamente dotada.
Pero mi abuela dijo que también había un atajo.
La necesidad.
Que el Inmaculado Corazón escuchaba a cualquier ser humano que necesitara
consuelo, visión, orientación o fuerza… y así, la Santísima Madre llegaría de
inmediato, sus velos a flote, para cobijarnos con su manto protector, para
darnos eso que el mundo anhela tanto: el calor de la caricia compasiva de la
madre.
Sé que tanto tú como yo hemos visto muchas estatuas de Nuestra Señora,
hechas con amor pero que borran todos sus rasgos semíticos o asiáticos, inuits,
nahuas, polinesios, europeos tribales, celtas, africanos, indígenas.
No creo que la concepción de Nuestra Madre significara una
preferencia racial. Tal vez, como en la alquimia poética ancestral, al
principio “blanquearla” era tan solo un intento por mostrar que, con
frecuencia, mucho del imaginario occidental asocia la blancura con la pureza.
Por eso, durante siglos fue representada con la piel blanca, rubia o de
cabello castaño claro, a menudo además con ojos azules, como las princesas de
los cuentos de hadas, a quienes se presenta muchas veces con este tipo de
colorido. Pero no es exactamente una cuestión de color; tiene que ver con
palidecerla en todos los sentidos hasta que parezca congelada, anémica, desdibujada.
Y con el tiempo también se llegó a hablar de nuestra Mary, María, Mir-yiam,
Guadalupe, en tonos más y más quedos:
Es pura, sabes. Recatada.
Como dicen, tan contenta, tan suave,
tan callada, tan pasiva, tan sumida.
Pero debo decir “¡No!”. Y digo que en cambio Ella es:
“¡Fuego!”.
Fuego de amor
Fuego de esperanza
Fuego de compasión
Y somos su estirpe.
Espero con el amor más profundo
que también conozcan a la Mary,
María, Mir-yiam, Guadalupe
de corazón más salvaje, de largos viajes
con un mapa difuso, de noches de fogatas
en el campamento lejano;
que conozcan a Nuestra Señora,
que, cuando todos los apóstoles huyeron…
Ella se quedó… y se quedó.
No es ninguna mosquita muerta esa mujer. No es un puntito de carbón mísero
y bien portado. No es una seguidora de las órdenes mundanas. Al contrario. Es
nuestro ejemplo. La Madre Santísima, conocida como la que es capaz de
vestir con los cráteres explosivos y llameantes del Sol.
Tengo una estatuilla de porcelana de María que algún buen cristiano pintó
con esmero a mano en una fábrica que tenía miles de Marías de porcelana en una
banda transportadora; tienen pequeñas florituras doradas las orillas de su
manto. Y es hermosa.
Pero la Madre verdadera que llevo conmigo por doquier es la mujer de los
bosques, Nuestra Señora Guadalupe, cuyo manto está hecho del musgo del lado
norte de los árboles al atardecer. Ella, que tiene fragmentos de estrellas
atrapados en sus fieros cabellos de plata. Su vestido es una tela tejida suave
y burda con espinas y semillas de maleza y pétalos de rosas silvestres
enredados en ella…
Y tiene las manos sucias de cultivar cosas térreas y por todo el trabajo
que hace de día y de noche junto a sus hijas e hijos trabajadores, y los hijos
de ellos, y sus mayores, todos.
La Guadalupana no es algo simétrico
con las palmas estiradas uniformemente
y congelada en el tiempo
Ella está siempre en movimiento,
Si hay emoción, Ella está ahí.
Si hay conmoción, Ella está ahí.
Si hay júbilo, Ella está ahí
Fatiga. Ella está ahí.
Miedo, malestar, tristeza,
belleza, inspiración,
Ella está ahí.
Y en cierto sentido Ella es recatada, sí, pero de una manera distinta a
quienes quisieran desvanecer su esencia hasta transformarla en anemia: sí, Ella
es recatada en el sentido de que es cautelosa y reservada, no se deja engañar
ni faltar al respeto.
Y Ella es calmada, sí, pero no sin la voluntad de levantarse una y otra
vez. Al contrario, Ella es calmada de la misma manera en que el poderoso océano
es calmado al desplazarse por enormes depresiones y pináculos, con inmensas
olas que son como un latido de corazón: despreocupadas, intencionales,
musculares.
Y Ella es pura, sí, pero no en el sentido de nunca ensombrecerse, de nunca
dudar, de nunca tomar el camino equivocado por un tiempo, sino pura, sí, como
una piedra preciosa cortada en cientos de facetas centelleantes: ese tipo de
pureza; en otras palabras, una gema cortada por las tribulaciones, las
aventuras y los desafíos, y sin embargo, sin un solo rastro de vidrio muerto en
ninguna de sus facetas.
Sin importar todas las tribulaciones, minimizaciones, desprecios, acosos, ridiculizaciones,
la Santa Madre sigue brillando como el fuego más puro.
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