martes

CLARISSA PINKOLA ESTÉS - DESATANDO A LA MUJER FUERTE (4)


2 (1)

CÓMO BORRARON A LA GRAN MUJER:
NUESTRO PAPEL EN SU RESTAURACIÓN

DESATANDO A LA MUJER FUERTE


Madre Bendita, Mujer de múltiples rostros y múltiples nombres: te conozco como Nuestra Señora Madre Anciana, una representación tuya casi insólita. Pero en los relatos ancestrales, tú, como la anciana María, escalaste los montes hasta el Templo de Artemisa en Éfeso donde predicaste: enseñar por medio de ser. Algunos viejos creyentes cuentan que seguiste encareciendo las danzas tribales sagradas, como en Caná. Hoy, en junio de 2011, el día en que completé este libro y después de casi dos milenios de gritos de dolor de personas en todo el mundo, las autoridades cristianas decretaron globalmente que los misioneros cristianos deberán “rechazar todas las formas de violencia… incluida la violación o destrucción de los lugares de culto, símbolos o textos sagrados” pertenecientes a otros. De ser así, es una verdadera razón para el aleluya: que sea realidad para todos los grupos. Todos. Que hoy mismo, todas las espadas se martillen para volverlas cuchillas de arado… para plantar nueva vida en vez de dañarla.

Mi abuela Katerin decía que si escuchabas historias sobre la Madre María durante nueve semanas seguidas sin interrupción…

O si rezabas el rosario durante nueve días seguidos sin que tu mente divagara una sola vez…

O si caminabas hasta uno de los santuarios de Mama Marushka en el bosque durante nueve noches seguidas: nueve por el número de meses que la Madre Santísima cargó al Cristo viviente antes de parir la Luz del mundo.

Que si hacías cualquiera de estas cosas, se te aparecería la Santísima Madre y contestaría cualquier pregunta que tuvieras sobre cómo vivir en la Tierra, con el alma plenamente dotada.
Pero mi abuela dijo que también había un atajo.

La necesidad.


Que el Inmaculado Corazón escuchaba a cualquier ser humano que necesitara consuelo, visión, orientación o fuerza… y así, la Santísima Madre llegaría de inmediato, sus velos a flote, para cobijarnos con su manto protector, para darnos eso que el mundo anhela tanto: el calor de la caricia compasiva de la madre.

Sé que tanto tú como yo hemos visto muchas estatuas de Nuestra Señora, hechas con amor pero que borran todos sus rasgos semíticos o asiáticos, inuits, nahuas, polinesios, europeos tribales, celtas, africanos, indígenas.

No creo que la concepción de Nuestra Madre significara una preferencia racial. Tal vez, como en la alquimia poética ancestral, al principio “blanquearla” era tan solo un intento por mostrar que, con frecuencia, mucho del imaginario occidental asocia la blancura con la pureza.

Por eso, durante siglos fue representada con la piel blanca, rubia o de cabello castaño claro, a menudo además con ojos azules, como las princesas de los cuentos de hadas, a quienes se presenta muchas veces con este tipo de colorido. Pero no es exactamente una cuestión de color; tiene que ver con palidecerla en todos los sentidos hasta que parezca congelada, anémica, desdibujada. Y con el tiempo también se llegó a hablar de nuestra Mary, María, Mir-yiam, Guadalupe, en tonos más y más quedos:

Es pura, sabes. Recatada.
Como dicen, tan contenta, tan suave,
tan callada, tan pasiva, tan sumida.

Pero debo decir “¡No!”. Y digo que en cambio Ella es:
“¡Fuego!”.

Fuego de amor
Fuego de esperanza
Fuego de compasión
Y somos su estirpe.

Espero con el amor más profundo
que también conozcan a la Mary,
María, Mir-yiam, Guadalupe
de corazón más salvaje, de largos viajes
con un mapa difuso, de noches de fogatas
en el campamento lejano;
que conozcan a Nuestra Señora,
que, cuando todos los apóstoles huyeron…
Ella se quedó… y se quedó.

No es ninguna mosquita muerta esa mujer. No es un puntito de carbón mísero y bien portado. No es una seguidora de las órdenes mundanas. Al contrario. Es nuestro ejemplo. La Madre Santísima, conocida como la que es capaz de vestir con los cráteres explosivos y llameantes del Sol.

Tengo una estatuilla de porcelana de María que algún buen cristiano pintó con esmero a mano en una fábrica que tenía miles de Marías de porcelana en una banda transportadora; tienen pequeñas florituras doradas las orillas de su manto. Y es hermosa.

Pero la Madre verdadera que llevo conmigo por doquier es la mujer de los bosques, Nuestra Señora Guadalupe, cuyo manto está hecho del musgo del lado norte de los árboles al atardecer. Ella, que tiene fragmentos de estrellas atrapados en sus fieros cabellos de plata. Su vestido es una tela tejida suave y burda con espinas y semillas de maleza y pétalos de rosas silvestres enredados en ella…

Y tiene las manos sucias de cultivar cosas térreas y por todo el trabajo que hace de día y de noche junto a sus hijas e hijos trabajadores, y los hijos de ellos, y sus mayores, todos.

La Guadalupana no es algo simétrico
con las palmas estiradas uniformemente
y congelada en el tiempo

Ella está siempre en movimiento,
Si hay emoción, Ella está ahí.
Si hay conmoción, Ella está ahí.
Si hay júbilo, Ella está ahí
Fatiga. Ella está ahí.
Miedo, malestar, tristeza,
belleza, inspiración,
Ella está ahí.

Y en cierto sentido Ella es recatada, sí, pero de una manera distinta a quienes quisieran desvanecer su esencia hasta transformarla en anemia: sí, Ella es recatada en el sentido de que es cautelosa y reservada, no se deja engañar ni faltar al respeto.

Y Ella es calmada, sí, pero no sin la voluntad de levantarse una y otra vez. Al contrario, Ella es calmada de la misma manera en que el poderoso océano es calmado al desplazarse por enormes depresiones y pináculos, con inmensas olas que son como un latido de corazón: despreocupadas, intencionales, musculares.

Y Ella es pura, sí, pero no en el sentido de nunca ensombrecerse, de nunca dudar, de nunca tomar el camino equivocado por un tiempo, sino pura, sí, como una piedra preciosa cortada en cientos de facetas centelleantes: ese tipo de pureza; en otras palabras, una gema cortada por las tribulaciones, las aventuras y los desafíos, y sin embargo, sin un solo rastro de vidrio muerto en ninguna de sus facetas.
Sin importar todas las tribulaciones, minimizaciones, desprecios, acosos, ridiculizaciones, la Santa Madre sigue brillando como el fuego más puro.

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