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En la escuela no tenía
amigos y tampoco quería tenerlos. Me sentía mejor solo. Desde mi banco
observaba jugar a los otros, mientras ellos me miraban burlándose. Un día se me
acercó un niño nuevo durante el almuerzo. Usaba pantalones cortos, era bizco y
tenía cara de pájaro. No me gustó su pinta. Se me sentó al lado.
-Hola, me llamo David.
Yo no le contesté.
Abrió la bolsa para sacar
su almuerzo.
-Tengo sandwiches de
mantequilla de maní -dijo. -¿Y vos?
-Sandwiches de
mantequilla de maní.
-Y también traje una
banana, y papas fritas. ¿Querés papas fritas?
Agarré algunas. Había
traído un montón, eran crujientes y saladas, y brillaban en el sol. Eran ricas.
-¿Puedo agarrar más?
-Bueno.
Agarré más. Sus sandwiches
de mantequilla de maní también tenían mermelada que se salía y le caía en los
dedos. David ni se daba cuenta.
-¿Dónde vivís? -me preguntó.
-En Virginia Road.
-Yo vivo en Pickford. A
la salida podemos volver juntos. Agarrá más papas. ¿A quién tenés de maestra?
-A la señorita Colombine.
-Yo tengo a la señorita
Reed. Te veo a la salida, podemos volver juntos.
¿Por qué usaba pantalones
cortos? ¿Qué quería? No me gustaba nada,
realmente. Agarré más papas fritas.
Aquella tarde me encontró
a la salida y empezó a caminar al lado mío.
-No me dijiste cómo te
llamás -me dijo.
-Henry -le respondí.
Mientras caminábamos me
di cuenta de que nos venía siguiendo una barra de chiquilines de primer año.
Estaban como a media cuadra, pero se fueron acercando mucho.
-¿Qué querrán? -le
pregunté a David.
Él no me contestó y
siguió caminando.
-¡Che, cagón de pantalón
corto! -gritó uno de la barra. -¿Tu madre te hace cagarte en el pantalón corto?
-¡Cara de pájaro, jo, jo,
cara de pájaro!
-¡Bizco! ¡Preparate para
morir!
Entonces nos rodearon.
-¿Y tu amigo quién es?
¿Te besa el culo?
Uno le agarró el pescuezo
a David. Lo revolcó contra el pasto. David se levantó. Otro chiquilín se puso
en cuatro patas atrás de David. El otro lo empujó y David se cayó de espaldas.
Entonces otro se le sentó arriba y le frotó la cara contra el pasto. Después se
fueron. David volvió a levantarse. No dijo nada, pero lloraba. El más grande de
la barra se le acercó:
-No te queremos en la
escuela, mariquita. ¡Andate de nuestra escuela!
Le pegó un piñazo en el
estómago. Y cuando David se dobló para adelante le encajó un rodillazo en la
cara. David se cayó. Le sangraba la nariz.
Entonces me rodearon a
mí.
-¡Ahora te toca a vos!
Y empezaron a dar vueltas
alrededor mío y yo también giraba. Estaba lleno de mierda y tenía que pelear.
No entendía por qué. No parábamos de dar vueltas. Me sentía aterrorizado y
tranquilo al mismo tiempo. La cosa siguió y siguió. Me gritaban cosas, pero yo
no los escuchaba. Al final se callaron y se fueron. David me estaba esperando.
Caminamos por la vereda hacia la calle Pickford.
Llegamos a su casa.
-Yo me quedo aquí. Adiós.
-Adiós, David.
Entró y escuché los
gritos de su madre.
-¡David! ¡Mirate
la camisa y los pantalones! ¡Están todos sucios! ¡Todos los días lo mismo! ¿Por
qué te manchás la ropa?
David no contestó.
-¡Te hice una pregunta!
¿Por qué te manchás la ropa?
-No puedo no ensuciarme,
mamá…
-¿Qué no podés no
ensuciarte? ¡Niño estúpido!
Escuché cómo le pegaba.
David empezó a llorar y ella le pagaba más fuerte. Yo me quedé escuchando cerca
de la puerta. Al rato dejó de pegarle. Yo escuchaba llorar a David. Después se
calló.
-Ahora andá a estudiar tu
lección de violín -le dijo la madre.
Me senté en el pasto y
esperé. Entonces escuché el violín. Era un violín muy triste. No me gustaba
cómo tocaba David. Seguí sentado escuchando durante un rato, pero la música no
mejoró. La mierda se me había endurecido adentro. Ya no tenía ganas de cagar.
La luz de la tarde me lastimaba los ojos. Tenía ganas de vomitar. Me levanté y
me fui a mi casa.
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