martes

RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (14)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

EL GRITO II: CAMILA


Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los veinticinco días del mes de abril del año mil ochocientos once.

He jurado a Dios y prometido al Rey decir verdad. Y es lo que voy a hacer. Seguramente Señor Fiscal, a V.E. y al Tribunal les inquieta deducir el motivo por el que una dama decente, de estirpe y buen apellido, reservada a los mayores provechos, ha desistido de un destino venturoso, para convertirse en una abominada revoltosa. Desde que fui recluida en las celdas de Montevideo, vengo siendo hostigada con el argumento de que en el caso que viviera, sería una vergüenza para mi extinto padre. Sin embargo, aunque no les agrade, debo decir, que justamente fueron sus convicciones las que me impulsaron a encaminarme hacia la revolución. Yo sé que V.S. protestarán que fue un reputado súbdito español, fiel a la causa imperial y firme defensor de la alianza del trono con el altar, que guerreó contra los indios, los ingleses y los portugueses y que murió defendiendo a la Corona. Y es verdad. Pero fueron justamente esas convicciones las que lo arrebataron desde mi más tierna infancia de mi lado, para convertirlo en un hombre sumiso ante la autoridad, subordinado de los más fuertes, rígido e intolerante, que impuso reglas en el seno familiar que nos malogró a todos. Desde muy niña lo escuché en las tertulias de Montevideo, imponer el jactancioso alegato de que en estos pagos, a diferencia de otros lugares, no hay negros, ni mulatos, ni zambos, ni otra casta de sangre infecta, capaz de enlazarse con los nobles y perjudicar la hidalguía de la Nación. Por mi inocencia no entendía, recién lo entendí con los años, que la primera víctima de aquel discurso irritado, era justamente él mismo. Sin saberlo y educado en el más completo sometimiento, nunca pudo cuestionarse lo que le llegaba ensalzado por el poder colonial y eso lo convirtió en un hombre agresivo, irritable y autoritario. No crean V.S. que no lo amé, como corresponde a toda hija bien nacida y temerosa de Dios. Todo lo contrario. Pero el contacto con otras gentes me fue otorgando otra visión. Siendo aún niña, alegre y libre de angustias, me afinqué con mis padres y otros parientes en Capilla Nueva de Mercedes. Fui feliz junto a ellos. Cada domingo concurría a misa con mi inseparable esclava Ña Tomasa, que para mí fue una verdadera bendición. Junto a ella aprendí a venerar a la Virgen de Mercedes, tan adorada por esa población. ¿Por qué me sonrío? No crea que es por falta de respeto a este Tribunal. Es que vienen a mi mente las imágenes de la bien construida Capilla, con su desdibujado escudo, su dorado altar de madera y el tosco Cristo que la decora. Fue lo mejor de mi infancia. Nunca olvidaré al quebrado recorrido del Río Negro, a sus riberas, a la treintena de islas frente a Mercedes, los conciertos de pájaros y los frágiles ciclos vitales de animales y plantas. Algunas veces, más bien pocas, Padre permitió que lo acompañara hasta la costa, y que rescatara entre las blanquísimas arenas, los restos de cerámica y de instrumentos de piedra que abandonan los indios. Muy contadas veces se permitió a sí mismo abrir su coraza de creencias y mostrar su sensibilidad, esos días quedaron en mi vida, porque lo quise más. Cuando faltó Madre endureció su carácter, se concentró en su poder y se abroqueló más en su encierro. Comencé a temerle cuando noté que descargaba en los esclavos su infelicidad. A veces, V.S., durante la noche, venía hasta mi cama, clavaba sus ojos en los míos y azotaba sus piernas con su rebenque. Entonces, me envolvía con las frazadas porque no lo podía soportar. No crean V.S. que lo que les estoy contando nada tiene que ver con mis definiciones. Todo lo contrario. En la Iglesia conocí a otros devotos de los que me hice inseparable. Eran de diferente cuna, pero amaban al mismo Dios que amaba yo. Junto a los párrocos me ayudaron a entender la enfermiza doctrina realista que respiraba en mi hogar. En la medida que iba creciendo, cada vez más tomaba conciencia que los hechos les daban la razón.

Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los veintisiete días del mes de abril del año mil ochocientos once.

Durante mi estadía en Capilla Nueva no me brindé a alardes sociales, ni me consagre a ostentar pañuelos y mantillas, o los novísimos colores de las faldas de bayeta. Mi obsesión fue la gente. V. S., integrantes de este Tribunal, lo que aprendí de los que me rodeaban, lo que me aleccionó la realidad, es lo degradante del sistema español, que relega a los súbditos americanos. Mientras premia a los residentes europeos con distinciones y prerrogativas, restringe o impide las actividades de los criollos. Soy testigo de que ese oprobioso sistema condena a los cultivadores que la ingrata fortuna no les permitió hacer suya aunque sea algunas pocas cuadras de buen terreno, a sembrar al azar, muchas veces en lugares remotos, para poder sostener a sus familias. He visto que los hacendados, aun teniendo terrenos no pueden labrarlos, por no contar con cercos que impidan que sus sementeras sean invadidas por los ganados; conocí de cerca el drama de la polilla de la campaña, los infelices que pese a ocupar durante años tierras realengas, terminan siendo desalojados por carecer de título o autorización. Nadie que no sea un malvado podrá desconocer que el origen de las discordias y de las calamidades públicas, está en las disconformidades sociales y no en los libros que prohibís y que con todo el peso de vuestro poder alejáis de su lectura. No son los alborotadores y sediciosos como vos los llamáis los responsables del descontento, no lo son tampoco los curas que denuncian las desdichas con las que conviven a diario y que tratan de mitigar con sus sermones en sus parroquias, del malestar son responsables las estrategias realistas, el yugo al que son sometidos por vuestro desgobierno. Cuando estalló la insurrección en Capilla Nueva creísteis que con algún sargento y unos pocos soldados la protesta sería sofocada y que la generalidad de los habitantes se mantenía en estado de sumisión y apocamiento. Confiados, ni siquiera quisisteis darle con propiedad a los alzados el nombre de enemigos, porque nos consideraban de poca consideración. Siempre imaginasteis a los habitantes venales e inicuos, vuestra soberbia no les permitió apreciar que estaba llena la medida del sufrimiento y que los seres humanos no somos otra cosa que nuestra moral. Durante mucho tiempo fui testigo del padecimiento de la gente, hurgué en su desconsuelo para poderlo comprender, escuché sus clamores, la revolución en Buenos Aires le dio esperanzas, el padecimiento se transformó en insubordinación. Y la insubordinación devino en rebelión. No hay nada que pueda apagar el incendio de las almas. Y en Capilla Nueva las almas de los pobladores se enardecieron. En cada casa, en cada palmo de tierra, en las pulperías, en las plazas, en la ribera, en las chácaras, hombres y mujeres, niños y ancianos, gentes de todos los oficios, percibieron que acababa una época de ignominia y que de ellos dependía que iniciara otra, colmada de ilusión. Señores del Tribunal, de acuerdo al oficio que estáis confeccionando y al contenido del sumario, me doy cuenta que quienes han testificado en mi contra son los mismos que en su momento denunciaron a las autoridades españolas de Capilla Nueva los preparativos del alzamiento. Por ese motivo no tiene sentido que objete las delaciones, responderé minuciosamente, a sabiendas de que mis confesiones solamente pueden perjudicar a mi persona, ya que al resto de los aquí denunciados no los puede alcanzar el oprobioso brazo militar español. Estoy convencida que quienes me acompañaron en esta lucha me envidian la gloria de padecer por mi amada patria y tengo la certidumbre que muy cerca en el tiempo estarán junto al resto de los orientales en las puertas de esta muy fiel y conquistadora, reclamando mi liberación.

Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los 30 días del mes de abril del año mil ochocientos once.

Señores del Tribunal, Señor Fiscal, tal como aquí se ha evidenciado y figura en actas, con Justo Correa, Jacinto Gallardo, Cecilio Guzmán y tantos otros participé activamente en la organización de la conspiración contra el poder que Vosotros representáis, desde mucho antes que estallara la insurrección, por lo menos desde que fue detenido Don Mariano Chaves, hacia mediados de 1810. Por aquel entonces nuestra ocupación consistía en difundir cuanto nos llegara de Buenos Aires en forma impresa, para posteriormente comprometer a cada paisano, a cada familia, a cada pago, a cada partido, para que de ser necesario formaran parte del alzamiento. Nada debía quedar librado a la espontaneidad, ni al azar, por tal motivo no hubo lugares en los que no anduviéramos, tanto solos como en grupo. Junto con Sebastián Cornejo, Basilio Cabral y Francisco Bicudo recorrimos Cololó desde la Cuchilla hasta el Río Negro, la región de Coquimbo y la de Sarandí. Recuerdo la alegría de la mujer de Bicudo, María Isabel Domínguez, cuando la visitábamos. Siempre nos sorprendía informándonos de nuevos apoyos a la justa causa. En alguna ocasión, con el objetivo de tener noticias sobre el Cuerpo de Ejército comandado por Martín Rodríguez, acompañamos al porteño Enrique Reyes en sus viajes a Gualeguaychú, Gualeguay y Arroyo de la China. Con el correr de los meses de la agitación pasamos a tener que sostener a la paisanada.  Los ánimos de la gente fueron caldeándose por lo que tardaba la llegada de las tropas, había que evitar que explotara, para colmo, la involuntaria infidencia de Martin Brocal, puso a la guarnición de Mercedes en alerta. Presencié la provocación que desataron como respuesta, vi las partidas avanzando por el pueblo, escuché los gritos de amedrentamiento, pero en los rostros de la gente el desasosiego ya había dado paso a la resolución. Cualquiera cede al rigor de los castigos, pero cuando se ha connaturalizado la violencia, cuando los ojos se han familiarizado con los sufrimientos, las amenazas pierden su vigor. Todo era cuestión de tiempo. Por aquel entonces, acompañada por un grupo de vecinos, volvía de la Calera Real de Dacá. A la vera de una espesa arboleda de Dardos de Castilla, hacía un alto en su camino, un reducido grupo de hombres, era notorio que habían estado galopando durante todo el día. Todos reconocimos a uno de ellos por ser un asiduo visitante de Capilla Nueva, adonde contaba con muchos seguidores. Un aire fresco nos caló el alma en aquel tórrido verano, era Don José Artigas. Lo saludamos desde lejos, aquel nombre era repetido como el posible jefe que todos reclamábamos. Lo vimos partir, no quedó en el pueblo, por lo que especulamos que seguramente seguía hasta Buenos Aires a confirmar su grado. La lectura en la Plaza de Capilla Nueva del manifiesto por el que Elío declara rebeldes a Buenos Aires y sus seguidores, las provocaciones, la serie de órdenes anti políticas y el plan de vergonzosas imposiciones, acrecentaron el implacable odio al Virrey y al poder colonial. Aquellos tristes recursos aumentaron el cúmulo de errores. Se equivocó ese hombre orgulloso, irascible y peligroso y con sus medidas y amenazas agudizó todos los males. Nada ni nadie podía ya contener el despertar de la naturaleza humana, tanto tiempo mutilada. Todo parecía avanzar inexorablemente hacia un destino prefijado. Con Pedro Viera estuvimos vinculados desde que comenzó sus visitas a Capilla Nueva para organizar la insurrección, algunas veces lo acompañamos hasta sus pagos en Biscocho, adonde personalmente conocí a su señora, Doña Juana Chacón y a su hijo Celedonio. Ella me contó que desde que llegaron a Soriano, su esposo estuvo dedicado a las faenas rurales y que fue capataz y administrador de las estancias del malaqueño español Juan María Almagro y de la Torre. Por mi parte pude comprobar el inmenso prestigio que tenía Viera entre los paisanos de los partidos colindantes. La historia le había reservado un lugar de privilegio como uno de los comandantes del alzamiento.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+