1ª edición / Caracol
al Galope 1999
1ª edición WEB /
elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
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(1)
Se despidió de Diogo en
el centro de la plaza y rodeó la fuente desactivada mientras lo saludaba desde
lejos levantando la mano, junto a los querubines de mármol amarillento y los
delfines que nadaban su silencio lechoso en un mar de tiempo ciego. Caminaba
pesadamente porque por primera vez en meses estaba satisfecho y no sentía ni el
asco ni las ganas de vomitar que lo obligaban a odiarse por haberse llevado
cualquier cosa a la boca. Cuántas veces había soñado con aquella comida en la
ciudad, platos que parecían condensados en algún tipo de memoria bucal con la idea
de distraerse y concentrarse para poder hacer más soportable la comida que
tenía a disposición. Y sin embargo, sentado en el restaurante frente a Diogo,
su cuerpo siguió imponiéndose como un reloj y nada pareció haber cambiado
cuando se inclinó sobre el plato y preguntó:
-Perdoná, ¿qué horas son?
-Las dos y diez.
-Preciso ir al baño, ya
vuelvo.
Se levantó, cruzó el
corredor y empujó la puerta con el hombro. Al cerrarla sacó las cápsulas y las
sostuvo en la palma de la mano, observando con atención el nombre impreso del
medicamento. No son de plástico común, se dijo, porque fueron hechas para ser
disueltas por los jugos gástricos. Una pequeña maravilla de la tecnología
aunque no sirvan para nada. Entonces hizo girar el brazo y las dejó caer, como
lo venía haciendo tres veces al día durante el último mes y medio. Quedaron
allá abajo, sin haber hecho ruido al entrar al agua, reposando sobre el fondo
de cerámica hasta que él accionó la cisterna y desaparecieron tragadas por el
torbellino para ir a juntarse con la porquería de algún caño invisible. Después
miró las marcas de la pared. Bajo la débil capa del nuevo encalado los nombres insistían
en imponerse y prevalecer, y reconoció el suyo junto a unos versos obscenos y
unos dibujos pornográficos que en su momento grafiteó laboriosamente. Ahora ya
no podía reconocerse en aquel muchacho excitado y carcajeante que pretendía
exponer lo que todavía no terminaba de entender completamente. “Como si algo,
alguna cosa” pensó, “pudiera terminarse de entender completamente”.
Cruzó la plaza y siguió
caminando por una calle de árboles altos que llevaba hasta el río. El sol le
caía con fuerza en la cabeza mientras subía observando la oscilación de su
propia sombra sobre el asfalto. Y de repente vio al viejo que esperaba para
cruzar la calle, apoyado en un bastón. Ángel aminoró la marcha y lo observó
dejar pasar un auto e intentar apoyar un pie en el asfalto. Cuando logró
estabilizarse pasó otro auto que frenó un momento antes de doblar en la esquina
y el viejo se decidió a cruzar, vigilando con el rabo del ojo y manteniendo el
bastón en alto como si fuera una espada, cargando la sombra lenta que oscilaba
detrás de los pies arrastrados y las rodillas apenas dobladas, avanzando sin
apuro pero también sin vacilaciones y alerta al equilibrio del cuerpo que
dudaba pero seguía adelante, la cabeza rala y brillando y el gesto de la
mandíbula saliente que parecía arrastrar todos sus otros huesos, hasta que
llegó al otro lado, levantó una pierna y empujó el resto del esqueleto sobre la
vereda. Entonces se detuvo casi erguido y un reflejo de victoria le atravesó
los ojos como si se sintiera observado, antes de comenzar a caminar nuevamente
y desaparecer detrás de la esquina. Y ahora Ángel comprendió que también odiaba
a los más viejos, por haber llegado a dolores y miserias que él no conocería.
Después pensó en su
padre. Esa mañana habían bajado caminando hasta la plaza y él le miraba de
reojo el bigote gris mientras olía los perfumes del cigarro y la loción de la
cara recién afeitada, sabiéndolo lejano o separado de una manera que no podía
entender. O acaso siempre lo estuvieron y él nunca se dio cuenta. Recién ahora
parecía recordar que un año y medio atrás en la estación hubo algo de despedida
definitiva en la última mirada de su padre. Y después vinieron las vacaciones
de julio, el viaje de fin de año, las cartas, una llamada telefónica de vez en
cuando. Y ahora esta gran distancia. “Cómo decirle que todo lo que me sostuvo
hasta este momento ya no tiene significado para mí. Ni los estudios ni la
agricultura ni la prosperidad del futuro. Yo no me haría entender o él no me
entendería y nada serviría para nada porque estás solo y esto es lo que te tocó
y es tuyo, sólo tuyo y de nadie más, y nadie puede ayudarte ni hacer nada”.
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