4 / APOTEOSIS (3)
Tiresias, el vidente
ciego, era varón y hembra: sus ojos estaban cerrados a las formas rotas del
mundo de la luz y las parejas de contrarios, y sin embargo, vio en su interior
la tragedia del destino de Edipo. (95) Shiva aparece unido en un mismo cuerpo
con Shakti, su esposa -él a la derecha, ella a la izquierda- en la
manifestación conocida como Ardhanashira, “El Señor mitad Mujer”. (96) Las
imágenes ancestrales de ciertas tribus africanas y melanesias, muestran en un
solo ser los pechos de la madre y la barba y el pene del padre. (97) Y en
Australia, un año después de la prueba de la circuncisión, el candidato a la
virilidad sufre una segunda operación ritual, la de la subincisión (un abertura
en la parte inferior del pene), con el objeto de formar un canal permanente a
la uretra). A esta abertura se le llama el “vientre del pene”. Es una vagina
masculina simbólica. El héroe se ha convertido, en virtud de dicha ceremonia,
en algo más que un hombre. (98)
La sangre que se usa en
la pintura ceremonial y para pegar plumón blanco sobre el cuerpo la derivan los
padres australianos de sus propios canales de subincisión. Abren las viejas
heridas y la dejan correr. (99) Simboliza al mismo tiempo la sangre menstrual
de la vagina y el semen del varón, así como la orina, el agua y la leche
masculina. Este flujo muestra que los hombres mayores poseen la fuente de la
vida y del alimento dentro de sí mismos; (100) esto es, que ellos y la fuente
inagotable del mundo son la misma cosa. (101)
La llamada del Gran Padre
Serpiente fue motivo de alarma para el niño; la madre significaba la
protección. Pero el padre vino. Fue el guía y el iniciador de los misterios de
lo desconocido. Así como el padre es el intruso original en el paraíso del niño
con su madre, es el enemigo arquetipo; de este momento en adelante, a través de
toda la vida, todos los enemigos son símbolos (para el inconsciente), del
padre. “Todo aquello que se mata se convierte en el padre.” (102) De aquí la
veneración que se tiene en las comunidades de cazadores de cabezas (en Nueva Guinea,
por ejemplo) a las cabezas humanas que producen las incursiones en busca de
venganza. (103) De aquí la compulsión irresistible de hacer la guerra: el
impulso de destruir al padre está continuamente transformándose en violencia
pública. Los ancianos de la raza o de la comunidad inmediata, se protegen de
los hijos que crecen, por la magia psicológica de sus ceremoniales totémicos.
Ellos representan al padre ogro, y luego se revelan también como la madre que
alimenta. Un paraíso nuevo y más amplio queda así establecido. Pero este
paraíso no incluye a las tribus o razas enemigas tradicionales, contra quienes
la agresión se proyecta todavía sistemáticamente. Todo el contenido del padre y
de la madre “buenos”, queda en casa, mientras que lo “malo” permanece a su
alrededor porque ¿quién es ese filisteo, ese incircunciso para insultar así al
ejército del Dios vivo? (104) Y no cejéis en la persecución del pueblo, que si
os doléis, también ellos se duelen como os doléis, y esperáis de Alá lo que
ellos no esperan…” (105)
Los cultos totémicos,
tribales, raciales, y los agresivamente misioneros, representan sólo soluciones
parciales al problema psicológico de vencer al odio por medio del amor; son
sólo parcialmente inciadores. El ego no está aniquilado en ellos, más bien está
ampliado; en vez de pensar en sí mismo, el individuo se dedica al todo de su
sociedad. El resto del mundo mientras tanto (o sea, con mucho, la porción mayor
de la humanidad) queda fuera de la esfera de su simpatía y protección, porque
está fuera de la esfera de la protección de su dios. Entonces toma lugar ese
dramático divorcio de los dos principios del odio y del amor que las páginas de
la historia ilustran abundantemente. En vez de limpiar su propio corazón, el
fanático trata de limpiar el mundo. Las leyes de la Ciudad de Dios se aplican
sólo a él y su grupo (tribu, iglesia, nación, clase, o cualquier otra cosa);
mientras tanto se aviva el fuego de una perpetua guerra religiosa (con buena
conciencia y con el sentido de un servicio piadoso), contra aquella gente no circuncisa
pagana, bárbara, extraña, “nativa”, que ocupa la posición del vecino. (106)
Notas
(95) Sófocles, Edipo
Rey; véase también Ovidio, Metamorfosis, III, 324 ss, 511 y 516. Otros
ejemplos del hermafrodita como sacerdote, dios o vidente aparecen en Herodoto,
4, 67; Teofrasto, Caracteres, 16, 10-11, y en Voyage and Travels de
J. Pinkerton, cap. 8, p. 427; “A Ner Account of the East Indies”, por Alexander
Hamilton. Citados por Young, op. cit., pp. 2 y 9.
(96) Ver Zimmer, Myths and Symbols in Indian Art
and Civilization, fig. 70.
(97) Ver lám. X.
(98) Ver B. Spencer y F. J. Guillen, Native Tribes of
Central Australia (Londres, 1899), p. 263; Róheim, The Eternal Ones of
the Dream, pp. 164-165. La subincisión produce artificialmente
una especie de hipospadias que se asemeja a la de cierta clase de
hermafroditas. (Ver el retrato de la hermafrodita Marie Angé, en Young, op.
cit., p. 20.)
(99) Róheim, The Eternal Ones of the Dream, p. 94.
(100) Ibid., pp. 218-219.
(101) Compárese con la
siguiente descripción del Bodhisattva Darmakara: “De su boca salía un dulce y
más que celeste olor a sándalo. De todos los poros de su cabeza brotaba olor de
lotos, y él agradaba a todos por su gracia y belleza, dotado con la plenitud
del más brillante color. Como su cuerpo estaba adornado con todos los buenos
signos y marcas, surgían de los poros de su cabeza y de las palmas de sus manos
toda clase de ornamentos preciosos con todas las formas de las flores,
incienso, olores, guirnaldas, ungüentos, sombrillas, banderas y estandartes y
también en la forma de todos los instrumentos musicales. Y aparecían también,
saliendo de las palmas de sus manos, toda clase de viandas y bebidas, alimentos
duros y suaves, carnes, dulces, y toda clase de gozos y placeres.” (The Larger Sukhhavati Vyuha, 10; “Sacred Books
of the East”, vol. XLIX, parte II, pp. 26-27.)
(102) Róheim, War. Crime, and the Covenant, p.
57.
(103) Ibid., pp. 48-68.
(104) I Samuel, 17: 26.
(105) Corán, IV, 105.
(106) “Porque nunca se
detiene el odio con el odio: el odio se detiene con el amor, esto es una vieja
regla” (del Dhammapada budista, 1:5; “Sacred Books od the East”, vol. X,
parte I, p. 5; traducción de Max Müller.)
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