2
Recuerdo el Fort T. Te sentabas allá arriba y veía el amistoso movimiento
de las veredas, y en las mañanas frías o a veces en cualquier momento, mi padre
tenía que colocarle la manivela a la parte delantera del motor y hacerla girar
unas cuantas veces para que arrancara.
-Te podés partir el brazo haciendo esto. Te patea peor que un caballo.
Los domingos, cuando no nos visitaba la abuela, nos íbamos de excursión con
el Fort T. A mis padres les gustaban las plantaciones de naranjales, millas y
millas de árboles bordeando la carretera, siempre florecidos o cargados de naranjas.
En la heladerita llevábamos fruta, y una canasta con sándwiches de salami y
mortadela, papas fritas, bananas y gaseosa. A la gaseosa había que irla pasando
continuamente de la heladera a la canasta, porque se congelaba muy rápido.
Mi padre fumaba Camel y se pasaba haciendo trucos con los paquetes.
¿Cuántas pirámides hay aquí? Vamos, cuéntenlas. Y después que las contábamos
nos mostraba que había más.
También sabía hacer trucos con las jorobas de los camellos y las palabras
escritas en el paquete. Los cigarrillos Camel eran cigarrillos mágicos.
Me acuerdo perfectamente de lo que pasó un domingo. La canasta de picnic ya
estaba vacía, pero seguíamos avanzando entre las plantaciones de naranjos, cada
vez más lejos de la ciudad.
-Papá -dijo mi madre. -¿No te parece que nos vamos a quedar sin nafta?
-No, todavía estamos bien.
-¿Adónde vamos?
-¡Voy a agarrar unas cuantas naranjas!
Mi madre se quedó sentada muy rígida mientras seguíamos avanzando. Entonces
mi padre estacionó cerca de un alambrado y nos quedamos quietos, escuchando.
Después mi padre abrió la puerta de una patada y bajó.
-Traé la canasta.
Saltamos el alambrado.
-Síganme -dijo mi padre.
Entonces nos metimos en la sombra que había entre dos hileras de naranjos. Y
de golpe mi padre empezó a agarrar naranjas de las ramas más bajas del árbol
que tenía más cerca. Arrancaba las naranjas como si estuviera furioso, y las
ramas también parecían saltar enfurecidas. Iba tirando las naranjas a la cesta
de picnic que sostenía mi madre. A veces le erraba y yo recogía las naranjas
del suelo y las metía en la canasta. Mi padre siguió arrancando naranjas de las
ramas más bajas de los árboles y tirándolas frenéticamente en la canasta.
-Papá, ya tenemos bastantes -dijo mi madre.
-Las pelotas.
Siguió arrancando.
Entonces apareció un hombre muy alto que llevaba una escopeta.
-¿Qué estás haciendo, estúpido?
-Estoy agarrando naranjas. Aquí hay naranjas de sobra.
-Pero son mis naranjas. Así que decile a tu mujer que las tire al suelo.
-Aquí hay un jodido montón de naranjas. A usted no le van a hacer falta
estas pocas jodidas naranjas.
-No pienso perder ninguna naranja. Decile a tu mujer que las tire al
suelo.
El hombre apuntó a mi padre con la escopeta.
-Tiralas -le dijo mi padre a mi madre.
Las naranjas rodaron por el suelo.
-Ahora -dijo el hombre- vayánse de mi plantación.
-Usted no necesita todas estas naranjas.
-Yo sé lo que necesito. Fuera de aquí.
-¡A los tipos como usted los tendrían que colgar!
-Aquí la ley soy yo. ¡Y les dije que se fueran!
El hombre volvió a levantar la escopeta. Mi padre se dio vuelta y empezó a
caminar. Nosotros lo seguimos y el hombre nos escoltó. Subimos al coche, pero
fue una de esas veces que no arrancaba ni al tercer encendido. Mi padre salió
del coche con la manivela. Le dio un par de vueltas pero no arrancó. Mi padre
estaba empezando a sudar. El hombre seguía parado al borde de la carretera.
-¡Hacé andar esa maldita caja de galletas! -gritó.
Mi padre le dio otra vuelta a la palanca.
-No estamos en su propiedad. ¡Podemos estar aquí todo el tiempo que
queramos!
-¡Un carajo! ¡Saquen rápido esa cosa de aquí!
Mi padre hizo girar otra vez la manivela. El motor bufó unas cuantas veces,
pero después se paró. Mi madre tenía la canasta de picnic vacía en la falda. A
mí me daba miedo mirar al hombre. Mi padre accionó de nuevo la manivela y el
motor arrancó. Montó de un salto en el coche y empezó a maniobrar para salir.
-No vuelvan por aquí -dijo el hombre-, o la próxima vez van a pasarla peor.
Mi padre avanzó con el Ford T. El hombre seguía parado junto a la
carretera. Mi padre empezó a manejar muy rápido. Entonces aminoró la marcha de
golpe y dio un giro de noventa grados. Volvió hasta donde había estaba parado
el hombre. Ya no estaba. Volvimos hacia la ciudad.
-Algún día voy a volver a ajustarle las cuentas a ese hijo de puta -dijo mi
padre.
-Papá, vamos a cenar bien esta noche. ¿Qué te gustaría? -preguntó mi madre.
-Chuletas de cerdo -contestó él.
-Nunca lo había visto manejar tan rápido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario