(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)
Las provocaciones no
hacen otra cosa que exacerbar los ya crispados ánimos. En el bar, en la
Iglesia, en las reuniones familiares, el odio al español va creciendo. Nada lo
aplaca, pero el tan mentado Rodríguez sigue sin aparecer y los vecinos
continúan mirando al río.
-No llegó todavía el
momento -se calman mutuamente.
Luego del incidente,
Correa se vuelve más taimado y mañoso y evita opinar en lugares que no le
parecen convenientes. Por eso es muy cuidadoso cuando lo encara Pedro Viera, un
vecino de Biscocho, una región invadida por rocas calcáreas, gravas, arcillas y
limos.
Sin vueltas el visitante
le espeta:
-Sé que quiere avanzar al
pueblo.
El alférez lo mide. Por
su trabajo, tiene experiencia en examinar a la gente. Mientras Viera habla, va
adivinando que es un hombre resuelto, que tiene unos treinta años, y que por el
acento seguramente es portugués. Le cae bien, pero dada la situación, contesta
con evasivas.
-Yo tengo veintiocho
hombres de confianza para ayudarlo -lo tienta el viajero.
No es algo como para
desechar dada la situación, por eso Correa procura penetrar en sus intenciones
y para lograrlo inventa obstáculos, que su interlocutor va sorteando. Es un
duelo de palabras y miradas, de suspicacias por un lado y de tanteos y
franqueza por el otro. Viera se muestra activo, inteligente, de franca y
exhuberante conversación y con un espíritu llano, liberal. Parece un hombre
bueno y justo, pero como se sabe las apariencias suelen engañar.
-Todo lo da llano y fácil
-ríe más tranquilo Correa, que aunque le dice que cuente con él, no está
dispuesto a mostrar todas las cartas. -Mis enfermedades no me permiten
apersonarme, hágalo usted. Con mucho silencio vaya convocando toda la gente que
pueda, que cuando sea tiempo le avisaré. Pero cuando baje a hablarme hágalo de
día y no de noche, por los espectadores que tengo desde que oscurece.
Viera lo mira en parte
satisfecho. Tiene experiencia en las lides de la guerra y así se lo hace saber
a Correa. Lenguaraz como pocos y para terminar de ganarse su confianza, le
cuenta que cuando los luso brasileños se hicieron de las Misiones Orientales,
había prestado servicios en el ejército de los Chimangos riograndenses, con el
que había tomado contacto con poblaciones de origen hispano y que luego de
desertar optó por quedarse en Montevideo, en donde se había enterado de la
caída de Buenos Aires en manos inglesas. Y con un guiño cómplice finalmente
abre su corazón para decirle que está radicado en Santo Domingo de Soriano con
su mujer Juana Chacón Álvarez, con quien hacía menos de un año había tenido un
hijo, al que bautizó Celedonio. Dicho esto, sube al caballo y golpeando con
entusiasmo las ancas del animal, sale como un rayo rumbo a sus pagos, para
retornar al hogar aunque también para informar a los demás criollos de lo
acordado.
***
El patricio porteño
Enrique Reyes es un hombre apasionado, impaciente, intranquilo, histriónico,
ansioso, en suma, incontrolable, su problema es que tampoco puede controlarse a
sí mismo y así sobrevienen sus desdichas. Ahora está obsesionado por conseguir
noticias del a esta altura famoso Martín Rodríguez y con tal fin no pierde
tiempo en ningún otro menester. Todo lo va sacrificando con tal de lograr su
objetivo, a tal punto que ha abandonado sus quehaceres particulares hasta que
sean conquistados todos los pueblos. No importa que los demás le digan que
tiene que controlarse, que ya llegarán noticias, está enamorado de la justa
causa y por eso cada día ensilla su caballo y parte veloz como el viento. Unos
días vuela hasta Gualeguaychú, otros a Gualeguay, otros al Arroyo de la China,
nada lo arredra, ni el calor estival que enciende las praderas, ni los
repentinos temporales, ni las partidas españolas. Sus pertenencias caen en el
abandono, pero no importa, su cabeza está en otra cosa. En su imaginación se ve
como portador de la gran noticia con la que conmoverá a la población de
Mercedes, pero hasta el momento solamente ha regresado con la información de
que Rodríguez está en Paraná. Y al día siguiente, una y otra vez, de nuevo
parte camino a lo desconocido con la ilusión a cuestas, aunque todo indica que
volverá por la noche o días después con las manos vacías. Va, retorna, vuelve a
salir y protesta hasta que el enojo le
pinta de colores la cara y le dificulta la respiración. Entonces es
tranquilizado por los demás, que en el fondo se divierten con aquel espíritu
díscolo, que no puede consigo mismo. Pero un día regresa con algo más, que por
supuesto confía a los partidarios, que ya poco creen en sus andanzas; es que ha
averiguado más datos del militar que todos están esperando. Entonces les cuenta
que Martín Rodríguez es un jefe militar riograndense, de actuación destacada
durante la Revolución de Mayo, que ha sido destinado a Entre Ríos, en apoyo a
Miguel Belgrano. La información corre como pólvora por el poblado y le vale al
patricio porteño cierta consideración, que pronto se esfuma, cuando continúa
llegando sin noticias que valgan la pena.
-Ahí va de nuevo Reyes
-festejan los paisanos, cuando lo ven pasar al trote siempre con rumbo
diferente y ganado por la preocupación. Entonces hacen bromas, en el fondo
porque su desasosiego a todos los representa.
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