domingo

EL TALLER DE LA VIDA / confesiones (27)


HUGO GIOVANETTI VIOLA

Primera edición: Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada: Horacio Herrera.

TRES: LA SOLEDAD DEL PARAÍSO

13 / DON QUIJOTE

Y ahora también me ariiesgo a definir al personaje bicéfalo Don Quijote-Sancho Panza como un símbolo de las malandanzas del imperio español queriendo evangelizar el planeta a espadazos: una locura supuestamente santa prometiéndole ínsulas a un pueblo que era capaz de cagarse arriba de horror y seguir redimiendo a lo bestia.

¿Y quién fue el nuevo Quijote que trastornó los mares para vengarse de los holocaustos de la Inquisición? ¿Quién fue el Capitán Ahab? ¿Quién sigue siendo el Anticristo? Se llama así: el ejército ilustrado de la filosofía de la inmanencia al servicio del lustre de los egos modernos.

¿Qué consuelo encontraríamos en saber que los sufrimientos de millones de hombres han permitido la revelación de una situación de la condición humana, si más allá de dicha situación límite sólo estuviera la nada?, pregunta Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, cuando ya mediando el siglo XX lo que imaginó proféticamente Spinoza como remedio para la imaginación loca era peor que la enfermedad.

Y enseguida sentencia inapelablemente, y sobre todo si valoramos el diagnóstico en pleno 2008: En realidad el horizonte de los arquetipos y de la repetición sólo puede ser superado impunemente mediante una filosofía de la libertad que no excluya a Dios. Tal cosa fue, por lo demás, lo que aconteció cuando el horizonte de los arquetipos y de la repetición fue por primera vez superado por el judeocristianismo, que introdujo en la experiencia religiosa una nueva categoría: la fe.

Y un poco más adelante: Si los milagros han sido tan raros desde la aparición del cristianismo, ello no es por culpa del cristianismo, sino de los cristianos. La fe, en ese contexto, como asimismo en muchos otros, significa la emancipación absoluta de toda la especie de la “ley” natural y, por tanto, la más alta libertad que el hombre puede imaginar: la de poder intervenir en el estatuto ontológico mismo del universo. Es, en consecuencia, una libertad creadora por excelencia.

Un paréntesis: ¿cuántos países tiene un poeta que haya escrito en el filo del 900 algo parecido a lo que profirió Julio Herrera y Reissig en su Tertulia lunática?: Yo te excomulgo, Ananké!

Y volviendo a Eliade, sumamos un redondeo que hace acordar tanto a Artigas que eriza: Sólo semejante libertad (dejando de lado su valor soterológico y, por consiguiente, religioso en el sentido estricto) es capaz de defender al hombre moderno del terror a la historia: a saber, una libertad que tiene su fuente y halla su garantía y su apoyo en Dios. Toda otra libertad moderna, por más satisfacciones que procure al que la posea, es impotente para justificar la historia; lo cual, para todo hombre sincero consigo mismo, equivale al terror a la historia.

Ah, Moby Dick, en el fondo nunca fuiste otra cosa que el fantasma de la inasible Dulcinea interior, la abismal paridora que nos encaja un Ojo sobrehumanamente revolucionario, arponeada por los embalsamadores que leyeron demasiados mamotretos sobre el ateísmo andante.

Y hay que agregar que Yirmiyahu Yovel, que revisa y desmenuza con precisión de pulidor de cristales las desviaciones de los sucesores del marrano de la razón, elude criticar al relativista y sin la menor duda trascendentalista Einstein incluso en la solapa del libro como prestigioso capitán del ejército de la inmanencia.

Revisemos, en cambio, un palo dedicado al fundador del psicoanálisis: ¿Sugeriría Freud que aquí se necesita una forma colectiva de transferencia que gire en torno a la figura de un nuevo líder espiritual, un profeta antirreligioso, un Moisés, Jesús, Spinoza o Freud moderno? ¿Es esta una de las razones por las que se caracterizó al psicoanálisis, ostensiblemente una ciencia, como movimiento (Beweeung), y como tal se lo organizó, viéndose a los disidentes como herejes?

O esta especie de mala calificación escolar que se lleva el factótum de los Partidos que construyeron un verdadero reino del revés, para hablarlo en María Elena Walsh: Marx expulsó a Dios del ser pero pero, parafraseando a Nietzsche, no venció a las “sombras” del Dios muerto. En términos de este libro, no regresó de Hegel al naturalismo de Spinoza, como quizá querían Balibar y los discípulos de Althusser.

Pero a Einstein convenía nombrarlo nada más que en la solapa, porque para los spinozianos es demasiado parecido a una repetición del Galileo que enloqueció al Vaticano y lo obligó a terminar pidiéndole perdón.

¡El colmo de la barbarie!, comentó Spinoza cuando Joahn de Witt, líder de la república, fue asesinado y descuartizado en una calle de La Haya. ¿Qué diría ahora, frente al enmascaramiento democrático del capitalismo salvaje rezador de su ratio?


14 / CREER

Cuando me enteré que Daniel Bentancourt había pasado la Navidad del 95 en Montevideo, un mes antes de morir, emcerrado en el apartamento de su hermano Roberto casi sin poder moverse y prohibiendo que nos avisaran a los amigos, no tuve más remedio que reinventar su último viaje a la blancura del sol natal escribiendo un texto muy breve que enseguida generó el cuentario Fe a domicilio.

Ese fue el primer libro que produje en la imprenta de Laura Etorena, una amiga de Guillermo Büsch que nos hizo los catálogos para la retrospectiva de mi padre organizada por el Centro de Artistas Plásticos en el 97.

Al final Laura, que era sobrina nieta de Onetti, me propuso montar una editorial y cuando Morir con Aparicio quedó libre de un contrato en exclusividad que me obligó a firmar un matón trastornado en el 89, conseguimos un tercer sponsor y preparamos una preciosa tercera edición ampliada y prologada por Rómulo Cosse que se agotó muy rápido y fundamos el Caracol al Galope, nombre inspirado en una colección parisina que dirige un amigo de Olver, el poeta Efer Arocha.

Las hermanas Etorena tienen sangre peruana, y Laura era una morocha chiquita y campaneante que conservaba un solo recuerdo de su tío abuelo célebre. Cuando Onetti decidió autoexiliarse hubo una despedida familiar y de repente el futuro Premio Cervantes le comentó a su primo: Pero mirá qué ojos que tiene esta chiquilina. ¿No me la podés mandar pa España?

Eran unos ojazos con una floralidad azabache capaz de generar una especie de implosión cósmica en cualquier momento y ahí te hundías, tranquilo. Porque los astronautas nunca se desesperan frente a la desnudez carnívora donde desaparecen el día y la noche. Y creen.

Gracias al Caracol al Galope y a la generosidad sin barreras de mi socia pude publicar El viento de la desgracia, el novelón que me había dejado en la mano Daniel Bentancourt. Fue un desafío bravísimo, porque primero se la di a Saúl para que tratara de colocarla en México mientras Bervejillo probaba en un sello con lobby de esos que yo ni piso, pero no hubo manera.

Hasta que un día me decidí por lo menos a tipearla con prolijidad profesional y de golpe le empecé a hacer correcciones formales y se me desencadenó una necesidad tan grande de transformarla en una espada que la dejé literalmente por la mitad. Trabajé durante más de dos meses durante varias horas todos los días y sentía algo así como una pasión ajena mecanizándome los brazos hasta el acalambramiento y al final quedó muy bien y va a durar. En el capítulo Naranjo en flor adelanté que El viento de la desgracia es una de las novelas más terriblemente sedientas de Jesús que se hayan escrito porque el alter ego del autor se proyecta en un personaje compuesto al estilo de Jekyll y Hyde pero ninguno cree: uno odia al Padre y el otro busca al Hijo. Y en aquellos mismos años, cuando Olver me pidió material uruguayo para su segunda antología del cuento negro y policial latinoamericano, le mandé un memorable texto de Daniel, Vuelo ciego, que está incluido en Todas las muchachas del mundo, un cuentario del 86, y al releerlo me quedé asombrado de aquel escalofriante lado oscuro que siempre lo habitó.

Y me acordé que más o menos por el 90 nuestro hermano el mosquetero se había equivocado al ensobrar dos cartas que nos mandó simultáneamente a Bervejillo y a mí, y me tocó leer un comentario piadoso donde se hablaba de la porfiada fe del Huguito y no me enojé ni nada, pero destapé la máquina y versifiqué una simetría inversa que después me sirvió como una vara para medir la desesperación y la paz de cualquier alma: Alcanza con creer. Con no creer no alcanza. Y no me refería a la creencia en ninguna dimensión del ser que pudiera alimentar a los gusanos, por supuesto.

Laura fumaba muchísimo y vivía para las dos hijas y le costaba horrores mantener el negocio, y enseguida de cumplir los cuarenta empezó a adelgazar y a quejarse de un dolorazo perpetuo en la espalda y el médico le dio pase al psiquiatra y hasta llegó a internarse tres días en una de esas clínicas que sacan el estrés. El cáncer de pulmón recién se lo diagnosticaron en marzo del otro año, pero una mañana muy blanca de ese verano se puso a mirarme sin hablar bajo la gran claraboya y aquello duró tanto que tuve que preguntarle qué le pasaba y ella apenas sonrió. Y con el tiempo me di cuenta que se había enamorado de mi fe y durante la agonía le regalé un Padrenuestro tipeado con letras gigantes y lo pegó en el cielorraso de la cucheta donde dormía una de las hijas. Y lo leía, tranquila.


15 / LA CARTA

Ahora reproduzco, un poco retocada, una carta abierta que le mandé a Mario Benedetti en el 99. La titulé LA DESESPERANZA TIENE PATAS CORTAS, y los únicos medios que no la publicaron fueron La República y Brecha.

Estimado Mario: he leído con preocupación algunas de tus recientes declaraciones realizadas a la prensa en España, donde manifestaste admitir que la humanidad va hacia un suicidio, si bien aclarabas que siempre me queda la esperanza de que se va a poder rescatar. Pero enseguida se aludía a la globalización de la hipocresía y a lo difícil que resultaría resignarse a la muerte del género humano en general, por lo que se me hace imposible no confrontar públicamente esas declaraciones.

En el 89 te hice un largo y jugoso reportaje, y cuesta creer que la misma persona que adhería a la esperanza en un hombre mejor (la expresión hombre nuevo ya no se utilizaba) pueda haberse ensombrecido tanto. Resulta particularmente duro verte sumado a la globalización de la desesperanza, sobre todo pensando en la multitud de lectores que te idolatran. Uno puede deprimirse frente a su propia muerte -aunque eso no es lo ideal, si aprendimos a escalar la montaña interior desde donde se la reconoce como la única puerta dimensional que construye la espesura del amor (Juan Carlos Macedo dixit) y a no considerarla una especie de lacra (como la definiste en una feria del LATU)- o deprimirse frente los renovados sheriffs del mundo, los refinados intentos de robotizar la injusticia planetaria o los tristes entresijos de las banderías políticas. Lo que es poco concebible en un hombre prolífico es esa sequedad capaz de impedirle el deslumbramiento frente a la indoblegable heroicidad de los pobres de espíritu (los que no se conforman con menos del festejo total de la vida) que sostienen el cielo con la espalda, a toda hora y en todas partes.

Estos años son el pasado del cielo / son la verdad o el fin / son Dios / quedamos los que puedan sonreír / en medio de la muerte / en plena luz, sentenció Silvio Rodríguez (un profeta de este siglo que no ha emergido debilitado del derrumbamiento del socialismo real). Y pienso que esa es la opción del viaje humano que eligen los que aman con humildad. La opción contraria implica fatalmente el sometimiento al imperio ilusorio de la nada: la descalificación del amor como fuerza motora para la construcción de una humanidad nueva, dimensionada hacia la elevación que merece cada hombre. Si se trabaja desde la sonrisa invencible -la de hueso- es porque creemos que todo lo digno de perdurar perdurará. No se ama hacia la nada sino hacia el todo: la humanidad purificada para no transformarse en la lacra del cosmos sino en su luz consciente. La estación de la materia que piensa y reconstruye. Y cualquier hombre puede coincidir con otro -más acá o más allá de las ideologías particularizantes- en la conciencia de estar viviendo el pasado del cielo. Donde hay amor en lucha, el absurdo retrocede. Y podemos disfrutar y padecer con la misma paz con que una flor o un perro o una montaña reciben el sol o los terremotos. Ese ánimo todopoderoso es lo que nos da la fe. Sería algo así como poner el raciocinio al servicio de un absoluto todavía misterioso pero incontrovertiblemente palpable.

Y esa es la verdadera cultura que heredamos, lo que ha sedimentado en el planeta a pesar de las catástrofes y de nuestra diaria falibilidad. O las diarias derrotas, furias, decepciones, ascos, etc. Hay algo que es evidente: el hombre podrá ser el único bicho que tropieza quinientas veces con la misma piedra pero también es el único capaz de encarar reflexivamente sus caídas. Y si me apurás te digo que lo más grandioso que tiene la humanidad es su capacidad de resurrección. Esa gracia nos viene de una energía más alta que nosotros. El hombre no se renueva cuando él quiere, sino cuando hace lo que verdaderamente tiene que hacer: servir a su planeta, a su prójimo, a su país, a su tribu, a su barrio, a su familia, a su comunidad. A veces podrás sentirte interiormente muerto, pero si hacés lo que tenés que hacer y servís como tenés que servir (por más traiciones que hayan) un día resucitás. Y todo es tan exacto como las matemáticas. Siempre lo fue, además. Por eso nunca hay que menospreciar la sabiduría metafísica que nos llega desde el amanecer de la historia.

Ni hacerle el juego al discreto encanto de la derrota, ese tango de sirena que tan bien definiste desde el exilio. Levantemos el corazón, Mario. Todos los hombres -pero sobre todo los niños y los muchachos que ya andan codo a codo por la avenida de la tonada inasible- se lo merecen. Te saludo fraternalmente.

Nunca tuve respuesta. Pero pocos años después apareció un lujoso volumen ilustrado donde Benedetti se dirigía a los jóvenes y alcancé a leer, vichándolo en una librería, que se consideraba un viejo contento. Y me quedé contento.

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