UN ATLETISMO AFECTIVO (1)
Hay que admitir en el
actor una especie de musculatura afectiva que corresponde a las localizaciones
físicas de los sentimientos.
El actor es como un atleta
físico, pero con una sorprendente diferencia: su organismo afectivo es análogo,
paralelo al organismo del atleta, su doble en verdad, aunque no actúe en el
mismo plano.
El actor de un atleta del
corazón.
La división de la persona
total en tres mundos vale también para él; y sólo a él le pertenece la esfera
afectiva.
Le pertenece
orgánicamente.
Los movimientos musculares
del esfuerzo físico son como la efigie de otro esfuerzo, su doble, y que en los
movimientos de la acción dramática se localizan en los mismos puntos.
El punto en que ser apoya
el atleta para correr es el mismo en que se apoya el actor para emitir una imprecación
espasmódica; pero en la carrera del actor se ha vuelto hacia el interior.
Todos los recursos de la
lucha, del boxeo, de los cien metros, del salto en alto, encuentran bases
orgánicamente análogas en el movimiento de las pasiones, tienen los mismos
puntos físicos de sustentación.
Con esta corrección adicional,
sin embargo: de que aquí el movimiento es inverso; en la respiración por
ejemplo, el cuerpo del actor se apoya en la respiración, mientras que en el
luchador, en el atleta físico, la respiración se apoya en el cuerpo.
Esta cuestión de la
respiración es en verdad primordial; está en relación inversa con la
importancia de la expresión exterior.
Mientras más sobria y
restringida es la expresión, más honda y pesada es la respiración, más
sustancial y plena de resonancias.
Y a una expresión
arrebatada, amplia y exterior, corresponde una respiración en ondas breves y
bajas.
Es indiscutible que todo
sentimiento, todo movimiento del espíritu, todo salto de la emoción humana
tienen su respiración propia.
Ahora bien, los tiempos
de la respiración tienen un nombre de acuerdo con la Cábala; y estos tiempos
dan forma al corazón humano, y su sexo a los movimientos de las pasiones.
El actor es un mero
empirista, un curandero guiado por un instinto pobre y vago.
No es cuestión, sin
embargo, piénsese lo que se piense, de enseñarla a desatinar.
Es importante ante todo
concluir con esa especie de osada ignorancia en que se mueve todo el teatro
contemporáneo, como en una niebla, tropezando continuamente. El buen actor
encuentra instintivamente cómo captar y transmitir ciertos poderes; pero se
sorprendería mucho si se le revelase que esos poderes que se mueven
materialmente por los órganos y en los
órganos existen realmente, pues nunca se le ocurrió que en verdad
existieran.
Para utilizar sus
emociones como el luchador utiliza su musculatura, el actor ha de ver al hombre
como a un Doble, como el Ka de los embalsamadores egipcios, como un espectro
perpetuo que irradia poderes afectivos.
Espectro plástico y nunca
acabado cuyas formas imita el actor verdadero, y al que este impone las formas
y la imagen de su propia sensibilidad.
Sobre ese doble influye
el teatro, a esa efigie espectral da forma y el teatro; y como todos los
espectros, ese doble tiene una larga memoria. La del corazón es duradera, y,
ciertamente, el actor piensa con él: aquí predomina el corazón.
Es decir que en el teatro
más que en cualquier otra parte, el actor ha de cobrar conciencia del mundo
afectivo, pero atribuyéndole virtudes que no son las de una imagen, y que
tienen un sentido material,
No hay comentarios:
Publicar un comentario