CARTA DE JOSÉ GALLARDO A CARMELA, SU MADRE ADOPTIVA
Buenos Aires, agosto de
1851
Querida madre Carmela.
Aprovecho que viaja a Mercedes un conocido de ambos, para notificarle que esta
noche salgo para Paraguay. Tengo la esperanza de encontrar en ese país a
personas que hayan participado activamente de la gesta oriental, para entrevistarlos.
Tal vez acierte con algún documento de ese período, pero además, puede que
tenga la fortuna de encontrar a alguien que haya conocido a mis padres… Siento
que es algo que me debo… Dicen que cuando una persona cumple 40 años, entra en
una etapa de balance… Y puede que sea eso lo que me está pasando, sobre todo en
este momento, en que me veo en la necesidad de aclarar mis sentimientos. Es la
única forma de poder seguir adelante, tanto en lo referente a mi vida social,
como en lo que tiene que ver con lo más íntimo y personal. Me consta que Ud.
está al tanto de que mi relacionamiento con quienes me rodean, y mi propia vida
familiar están en crisis y me pregunto cada día si mis opciones fueron las
correctas. Muchas veces dudo acerca de si cuando hace años viajé a la Argentina
para estudiar y formarme un porvenir, en cierta forma no estaba huyendo de un
Uruguay al que veía cada día más extraño, más de espaldas a los sueños de los
hombres y mujeres que, como mis padres, lo dieron todo por un futuro diferente.
Pero, por sobre todo, me pregunto si la mía no fue una actitud cobarde, si
quedándome no hubiera podido contribuir, en alguna medida, a que no acabáramos
como acabó nuestra patria, lacerada por confrontaciones sin sentido. Mucho me
ha dado la Argentina, no me puedo quejar, aquí pude realizar una carrera
liberal, formar una familia. Antonia y Jacinta, mis dos hijas, son los puntales
que me sostienen… Mi esposa, Isabel y su hermano Vicente, quien fue compañero
mío de Universidad y fue quien me la presentó, como Ud. sabe, provienen de una
acaudalada familia, que no vaciló en apoyarse en el poder de turno, para
enriquecerse y expandir sus negocios. Cuando lo conocí, Vicente era un joven y
decidido militar, con estudios de ingeniería, hoy continúa con la tradición familiar
y acumula riquezas. No me puedo quejar, me acogieron como a uno más, pero Ud.
no desconoce, porque siempre le confié mis dudas, que desde un principio
entreví que ellos y yo partíamos de visiones políticas –y no solamente
políticas- completamente antagónicas. Por eso, sin ocultar mi condición de
republicano, durante años me mantuve al margen de cualquier conflicto, salvo
ante situaciones puntuales durante las cuales callar me pareció inaceptable.
¿Cómo no reaccionar cuando en mi tierra natal era aprobada una Constitución que
barría de un plumazo las tradiciones federales, o cuando veo que hoy en día los
orientales venimos siendo manejados por potencias extranjeras? Las diferencias
con mi esposa comenzaron a surgir hace años y se fueron profundizando con cada
viaje que realizamos a Mercedes, pero no es para que se sienta culpable. Es que
Isabel comprobó que sus orígenes eran bien diferentes a los míos. Que otras
eran mis pasiones, que otras eran mis raíces. Y el choque para ella fue grande.
De cada uno de esos viajes, retorné cada vez más definido en cuanto a mis
pensamientos y eso no cayó bien. Sin buscarlo, me fui creando una aureola de
persona desavenida, inadaptada, lo que me marginó del núcleo social al que
ellos pertenecen y me impulsó a nuevas amistades, más afines a mis reafirmadas
ideas. De mi última visita a Ud. y a mis hermanos volví espantado, ya que pude
constatar el grado de deterioro en que se encuentra el Uruguay: me di cuenta
que la campaña es un inmenso desierto, que la población ha sido dispersada,
diezmada. Seguramente no me lo quiso contar en sus cartaspara no preocuparme,
pero no me pasó desapercibido que no hay un solo animal en muchas leguas y que
son más las tunas y las taperas que las poblaciones habitadas. Es más, durante
mi pasaje por Soriano, con asombro noté que para comer carne, las autoridades
deben traerla de Entre Ríos. Por todo esto la quise convencer, querida Madre
Carmela, a Ud. y a mis dos hermanos y sus respectivas familias, que vinieran
conmigo a Buenos Aires, bajo mi resguardo. Demasiado los quiero para verlos
sufrir. Entiendo que no hayan aceptado. Ahí está su hogar, ese es su terruño.
Pero lo que me dolió fue el escaso apoyo que obtuve de mi esposa para que
ustedes vinieran, aún cuando su familia cuenta con sobrados recursos, como para
ayudarlos. Y desde entonces para mi todo ha sido diferente. Durante mi última
visita los vi bien a todos, a pesar de las fatalidades. Ud. siempre con la
misma firmeza. Con la convicción con la que nos crió a Teresa, a Felipe y a mí,
durante nuestra infancia. A ellos también los vi bien, no me animé a
confesárselos…, pero transmítales mi agradecimiento, por haberla cuidado como
sé que lo han hecho y también por todos los sobrinos que me han dado. Y dígales
también que nuestros paseos por esos campos forman parte de mis mejores
recuerdos, de esos a los que uno se agarra en momentos como éstos. También a
ellos los llevo junto a lo más importante. Hasta mi último suspiro tendré
presente nuestros juegos, nuestras risas, nuestras peleas, nuestras ansiedades
frente a lo nuevo. ¿Cómo olvidar sus rezongos Madre, cuando no nos portábamos
como debíamos? En esos pagos crecí… Por eso nunca podré olvidar al viento que
abraza las costas del Río Negro, a sus finas y doradas arenas, hoy tan
desiertas, a las arboledas de Asencio, a las piedras de Asperón de la Capilla y
hasta al horrible escudo que la adorna en la entrada de la Sacristía.Recuerdo
que nos burlábamos cada vez que lo veíamos. ¿Cómo olvidar los colores y los
olores de las Mimosas, de los Ñapindá o los frutos de los árboles de Chañal, o
a las enormes y ahora solitarias praderas? Muchas veces me pregunto a partir de
qué momento se torcieron los sueños que amasaron mis padres y sus compañeros,
para que todo terminara de esta forma. ¿Qué diría Antonio Berdúm, si viera a su
Provincia Oriental, ocupada, colonizada por Brasil, en gran parte de la
frontera? ¿Lo recuerda? Cuando yo tenía veintisiete años, durante uno de mis
viajes a Montevideo, Berdúm me mandó a llamar para decirme que había conocido a
mis padres. Estaba en el Hospital de Caridad. Internado. Eran sus últimos días.
No podía dejar de escucharlo. Quedé prendado de sus relatos. Me contó con lujo
de detalles cómo había sido la Batalla de las Piedras, el Primer sitio de
Montevideo y la invasión portuguesa. Y de cuando cayó prisionero en Catalán y
fue trasladado a los calabozos de Río de Janeiro. ¿Qué diría Andrés Medina…? Y
tantos otros que conocimos… Acá en Buenos Aires no quieren ni sus recuerdos y
cuando he comentado de sus sacrificios me han respondido que los que
acompañaron a Artigas no eran otra cosa que caudillos y terroristas,de una
ferocidad brutal. Dígame, Madre, sinceramente, ¿valió la pena la muerte de mis
padres, y de todos los que cayeron, para que las potencias extranjeras, los grandes
estancieros y los comerciantes usureros, acaben aprovechando tanto sacrificio,
y se adueñen de la patria para ponerla a su servicio? Ya sé lo que me va a
decir, perdóneme las flaquezas… Por todo esto es que quiero viajar al Paraguay,
adonde está otra parte de mi historia, adonde murió el General, para conocer
más de los tiempos durante los cuales transcurrió mi infancia, como forma de
encontrar el camino que desde hace tanto tiempo ando buscando. La extraño.
Cuídese. Y guárdeme para cuando vaya a visitarla un porroncito con ese rico
licorcito con el que siempre me recibe.
Siempre suyo
JOSÉ
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