1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 1
El peluquero había ido hasta la pileta para lavarse las manos ya que recién
le había aplicado el gel conductor sobre cada uno de sus pelos. Darío lo miraba
como distraído a través del espejo mientras jugaba con sus manos debajo de la
bata que le protegía la ropa.
El hombre regresó con las manos oliendo a jabón líquido y cargando un
recipiente lleno de cables rojos y azules que parecían lombrices entretejidas.
Primero se lamía dos dedos para pasar la delgada página de un libro viejo y
luego agarraba uno de los cables y se lo conectaba a un mechón con no más de
cien cabellos. Era tanta su práctica que el rey Darío apenas notaba el frío
metálico cuando una de las diminutas cabezas de cocodrilo se le prendía contra
el cuero cabelludo o al final de cada mechón.
El Mancuerna ya estaba haciendo un surco en el piso de tanto moverse en lo
que era para él el día más torturante de cada mes. Morales, en cambio, había
aprovechado estas primeras tres horas para terminar una de las sopas de letras
que tanto le gustaba resolver.
Cuando el peluquero terminó de conectar los setecientos cables, le sumergió
cuidadosamente la cabeza en otro recipiente de plástico que contenía la
solución acuosa de ácido crómico y una pequeña varilla de plomo con una
saliente de cable que cerraba el circuito. (Este exclusivo procedimiento hace
que el pobre peluquero pase una semana sacándose mocos metalizados.) Luego
conectaba todos los cables en una pequeña fuente amarilla y aplicando pequeños
y controlados voltajes, sobre el ánodo de plomo comenzaban a desprenderse
burbujas de oxígeno y el cromo se depositaba sobre el caro pelo del narcotraficante.
El proceso está en marcha: unos pocos minutos más y todo el pelo del rey Darío
se habrá cromado por baño electrolítico. No hay como ser rico para ponerse cada
vez más estúpido, Excéntrico, perdón. Excéntrico.
Un celular vibró. Los relajados ojos del hombre recién cromado se abrieron
de pronto cuando escuchó la terrible interrupción del Mancuerna. El peluquero
inmediatamente los dejó solos.
-El trabajo del banco ya está hecho, señor.
-Ahora no estamos trabajando, Mancuerna. ¿Cuándo vas a aprender?
-Disculpe, señor, pero lo del banco.
-Sí, ya sé de qué me estás hablando. ¿Le dejó la cara sana?
-Al final el que lo mató fue el policía.
-No fue eso lo que te pregunté. Pregunté si le dejó la cara sana.
-Parece que le reventó el cuello de un balazo.
-Perfecto. Mañana va a salir la foto en todos los noticieros, Viste qué
fácil que es. La gente se complica tanto a veces.
-¿Matar o que aparezca en las noticas? Porque si usted me manda yo mando a
quien quiera pero lo de sacar fotos y esas cosas es imposible. Las cámaras
hacen lo que quieren y a mí me dan unas ganas de reventarlas contra el suelo y
pegarles un par de balazos.
-¿Terminaste?
-Sí, señor. Disculpe.
-Bien. Andá a llamar a Morales. Que le pague a este buen señor y nos vamos.
Se miró en el amplio pero modesto espejo que lo enfrentaba y revisó su
look. El cromado no sólo le daba un refinado toque de elegancia sino que además
le agregaba unos cuantos años a sus veintisiete. (El cromado y las cicatrices
que la vida le fue dejando.)
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