HUGO GIOVANETTI VIOLA
Primera edición:
Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada:
Horacio Herrera.
DOS: EL AMOR DEL PURGATORIO
10 / CORTÁZAR
Emilio Arteaga se
entusiasmó tanto con El exorcista que
al otro día del estreno casi me obligó a que lo acompañara a verla de nuevo y a
la salida pasamos por la camioneta del gitano a comprar hasch y yo le conté la
película a Ernesto y le sostuve y le hice bajar el odio con autoridad, aunque
al llegar a Vincennes me emponchó el Ángel de la Mierda y me abismé
panicosamente en el aquello y ahora
era una voz más devoradora que muchísimos mahichembramientos de mistrales y
tramontanas la que me pedía que matara a Carlitos y me tirara por la ventana y
mi fetalidad trataba de emerger como el escarabajo de Atlántida hasta que el
botija me preguntó algo a los gritos y pude
hablar y zafé, pero quedé deshecho y el domingo decidí tocar timbre por
tercera vez en el estudio de Cortázar y al llegar al final de la escalera comprobé
que la cantata que caracoleaba hasta la rue de l’Éperon derramaba desde allí y que el Gran Cronopio estaba.
Entonces hundí el dedo en
el timbre y el chicharrazo me pareció tan invasivo que me escapé corriendo y me
gasté los francos que me quedaban en un café y un calvados en copa y me fumé dos
Camel con un orgullo digno de las embocadas de Marlowe mientras pensaba: Hoy voy a conocer a Cortázar.
Y la segunda vez ya no
había música y el hombre de dos metros y ojazos amarillos y barba y anchura a
los Porthos ladró electrificado: ¿Usted
quién es?
Vengo
de parte de Onetti, inventé. Y tuvo que resignarse a hacerme
pasar y me ofreció un ron venezolano que acababan de regalarle y le conté lo
elemental de mi vidurria parisina y a él se le acuó un desinterés hastiado de
los moscones y desembuché: Lo que me pasa
es que estoy medio muerto y lo único que tengo son mis poemas y si no me los
lee alguien como usted reviento. Porque la verdad es que a esta altura ya no sé
ni quién soy. Bueno, puso cara de maestro de escuela muy joven el Gran
Cronopio: Yo vivo viajando y el tema de
la militancia antifascista no me deja escribir. Pero si usted se siente así
póngame los poemas en el buzón y déjeme un teléfono que los voy a leer con
mucho gusto.
Y antes de irme me regaló
un ejemplar del recién publicado Octaedro
y me pasé un día encerrado leyéndolo y se lo analicé en una carta
elefantiásica y terminé encajándolo como ochenta poemas en el buzón.
Ernesto caía de vez en
cuando a Vincennes con máscaras de dolida bondad y yo tenía un cuchillo pronto
en la mochila aunque a veces engranábamos y llorábamos de risa igual que en el
Stella, hasta que un día le mostré una letra sobre El principito que compuse a pedido de Juan Dalera y escuchamos un disco
argentino muy malo con algunas escenas radioteatralizadas por Gómez Cou y me
preguntó qué me parecía la domesticación del zorro y le contesté que bien,
porque no significaba humillarse. Y para colmo le conté que en pocos días
llegaba Álvaro Pierri y no sé cuál de las dos cosas lo enloqueció más, pero
cuando nos despedimos en la puerta del Bateau los remolinos relampagueantes
parecían fluorescencias asesinas de Vincent.
Y una tarde atendí el
teléfono sintiéndome más acorralado que Gregory Peck en Sólo los valientes y cuando Cortázar me preguntó dónde andaba
porque me había estado llamando toda la semana casi me voy de culo.
Al otro día nos vimos y
me di cuenta que tenía el montonal de poemas marcado y subrayado y me elogió
desmesuradamente la infalibilidad del
ritmo y después se sacó los lentes para morderles una patilla igual que en
una de las clásicas fotos juveniles: Pero
lo que me importas es esa maravillosa nostalgia en la que se usted hunde cuando
le escribe a Peti.
Entonces me animé a
contarle lo de Bénédicte y le confesé que la adoraba como si fuera la humanidad
sufriente y si no le parecía increíble que los mapas de los metros tuviesen una
flecha roja señalando a Massy.
Nunca
me había fijado, cabeceó desconcertado: Hay tantas cosas increíbles. Y yo quería
agradecerle profundamente, además, el análisis que hizo sobre mis cuentos.
Usted podrá comprender que después de haber escrito El perseguidor a uno se le hace muy difícil seguir
probando.
Y todavía hoy me asombra
aquel comentario que lo dejaba tan expuesto a las mormoraciones de los
critiquitos que entienden todavía menos de almas limpias que de verdadera
literatura.
París estaba muy distinto
cuando salí del estudio del mosquetero exorcista. ¿Te molesta el amor de
Cortázar, Satanás?
11
/ SATANÁS
En noviembre seguíamos
ganando tan poco que terminé por aceptarle a mi padre que me mandara el pasaje
de vuelta pero con fecha abierta. Ernesto también estaba esperando un giro para
irse y yo me prometí no escaparme de
Satanás pasara lo que pasara.
Y un día Emilio se
engargoló y me expulsó de Vincennes porque dijo que la casa había agarrado olor a Principito y alquilamos una
chambre en el Stella con Tato Dalera y me apronté para el último round.
Ernesto recibió el giro
la primera semana de diciembre y se despidió de la gente del barrio y me dijo
que quería hacer un resumen conmigo y lo invité a mi chambre y me senté del
lado de la mesita donde estaba el cajón con el cuchillo y me pidió que le
mostrara algún poema y le di Para mi
muerte y le gustó muchísimo.
Algún
día tendrías que escribir una novela que se llamara El
ángel del miedo en el paraíso de Adán, sonrió derrotadamente y le dije que iba
a pensarlo y que no había más resumen para hacer y que teníamos que irnos ya porque se me hacía tarde en el
Bateau. Y al llegar a la esquina de la rue Vaugirard y el Boul me taladró por
última vez con el desorbitamiento y murmuró:
¿Por
qué no te quedás piola de una vez?
Entonces sobreactué una
especie de rabieta neurótica con patadas en el suelo y todo y Satanás empezó a
lloriquear como una perrita y me dijo que siempre
me había querido y me dejé abrazar vichándome las manos por si empalmaba un
filo y después me pidió para escribirnos y le dije que no valía la pena.
Eso era Satanás. Lo vi
escaparse a las zancadas por el Boul Mich y demoraría mucho en darme cuenta que
mi alma había quedado ciega pero que ahora era capaz de jugarse la vida
llevándole flores a tres muertos anónimos en una isla llena de lobos. Ah, los verdaderos ojos del alma.
Y todavía me faltaban
treinta años para poder cantar: En una
noche oscura, / con ansias, en amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura!, / salí
sin ser notada / estando ya mi casa sosegada. // A oscuras y segura, / por la
secreta escala disfrazada, / ¡oh dichosa ventura!, / a oscuras y en celada /
estando ya mi casa sosegada. // En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me
veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz ni guía / sino la que en el corazón
ardía.
Esa noche el Cordobés me
contó que se había peleado con la cleptómana y me ofreció compartir el bulo que
alquilaba en el barrio y me mudé al otro día y marqué fecha de vuelta para el
10 de diciembre.
Nos despedimos con
Bénédicte dando una vuelta por el Lux y le saqué una foto en el Pont Neuf que
nunca le mandé y que pienso poner en la tapa de la reedición de Creer o reventar. Ahora la nena tenía novio
y Rosina me esperaba atrás de la puerta de la primavera del 75 y si tuviera que
definir la importancia que tiene una verdadera pareja en el paisaje histórico de todos no le
agregaría un solo comentario a este poema que tallé mentalmente caminando por Buenos
Aires en el 81 y titulé El amor.
En
el principio flota fosforece / como un humeante traje de carne desplegándose /
sobre dos esqueletos apagados. / Después pasa la vida. / Y en la red de
cloacales trincheras ciudadanas / quedan algunos huesos / solitarios o no /
luminosos y fieles / remontando la noche.
En Creer o reventar mi alter ego se llama Abel Rosso pero Colette
Charmeteau es la misma, y quisiera transcribir esta escena inventada sobre mi
última tarde en París porque se parece bastante a la verdadera anécdota pero es
mucho más real, y lo que importa es
eso.
“¿Sabías
que en vacaciones te hice caso y leí ¡Absalón, Absalón!, al final?” desembuchó Colette cuando
terminamos de comprimir y cerrar la valija. “Mirá vos” me reí: “No me habías
dicho nada. Y qué te pareció”. “No lo entendí muy bien” dijo la muchacha,
empezando a ponerse el impermeable y dejando de sonreír abruptamente: “Pero
quería hacerte la pregunta final que le hace Shreve a Quintin, si no te
molesta. ¿Por qué odiás a París?”. Abel no contestó y ella empezó a llorar sin
hacer ruido. “Bueno, me voy” dijo sonriendo: “Gracias por los regalos”. Pero no
pudo parar de llorar. Mientras bajábamos a la calle el llanto fue creciendo
hasta hacerse ruidoso y casi se volvió un grito cuando nos abrazamos en la
puerta del hotel. “Me voy sola” se las arregló para jadearme en la oreja: “No
me acompañes a ningún lado, por favor”. Y corrió hacia el Boul Mich sin darse
vuelta. Entonces terminé de entender lo último que me faltaba entender. “No lo
odio” murmuré, con el jadeo de Quintin Compson entre la congelación celeste:
“No. No. No lo odio. No lo odio”.
12
/ LA NIEBLA
Lo primero que le dije a
Saúl cuando lo abracé en el aeropuerto de Carrasco era que quería empezar a
militar, y el flaco me pulverizó el hipervolumen ansioso con una seña de
piedra. Bienvenido a la clandestinidad.
En marzo ya estaba
integrado a dos agrupaciones del Partido Comunista, la barrial y la de
escritores, aparte de la militancia en la reorganización del Frente Amplio.
La crisis de hundimiento
en aquello que tuve frente a la foto
de Ernesto a los pocos días de llegar se repitió en Aguas Dulces donde pasamos
la Semana Santa con Saúl y Lil, pero esta vez fue leyendo El idiota. El asesino esperando al príncipe Mishkin en la puerta
estuvo a punto de hacerme chorrear los requesones, y no me animé a despertar a
nadie para que me hablara de cualquier cosa.
Pero el Ángel de la
Angustia tenía preparado algo mucho peor para ese otoño: una crisis de horror a
la nada que esta vez duró hasta que florecieron los frutales.
Los domingos neblinosos
de abril ahora parecían invadirnos como una especie de fascismo oceánico, y
tenía que aturdirme con la vineta casera de mi viejo y quedarme en el molde con
la búsqueda de muchachas para la cucha porque ya en París había tenido un
horrible sexo pasatista tres veces y decidí abstenerme hasta que me volviera a
casar. Monogamia congénita.
Lo peor fue que alguien
me prestó una revista Crisis que
traía textos inéditos de Neruda escritos en Isla Negra poco antes de morir, y
había un poema donde confesaba estar huyendo del significado de la vida, y aunque los dos últimos versos, la luna sube como fruta blanca / y el hombre
se acomoda a su destino eran hermosos, aquella cobardía filosófica se me
clavó como un latigazo en el cerebelo.
Era algo mucho más grave
todavía que la queja juvenil de Miguel Hernández, tanto penar para morirse uno, que incluso cantada por Serrat puede
hasta disfrutarse.
Yo me sentía muy comunista, y con Sergio admirábamos
al vitalismo-titanismo nerudiano igual
que como nos deslumbrábamos con Zorba el Griego y sus danzas dignas de Orff y
de Nietzsche y de las barras bravas futboleras. Pero aquellos húmeros vencidos
me noquearon, carajo. Menos mal que siempre existieron los Vallejo y los Eluard
y los comunistas cósmicos anónimos que abonaron la fe en el misterio. Porque un Hombre Nuevo sin vocación de eternidad es más triste que un astronauta de los
cielorrasos. Y los místicos de la
materia, como mi maestro de arte y de vida Manuel Espínola Gómez, no se emborrachan con la nada: adoran la
energía.
Y ahora hay que repetir:
son muchísimos llamados por el alba de
oro y poquísimos los elegidos por la noche
serena. La innegable genialidad de Neruda, además, a uno termina por
chorreársele como si agarrara hielo mientras el Cholo ya mide el doble que el
Aconcagua. Y cuando al ídolo mesiánico se
le ocurrió titular su biografía con una frasecita digna de la revista Para ti, hasta pensé en ponerle a un
libro Confieso que he morido.
El 30 de abril
organizamos una manifestación relámpago impecable con el Seccional de la
Cultura, y caminamos repartiendo volantes por Dieciocho de Julio entre Cuareim
y Río Negro, a las siete de la tarde. No cayó nadie. Y para el otro día había
programadas cuatro más en distintos barrios.
Aquella madrugada tomé
mate escuchando el 21 de Wolgfang Amadeus por Dinu Lipatti y sentí algo que
demoré cerca de veinte años en apalabrar. Esta es la letra que le puse al
Andante cuando ya había dejado el Partido y vuelto al catolicismo: No podrá el horror hundir la piel del cielo
/ porque habrá un mar bajo tu vuelo. / Hoy voy / hoy soy / hoy sé quién soy / y
hoy doy mi fe / y hoy sé / que no sabrá la belleza dolernos / porque nunca
podrá el sol del agua clara / morir. / No podrá el dolor hundir la piel del
alma / porque habrá un pez bajo tu calma. / Hoy voy / hoy soy / hoy sé quién
soy / y hoy doy mi fe / y hoy sé / que no sabrá la tristeza vencernos / porque
nunca podrá el sol del Hombre Nuevo / morir.
Y a las siete entró
Sergio en mi cuarto vestido como para ir a jugar al fútbol y me dijo: Solo no vas. Y me puse una camiseta de
Liverpool y un pantalón buzo y mi padre nos llevó hasta el Estadio y se quedó
esperándonos. Había que converger a las diez en punto en el ombú de Anador y
disolverse, pero esta vez los helicópteros giraban demostrando que estábamos
más cantados que la Oda a la alegría.
Los milicos nos dejaron
amontonarnos y terminaron arreando gente a lo bobo y hasta balearon a un
muchacho adentro de la iglesia de Rossell y Rius. Nosotros nos salvamos. Y
mientras mi padre nos llevaba a jugar un partido en Punta Carretas vi
desaparecer la sombra cornuda del último helicóptero y pensé: Te conozco.
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