SIMPATÉTICA
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2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (3)
Otro uso benéfico de la magia homeopática es la cura o prevención de
enfermedades. Los antiguos hindúes ejecutaban una complicada ceremonia, basada
en ella, para curar la ictericia. Su tendencia principal era relegar el color
amarillo hacia seres y cosas amarillas, tales como el sol, a las que
propiamente pertenece, y procurar al paciente un saludable color rojo de una
fuente vigorosa y viviente, principalmente un toro bermejo. Con esta intención,
un sacerdote recitaba el siguiente conjuro: “Hasta el sol subirá tu pesadumbre
y tu ictericia: en el color del toro rojo te envolveremos. Te envolveremos en
matices rojos por toda una larga vida. ¡Que quede esta persona ilesa y libre
del color amarillo! Te envolveremos en todas las formas y todas las fuerzas de
las vacas, cuya deidad es Rohini y que además son rojas (rohini). Dentro de las
cacatúas, dentro de los tordos pondremos tu amarillez y además en el pajizo
doradillo de inquieta cola pondremos tu amarillez.” Mientras pronunciaba estas
palabras, el sacerdote, con objeto de infundir el matiz rosado de la salud en el
cetrino paciente, le iba dando a beber agua en la que había echado pelos de un
toro rojo; vertía agua sobre el lomo del animal y le hacía beber al enfermo de
la que escurría; le sentaba sobre una piel de toro rojo y le ataba con un trozo
de ella. Después, con el designio de mejorar su color expulsando completamente
el tinte amarillo, procedía a embadurnarle de pies a cabeza con una papilla
hecha de cúcuma (una planta amarilla), le tendía en la cama y sujetaba a los
pies de ella, mediante una cuerda amarilla, tres pájaros, a saber, una cacatúa
amarilla, un tordo y un doradillo. Después iba vertiendo agua sobre el
paciente, lavándole el barro amarillo, con lo que era seguro que la ictericia
se marcharía a las aves atadas. Después de hecho esto, y para dar un remate
lozano a su complexión, cogía algunos pelos de toro rojo, los envolvía en una
hoja dorada y los pegaba a la piel del enfermo. Los antiguos creían que si una
persona con ictericia miraba con atención a una avutarda o chorlito y el ave
fijaba su vista en ella, quedaba curada de la enfermedad. “Tal es la naturaleza
-dice Plutarco- y tal el temperamento de esta ave que extrae y recibe la
enfermedad que sale como una corriente por medio de la vista”. Era tan conocida
entre los pajareros la valiosa propiedad de estas aves que cuando tenían alguna
para la venta, la guardaban cuidadosamente cubierta, por temor de que algún
ictérico la mirase y se curase gratis. La virtud del ave no estaba en el color
de su plumaje, sino en sus grandes ojos dorados que, como es natural, extraían
la amarillez de la ictericia. Plinio nos cuenta de otra ave, o quizá la misma,
a la que los griegos daban el nombre de “ictericia”, porque si una persona
ictérica la miraba, su enfermedad la dejaba para matar al ave. También menciona
una piedra que suponían curaba la ictericia a causa de que sus matices
recuerdan los de una piel ictérica.
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