Seis películas y cuatro libros avalan
su esfuerzo intelectual y periodístico por documentar el genocidio que en
diferentes lugares del mundo se está perpetrando contra los cristianos. Masacres
silenciadas que rescata a través de las voces de los supervivientes y la
denuncia de nuevas identidades surgidas de la ideologización del hecho
religioso que sólo se reafirman a través de la aniquilación del 'infiel'.
Ha publicado Cristianos y leones (Planeta,
2013), un libro ensayístico surgido de la perplejidad de cómo la
religión con más seguidores (unos 2.200 millones en todo el mundo) tiene cada
vez más perseguidores (la OSCE cifra en 150.000 los cristianos asesinados cada
año).
Ahora Fernando de Haro (Madrid, 1965)
sintió la necesidad de levantar acta sobre el terreno del exterminio de las
comunidades cristianas en lugares tan dispares como China, India, Nigeria,
Siria, Pakistán, Egipto y Líbano.
Y viajó allí con el fotógrafo y realizador Ignacio
Giménez-Rico. De su trabajo conjunto han ido surgiendo hasta seis
películas documentales que recogen los rostros y los relatos de los testigos y
supervivientes de persecuciones y masacres de las que los medios no suelen
informar.
También, tres libros, escritos con la trepidante
narrativa del reportero, la sosegada reflexión del analista político y la
respetuosa mirada de quien tiene conciencia de enfrentarse a un sufrimiento que
sólo encuentra consuelo en "la riqueza espiritual de la fe
cristiana": Coptos. Viaje al encuentro de los mártires de Egipto (Encuentro,
2015); En tierras de Boko Haram (Confluencias, 2016) y el
reciente No me lamento. La persecución de los cristianos en la India (Elba,
2018). En él explica cómo "la ideologización de lo religioso, en la que se
pueden ver las huellas del nihilismo y del nacionalismo, promueve la dinámica
del chivo expiatorio e identidades conflictivas".
¿Se puede hablar rigurosamente de un
genocidio cristiano en diferentes partes del mundo?
La palabra técnicamente se puede utilizar. Hay
genocidios locales, como el de Orissa, en la India, que reúne las condiciones
que jurídicamente establece la Convención de Naciones Unidas sobre el
genocidio, como es la voluntad explícita de acabar con una población de un
territorio o de desplazarla obligatoriamente siguiendo un proyecto definido. En
el caso de Irak, por ejemplo, en la llanura de Nínive, en torno a Mosul, el
Parlamento Europeo y la Secretaría de Estado de EEUU (en tiempos de Obama) han
calificado de genocidio el exterminio de los yazidíes. Pero en un
sentido amplio, no sólo jurídico, estamos cuantitativamente ante la persecución
mayor de toda la Historia, a pesar de que no podamos hacer un censo estricto de
víctimas. En regiones del norte de Nigeria entierran a los muertos en fosas y
no hay nadie para contar los asesinatos y secuestros de Boko Haram.
Usted habla de mártires...
Sí. Mártir es alguien que sufre la pérdida de su
vida porque le ponen ante la opción de renunciar a su fe. He conocido a
chavales, cuando el Daesh controlaba la zona de Nínive, a los que les han
puesto una pistola en la cabeza y al negarse a pronunciar la shajada, la
profesión de fe musulmana, les han pegado un tiro. Escenas como ésa te
hacen revivir las historias de los mártires que hemos leído todos. El siglo XXI
es el siglo del martirio para el cristianismo, porque en muchos lugares el
cristianismo es la religión nueva.
En sociedades como las nuestras se
nos hace difícil comprender que alguien esté dispuesto a perder la vida por no
renunciar a una creencia...
Para mucha gente, el cristianismo no
es una tradición, no es un legado intelectual ni un conjunto de normas, es una
experiencia de liberación real y a esa experiencia no se puede renunciar. Cuando a un dalit
(un paria) de la India, al que tratan cruelmente como la reencarnación de un
error del pasado, alguien empieza a tratarlo como a una persona, con dignidad y
con respeto, ya no renuncia a ese vínculo afectivo.
¿Por qué se ha roto la convivencia,
hasta ahora más o menos pacífica, con las comunidades cristianas en tantos
lugares del mundo?
Hay varios motivos. En primer lugar, el fenómeno de
la globalización ha provocado una reacción de identidades conflictivas. La globalización
crea perplejidad porque destruye las culturas generadas por lo religioso y
provoca rencor y miedo a perder lo propio. Y en esos momentos aparecen una
serie de líderes que buscan un chivo expiatorio y explican que la culpa la
tiene el otro, en este caso, los cristianos.
En la India, los fundadores del hindutva, una
ideología nacionalista e hinduísta que tiene ciertos paralelismos evidentes,
incluso en el uso de uniformes, con Mussolini, ven a los misioneros europeos
como una agresión. Es la instrumentalización de la experiencia religiosa. En
Europa pensamos que el mundo es secular, pero sólo lo es en ciertas partes del
occidente europeo, en el resto del mundo lo religioso está muy presente.
Unas religiones se relacionan más que otras con lo racional, pero cuando el
círculo habitual entre lo cultural y lo religioso desaparece, surgen los
fundamentalismos.
¿Estamos en una guerra de religiones?
No. Eso es un grandísimo error. Las hipótesis de
la guerra de religión y la del choque de civilizaciones son hipótesis de
intelectuales abstractos sentados en la mesa de un think tank en Washington.
Hay que estar sobre el terreno, y sobre el terreno
se ven dos o tres cosas fundamentales, con todo el respeto a los señores de los
think tank que recomendaron la intervención en Irak. La primera es que el
yihadismo es producto de una guerra interna dentro del islam, en la que hay
una interpretación ideológica que pretende conducir al islam a una especie de
nihilismo destructivo. El califato que se crea entre Siria e Irak en 2014 es
una fórmula subvencionada con el dinero saudí y el dinero catarí para frenar la
expansión de Irán, pero también es un intento de responder al choque del islam
con la modernidad a través de una ideología neoislamista. Eso no es una
guerra de religión entre el cristianismo y el islam. Es el resultado de la
seducción por el nihilismo que tiene como víctimas a los cristianos, pero
también a todos los suníes que profesan su religión sin aceptar nuevas
formas de teocracia.
¿El islam es incompatible con la
democracia?
El islam no es un bloque homogéneo y países como
Egipto nunca tendrá una democracia de corte occidental y laicista como las
surgidas tras la Revolución francesa. Ése es el grave error de incomprensión
que comete Europa. La democracia no es un paisaje, no son unos valores
abstractos, está basada en una cultura y una antropología. Y es verdad
que desde el punto de vista fundacional el islam tiene una
dificultad para evolucionar hacia un concepto de democracia en la que se establezca
la separación neta entre Iglesia y Estado, aunque Bernard Lewis sostiene
que en el Califato Omeya hubo cierta división entre lo religioso y lo político.
Lo interesante es que declaraciones como la de Marrakech en 2016 se abren al
concepto de un sujeto que tiene derechos como ciudadano. Dentro de las élites
egipcias hay gente pensando en esta dirección y dentro del chiísmo hay
interpretaciones del islam que podrían significar una apertura. Pero de
momento, no. Ahí está el fracaso de las primaveras árabes por falta de un
sujeto institucional real que ha hecho imposible la democracia. Túnez sí tenía
un sujeto institucional y por eso allí sí triunfó. En Egipto, los jóvenes
pierden la revolución porque el integrismo de los Hermanos Musulmanes está
mucho mejor organizado. Hay que seguir con interés los debates que se están
produciendo en el islam real, no en el islam imaginado.
(El Mundo / Madrid / 10-11-2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario