HISTORIA DE UNA NOVELA EXCEPCIONAL
ORQUESTACIÓN FINAL (5)
Las cinco transcripciones efectuadas, y los comentarios que las acompañan
procuran dar una idea de cómo pensaba el autor “orquestar la forma primitiva de la novela” para adecuarla a lo
escrito cuando, en 1947, concibió la cuarta y definitiva forma de Don Juan, el Zorro.
Pero esa idea sólo puede ser muy vaga porque sobre esa siempre propuesta y
nunca realizada labor de “orquestación” no
hay testimonios documentales -ni tengo yo recuerdos- que permitan reconstruir,
por lo menos, la línea argumental de acuerdo con la cual esa “orquestación” se hubiera cumplido. No
ocurre lo mismo con el final de la novela. Existen testimonios documentales
(coincidentes, por lo demás, con mis recuerdos, muy precisos al respecto) que
permiten reconstruir, aunque en forma muy esquemática, la línea argumental de
la parte final y no escrita de la novela. Dos grandes episodios compondrían ese
final: uno, dentro del cual entrarían los Apéndices
I y II, La tormenta y Noche en el monte, mostraría, a través
de una multitud de situaciones, a las huestes de don Juan, con él a la cabeza,
acampadas en el monte; otro, conclusivo, describiría, con entonación homérica,
una gran batalla. En esta parte final, además, aparecería un personaje, el
Coronel Puma, ausente en las anteriores, el cual, en un borrador manuscrito, es
descrito de este modo: “Jaquet negro,
chaleco (gruesa cadena) y pantalón grises. Media galera. Zapatos de charol.
Bastón con empuñadura de oro”. Para guiarse en la composición de los dos
grandes episodios mencionados, el autor escribió un conjunto de apuntes
titulados, unos, “En el monte. Los
matreros”, y otros, “Para la batalla””.
A ellos me referiré a continuación.
Las anotaciones relativas a las escenas del monte son, en gran parte,
ilegibles. No es posible, pues, reproducirlas aquí literalmente. Pero mediante
lo que he podido descifrar, cabe tener una idea de cómo se hubiera desarrollado
el primero de los dos episodios finales. El mismo comprendería -ya se ha dicho-
una multiplicidad de escenas. Reconstruiré, valiéndome de los apuntes del autor
y hasta donde ello es posible, cuatro de esas situaciones.
Primera situación. Los compañeros de don Juan se hallan reunidos, en la
noche, alrededor del fogón, escuchando tocar la guitarra. La tocan el Venado y
el Montés. Este, según uno de los apuntes, “con
una guitarra que ha llevado al monte un dormilón que la robó en un rancho
(contar lo sucedido) porque le gusta mucho la música, aunque no sabe tocar.
Siempre anda con ella en la espalda. En las reuniones pregunta quién sabe tocar
y se la ofrece. Luego la guarda cuidadosamente en su funda de terciopelo”. La
música, una milonga, produce distintas reacciones en los auditores: el Chimango
sueña despierto que pelea con varios enemigos a la vez; el Lechuzón también
sueña despierto pero es el suyo un “sueño dulce” relacionado con su infancia;
el Zorrino piensa rabiosamente que el mundo es una porquería y que debe ser
puesto en orden; el recluta “no siente
nada. Mira las brasas del fogón. Observa la caldera y la panza de esta le
asocia la suya. Le falta un botón en la bragueta. Pedirá aguja e hilo al
Carancho”; el Dormilón se queda dormido y se cae de cabeza cuando la pieza
musical termina, porque lo despierta una fuerte exclamación aprobativa del
Carancho, a quien “la dulce emoción
infundida en su corazón por la guitarra y el canto había, como siempre, sacado
de quicio al reavivarle la diferencia de un honrado mundo ideal con la
mezquindad de la hora”. Los apuntes relacionados con esta escena se
completan con otro donde narra “el
sucedido” que le permitió al Dormilón hacerse con una guitarra: “Llegó allí al atardecer. Con el caballo
aplastado. Pidió para hacer noche. Tendió el recado en la cocina. Y quedó al
lado del banco con la guitarra en su funda de terciopelo. No pudo pegar los
ojos en parte de la noche. En la otra parte no hizo por dormir. Al contrario,
ya no estaba en la cocina. Lo más despabilado iba a campo traviesa en su
malacarita, con la guitarra sobre la cabezada. Porque se escurrió furtivamente
y para las barras del día se había hecho perdiz del pago del instrumento. Iba
loco de contento. Tanto, que en su conciencia no podía aparecer con sus cargos
la familia despojada. Ni siquiera la cocina. Allí no había más que él y la
guitarra. Y el mundo enterito delante de los dos. Ahora más grato, digno de
quererlo, porque él lo asistirá ofreciéndole la guitarra al que supiera tocar”.
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