París, 9 de noviembre de 1932
A J. P.
Querido
amigo:
Las objeciones que a
usted y a mí nos han hecho acerca del Manifiesto del Teatro de la Crueldad se
refieren unas a la crueldad, y no llegan a advertir cómo funcionará en mi
teatro -al menos como elemento esencial determinante-, y otras al teatro tal
como yo lo concibo.
En cuanto a la primera
objeción, están en lo cierto, no en cuanto a la crueldad, ni en cuanto al
teatro, sino en cuanto al lugar que esta crueldad ocupa en mi teatro. Hubiera
debido especificar mi muy particular empleo de esta palabra, y agregar que no
la empleo en un sentido episódico, accesorio, por gusto sádico o perversión
espiritual, por amor a los sentimientos singulares y a las actitudes malsanas,
es decir en un sentido completamente circunstancial; no se trata en absoluto de
la crueldad como vicio, de la crueldad como brote de apetitos perversos que se
expresan por medio de sanguinarios ademanes, como excrecencias enfermizas en
una carne ya contaminada; sino al contrario, de un sentimiento desinteresado y
puro, de un verdadero impulso del espíritu basado en los ademanes de la vida
misma; y en la idea de que la vida metafísicamente hablando, y en cuanto admite
la extensión, el espesor, la pesadez y la materia, admite también, como
consecuencia directa, el mal y todo lo que es inherente al mal, al espacio, a
la extensión y a la materia. Y todo esto culmina en la conciencia, y en el
tormento, y en la conciencia en el tormento. Y a pesar del ciego rigor que
implican todas estas contingencias, la vida no puede dejar de ejercerse, pues
si no no sería vida; pero ese rigor, esa vida que sigue adelante y se ejerce en
la tortura y el aplastamiento de todo, ese sentimiento implacable y puro, es
precisamente la crueldad. He dicho pues “crueldad” como pude decir “vida” o
como pude decir “necesidad”, pues quiero señalar sobre todo que para mí el
teatro es acto y emanación perpetua, que nada hay en él de coagulado, que lo
asimilo a un acto verdadero, es decir viviente, es decir mágico.
Y busco técnica y prácticamente
todos los medios de llevar al teatro a esa idea superior, y quizá excesiva,
pero también viviente y violenta. En cuanto a la redacción en sí del manifiesto
reconozco que es abrupta y en gran parte inadecuada.
Planteo principios
rigorosos, inesperados, de aspecto áspero y terrible, y en el momento en que se
aguarda su justificación paso al principio siguiente.
La dialéctica de este
manifiesto es débil. Salto sin transición de una idea a otra. Ninguna necesidad
interior justifica la disposición adoptada.
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