1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 2
El Zurdo miraba la cara torcida sobre el cuello flácido del pobre Kevin en
la televisión de una casa con una ventana abierta. No lo conocía mucho pero
siempre lo veía andar por ahí en el barrio.
Hoy es el día en el cual su caballo recibe el merecido descanso semanal
porque el Zurdo pela cables: después de un reconfortante desayuno en familia
camina tranquilo hasta un pequeño baldío que está a unas pocas cuadras. (En
este camino tranquilo fue que se atoró con la imagen atroz de Kevin muerto en
la tele.)
Llegó hasta un tronco trunco de no más de medio metro de altura y se sentó
en una vieja lata que esconde entre los yuyos. En el tronco trunco hay una
pequeña perforación donde enhebró el primero de los cables con el mismo amor
con el que su madre enhebraba la aguja para coserle un remiendo ya remendado en
su único pantalón.
Una vez que un cable quedaba inmovilizado, tomaba el otro extremo y le
hacía un par de vueltas alrededor de su muñeca ennegrecida por el trabajo. Con
la izquierda sujeta a una caña de no más de veinte centímetros que termina en
el vidrio de botella: es el bisturí de alguien tan pobre que nunca estuvo ni
estará en un quirófano.
Luego de hacerle un preciso rasguño inicial, desliza suavemente la extraña
herramienta cortante paralela al cable de arriba hacia abajo para no lastimarse
en caso de fallar. El movimiento le resulta inquietantemente parecido a la
forma en que peina a sus hijas recién bañadas. Cuando una hebra del caucho se
desabraza del cobre, tira de ella con criteriosa delicadeza hasta separarla lo
más posible. En seguida continúa con otro corte de su ridículo bisturí y luego
de deslizar la caña más de quince veces, medio metro de cable deja libre entre
100 y 150 gramos de cobre. En seguida desata el nudo que mantiene enganchado el
cable pero sin desenhebrarlo del agujero del tronco trunco, y le hace dar otro
par de vueltas alrededor de su muñeca derecha (la que va quedando más y más
negra) a un pedazo de cable sin destripar. Y entonces sigue pelando cable con
la delicadeza con la que peina a las princesas guerreras de su casa. Durante el
trabajo, algunos de los capullos oscuros de su pelo siempre se le sale de la
colita con la que los recoge y se le cae sobre el Río de la Plata de su
tatuaje.
-Quemalos y ya está, Zurdo. ¿Sabés todo el laburo que te ahorrás?
-No, Mancuerna. Mirá si se me llena la cabeza de humo como a vos.
-Sos gracioso, Zurdito. Sos gracioso.
Cuando terminara con todo el cable que le había robado a los contenedores
de basura, tendría que llevar el sobre obtenido para venderlo en lo que es sin
duda el lugar más siniestro del barrio: el Colador.
El Colador es una antigua cooperativa de viviendas construida sobre el
viejo depósito municipal de basura. Cuando faltaba sólo un mes para que
estuviera terminada, el subsidio estatal fue retirado (un cambio en las
prioridades gubernamentales, creo) y los sueños de las humildes familias nunca
llenaron esos cascarones de casas. Fue entonces que cientos de pichis
comenzaron a ocuparlas y a hacer agujeros en el suelo para profanar la basura
enterrada a lo largo de décadas. Cuando los agujeros eran más de trescientos y
algunos tenían profundidades de hasta dos metros, comenzaron a filtrarse gases
peligrosos como el metano, el propano y el butano, intoxicando a los
desnutridos rasca-mugre.
Poco tiempo después, allí se instaló el gobierno extraoficial del barrio:
la mafia que el rey Darío sacó cuando tuvo veinte años. Hoy sólo es una
chatarrería donde los pobres laburantes llevan sus miserias para vender. El
dueño del Colador es el rey Darío pero lo atiende un viejo querido por todos.
La moto del Mancuerna (que se seguía riendo de lo que le había dicho el
Zurdo) pasó zumbando al lado del Payaso, que estaba agachado entre unos yuyos.
Ni le preguntó qué estaba haciendo al payaso asqueroso, era mejor ni saber. Lo
que el Mancuerna tampoco nunca llegó a saber es de dónde aparecía una lucecita
roja que le recorría los botones mal abrochados de la camisa y las cejas
arqueadas por su carcajada ruidosa.
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