10 / LA LECCIÓN DEL JUEGO (6)
DK
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El omnipresente teléfono
móvil ha convertido gran cantidad de tiempo de ocio en tiempo laboral. Tenemos
conversaciones de trabajo mientras comemos en los restaurantes, y ya no sólo
conducimos, sino que conducimos y hablamos por teléfono al mismo tiempo. La gente ya no va simplemente de compras,
sino que pasea de un lado para el otro del centro comercial con un teléfono
pegado a la oreja. Algunas personas incluso hablan por teléfono en el cine, y
hubo una mujer que fue haciendo llamadas con su móvil mientras estaba de parto.
Algunos de nosotros
acabamos convirtiendo nuestras aficiones y entretenimientos en trabajo. Una
noche, una mujer que había superado un cáncer comentó con su esposo el ingente
trabajo que suponía organizar la fiesta anual del instituto de enseñanza
secundaria local. Estaba agotada y se acordó de lo que se había prometido a sí
misma cuando estaba enferma.
“Creí que organizar
aquella fiesta me divertiría -dijo-, pero ahora estoy demasiado ocupada. Me
encargo de todo y no pienso ni hablo más que de mis obligaciones. Cuando tenía
miedo de que me quedara poco tiempo, me prometí que, si me curaba, me
divertiría más. Pero esto no es diversión, es trabajo. Si el cáncer se
reproduce, no podré decir que he disfrutado del tiempo que se me ha concedido.”
Hemos olvidado cuál es la
finalidad de nuestras aficiones. Supongamos que nos gusta fabricar muebles por
el simple placer de hacerlos y un día se nos ocurre convertir esta afición en
un negocio. Resulta fantástico trabajar en algo que nos gusta, pero, por
definición, una afición es algo que hacemos por placer sin que importe el
resultado. Si fabricamos muebles para venderlos, ya no se trata de una afición,
sino de un trabajo. Sin darnos cuenta, hemos convertido una actividad que nos
gustaba en algo que no disfrutamos ni realizamos por el simple placer de
hacerlo.
Nos olvidamos de jugar
cuando nos tomamos la vida demasiado en serio. Debemos recordar los tiempos en
que jugábamos de una manera auténtica, antes de que aprendiéramos a jugar
pensando en producir; un tiempo en el que nuestros corazones eran receptivos y
en el que jugábamos sin sentirnos culpables después. Pero la idea de vivir para
divertirse se contempla con recelo. Cuando somos jóvenes, nos dicen: “La vida
es seria, borra esa sonrisa de tu rostro. ¡Haz algo, conviértete en alguien de provecho!”
Entonces, cuando vemos a alguien que, simplemente, practica el surf, nos
preguntamos que por qué no hace algo con su vida.
Pero ¿de verdad resulta
tan horrible reducir al mínimo las propias necesidades para poder hacer lo que
nos gusta durante todo el día? Menospreciamos a los surfistas porque dicen que
viven en un mundo en el que la diversión nunca acaba. La verdadera cuestión es,
¿por qué tantas personas viven en un mundo en el que la diversión nunca
empieza?
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