(leyenda extraída del cuento El
día de la flor)
En el principio, sólo eran las estrellas.
Ellas crearon una semilla que volando por el universo se posó en la
superficie de OX.
Entonces, brotó una primera planta que dio una flor y de esta
nacieron muchas semillas, luego más plantas y más flores.
Se extendieron por el planeta con delicioso perfume pero eran
ásperamente opacas porque allí todavía reinaban el caos y las tinieblas.
Temblorosas y tímidas, imitaron el titilar de los astros, copiaron
sus formas y rogaron para que les concedieran el don de la luz.
Los dioses benévolos las tornaron impecablemente blancas y su esplendor
centelló en la vastedad de ese mundo.
El caos se volvió orden y desaparecieron las tinieblas.
Así surgió la atmósfera.
Límpida, pura.
Las dos lunas irradiaban tanta luminosidad como el sol y sus
paisajes de bosques y praderas se delinearon nítidamente.
Los mares fulguraron cristales turquesas, levantando olas enormes con
espumas tan blancas como las nieves eternas de las montañas más altas.
La totalidad de la creación descubrió un paraíso a los ojos de las
divinidades supremas.
Luego, del lago de la vida, emergió la primera mujer.
Era una tosca figura de arcilla, maciza y cuadrada.
Al caminar hacia la orilla, encontró al primer hombre que estaba
sumergido.
Lo levantṕ de los cabellos y le sopló en el rostro el dulce hálito
de la vida.
Ambos llegaron a la playa y se tendieron sobre las flores que los
abrigaron envolviéndolos en un cálido, fragante, manto.
Se durmieron y al despertar, ya eran de carne humana, esbeltos y bellos.
Comenzó a llover.
Se refugiaron en una gruta llevando, sin saber, muchas
semillas adheridas en la piel que germinaron y se dispersaron en las
entrañas de OX para alegrar la vida de los hombres.
Peque puso en orden las páginas, miró
el sauce llorón mecido por la brisa y después de un momento de razonarlo,
alucinó con el relato que le produjo fuegos artificiales adentro de la cabeza.
Sacudió la siesta de la abuela,
rogándole:
-¡Plis, plis, plis! ¡Prestame todo,
pero todito ese cuentooo!
-¡Pero Peque! ¡Casi me matás de
un soponcio!
-¿UN QUÉ?
-¡Patatús, pataleta, síncope, ataque al
corazón!
-¿SOPONCIO?
La nena desordenó la colcha al
revolcarse por la cama llorando a carcajadas:
-¡Ay, abu! ¡Siempre me sorprendés con
esas maravillas que me matan de risa! ¡Prestame el cuento!
-¿PROMESA DE CUIDADOS INTENSIVOS?
-¡PROMESA!
-Vas a demorar en leerlo. Es muy largo.
Mi primo el escritor, no quiere que lo llame cuento porque dice que es
una novela.
-Ta bien, pero por lo que leí, ¡es
DIVINO! ¿María y Damián lo leyeron?
-¡Claro! Yo escribo para ustedes.
-¿Les gustó?
-¡Les encantó! No les pidas que te lo
cuenten. Tenés que leerlo sola.
-¡No, por supuesto que no les pediré
eso! ¡Beso! ¡Ta luego!
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