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Pero todavía no he dicho nada de las
obras inmensas que compuso Sebastián sobre la Pasión de Nuestro Señor, según el
Evangelio. Las Pasiones según San Mateo y según San Juan son, con toda
seguridad, las obras de arte más grandes que ha producido jamás el espíritu
humano. También pertenece a esa categoría la Misa en si menor. El lector comprenderá que no diga nada sobre esas obras.
Cuando la oí cantar -y la Misa no la oí nunca entera, sino en trozos- me
pareció como si un mar inmenso se hubiese derramado sobre mí. El coro de la
obertura de la Misa, el gran grito del Kyrie
Eleison, seguido del silencio de las voces, mientras los instrumentos tocan
la más hermosa de las músicas, me pareció siempre más allá de toda expresión.
No habría palabras para hacérselas comprender a los que no han oído esa Misa y
las Pasiones. Las palabras son, pues, superfluas. Estas obras procedían de lo
más profundo del alma de Sebastián, que las escribía en el dolor, pues no podía
recordar las heridas de Cristo y su muerte en la Cruz sin sufrir y sin
experimentar un personal sentimiento de pecado, y de ese dolor salía la
conmovedora belleza de la música de sus Pasiones. Me parece estar oyendo el
solo de contralto de la Pasión según San Juan: Consumatum est!, que siempre me pareció tan grandioso. Cuando se
ejecutó por primera vez esa Pasión, en la Semana Santa de 1724, cantó ese solo
un muchacho con una voz tan extraordinariamente bella y emocionante que se le
saltaron las lágrimas a más de un oyente.
La música de la Pasión según el
Evangelio de San Mateo no se ejecutó hasta cinco años después, el día de
Viernes Santo, y era demasiado elevada para poderla comprender en la primera
audición. El público de Leipzig no se interesó mucho por ella, y como, además,
era muy difícil de ejecutar y los coros de la iglesia de Santo Tomás no estaban
muy bien en aquella época, no se volvió a tocar hasta el año 1740, después de
haberla modificado bastante Sebastián. Con su nuevo ropaje pareció gustar más a
los habitantes de Leipzig, o tal vez habían llegado a percatarse mejor de que
entre ellos vivía un gran músico. Uno de los cambios que Sebastián había hecho
en ella fue transportar el coro glorioso “¡Oh pecador, llora tus pecados!” del
principio de la Pasión según San Juan, al final de la segunda parte de la Pasión
según San Mateo. Uno de los preludios de coral más hermosos, conmovedores y
tristes de mi libro de órgano tiene el mismo tema. Una idea muy feliz de Sebastián
es que, en las Pasiones, las palabras de Jesús las hace acompañar siempre sólo
por instrumentos de cuerda, de modo que Nuestro Señor aparece siempre como una
luz deslumbradora. El coro con que termina esta obra es, indudablemente, una de
las mejores realizaciones del genio de Sebastián… Ante esa música se detiene el
alma como ante el “Crucifixus” de la
Misa, que siempre me recordaba las palabras sagradas: “Una espada traspasará tu
alma”. Cuando yo veía la partitura llena de enmiendas de ese “Crucifixus”, se me hacía patente, aun
sin necesitar oír la música, que, al escribirla, una espada le había atravesado
realmente el alma a Sebastián. Después de ese grito de dolor, necesitaba, como
todos nosotros, la suave melodía del solo de contralto “Agnus dei qui tollis peccata mundi” y la paz del coro final “Dona nobis pacem”. Esta música viene
pura del país del alma, en que Sebastián se encontraba siempre como en su casa,
a pesar de todas las preocupaciones terrenales que le envolvían en su vida
diaria. Cuanto más iba comprendiendo su música, veía esto con más claridad. Ante
sus ojos interiores había siempre una imagen, hacia la que se inclinaba su
espíritu con fervor apasionado, y podía decir con San Pablo: “Dejo atrás las
cosas pasadas y me dirijo hacia la meta”. Pero su meta, como la de San Pablo,
no estaba en este mundo.
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