PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
VI (5)
El mismo día, viernes 5
de julio, al caer la tarde, don Juan me pidió narrarle los detalles de mi
experiencia. Relaté todo el episodio con el mayor cuidado posible.
-La segunda parte de la
yerba del diablo se usa para volar -dijo cuando hube terminado-. El ungüento
por sí solo no basta. Mi benefactor decía que la raíz es la que dirige y da
sabiduría, y es la causa del volar. Conforme vayas aprendiendo, y la tomes
seguido para volar, empezarás a ver todo con gran claridad. Puedes remontarte
por los aires cientos de kilómetros para saber qué está pasando en cualquier
lugar que quieras, o para descargar un golpe mortal sobre tus enemigos lejanos.
Conforme te vayas familiarizando con la yerba del diablo, ella te enseñará a
hacer otras cosas. Por ejemplo, ya te ha enseñado a cambiar de dirección. Así,
te enseñará cosas que ni te imaginas.
-¿Cómo qué, don Juan?
-Eso no te lo puedo
decir. Cada hombre es distinto. Mi benefactor jamás me dijo lo que había
aprendido. Me dijo cómo proceder, pero jamás lo que él vio. Eso es nada más
para uno mismo.
-Pero yo le digo a usted
todo lo que veo, don Juan.
-Ahora sí. Más tarde no.
La próxima vez que tomes la yerba del diablo la tomarás solo, alrededor de tus
propias plantas, porque allí es donde aterrizarás: alrededor de tus plantas.
Recuérdalo. Por eso vine aquí a mis plantas a buscarte.
No dijo más y me quedé
dormido. Al despertar por la noche, me sentía revigorizado. Por alguna razón
exudaba una especie de contento físico. Estaba feliz, satisfecho. Don Juan me
preguntó.
-¿Te gustó la noche? ¿O
te asustó?
Le dije que la noche
había sido en verdad magnífica.
-¿Y tu dolor de cabeza?
¿Es muy fuerte? -preguntó.
-Tan fuerte como todas
las otras sensaciones. Fue el peor dolor que he sentido -dije.
-¿Te impediría eso querer
probar otra vez el poder de la yerba del diablo?
-No sé. No quiero ahora,
pero más tarde quizá. De veras no sé, don Juan.
Había una pregunta que yo
deseaba hacerle. Supe que él la evadiría, de modo que había esperado que él
mismo tocara el tema; esperé todo el día. Por fin, aquella noche antes de irme,
tuve que preguntarle:
-¿De verdad volé, don
Juan?
-Eso me dijiste. ¿No?
-Ya lo sé, don Juan.
Quiero decir, ¿voló mi cuerpo? ¿Me elevé como un pájaro?
-Siempre me preguntas
cosas que no puedo responder. Tú volaste. Para eso es la segunda parte de la
yerba del diablo. Conforme vayas tomando más, aprenderás a volar a la
perfección. No es asunto sencillo. Un hombre vuela con ayuda de la segunda
parte de la yerba del diablo. Nada más que eso puedo decirte. Lo que tú quieras
saber no tiene sentido. Los pájaros vuelan como pájaros y el enyerbado vuela
así.
-¿Así como los pájaros?
-No, así como los
enyerbados.
-Entonces no volé de
verdad, don Juan. Volé sólo en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba mi
cuerpo?
-En las matas -repuso
cortante, pero inmediatamente echó a reír de nuevo-. El problema contigo es que
nada más entiendes las cosas de un modo. No piensas que un hombre vuele, y sin
embargo un brujo puede recorrer mil kilómetros en un segundo para ver qué está
pasando. Puede descargar un golpe sobre sus enemigos a grandes distancias.
Conque ¿vuela o no vuela?
-Mire, don Juan, usted y
yo tenemos orientaciones diferentes. Pongamos por caso que uno de mis compañeros
estudiantes hubiera estado aquí conmigo cuando tomé la yerba del diablo.
¿Habría podido verme volar?
-Ahí vas de vuelta con
tus preguntas de qué pasaría si… Es inútil hablar así. Si tu amigo, o cualquier
otro, toma la segunda parte de la yerba, no le queda otra cosa sino volar.
Ahora, si nada más te está viendo, puede que te vea volar, o puede que no.
Depende del hombre.
-Pero lo que quiero
decir, don Juan, es que usted y yo miramos un pájaro y lo vemos volar, estamos
de acuerdo en que vuela. Pero si dos de mis amigos me hubieran visto volar
anoche, ¿habrían estado de acuerdo en que yo volaba?
-Bueno, a lo mejor. Tú
estás de acuerdo en que los pájaros vuelan porque los has visto volar. Volar es
cosa común para los pájaros. Pero no estarás de acuerdo en otras cosas que
hacen los pájaros, porque nunca los has visto hacerlas. Si tus amigos supieran
de hombres que vuelan con la yerba del diablo, entonces estarían de acuerdo.
-Vamos a ponerlo de otro
modo, don Juan. Lo que quise decir es que, si me hubiera amarrado a una roca
con una cadenota pesada, habría volado de todos modos, porque mi cuerpo no tuvo
nada que ver con el vuelo.
Don Juan me miró
incrédulo.
-Si te amarraras a una
roca -dijo-, mucho me temo que tendrás que volar cargando la roca con su pesada
cadenota.
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