PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
VI (3)
Sábado,
6 de julio, 1963 (2)
Desperté al levantarse
don Juan. El sol brillaba en un cielo despejado. Era un día cálido y seco. Don
Juan comentó de nuevo su certeza de que yo le caía bien a la yerba del diablo.
Procedimos a tratar la
raíz, y al finalizar el día teníamos una buena cantidad de sustancia
amarillenta en el fondo del cuenco. Don Juan escurrió el agua de encima. Pensé
que ese era el fin del proceso, pero él volvió a llenar el recipiente con agua
hirviendo.
Bajó la olla de la
papilla. Esta parecía casi seca. Llevó la olla dentro de la casa, la colocó
cuidadosamente en el piso y se sentó. Luego empezó a hablar.
-Mi benefactor me dijo
que se permitía mezclar la planta con manteca. Y eso es lo que vas a hacer. Mi
benefactor me la mezcló a mí con manteca, pero, como ya te he dicho, yo nunca
le tuve afición a la planta ni traté realmente de hacerme uno con ella. Mi
benefactor decía que para mejores resultados, para quienes de veras quieren
dominar el poder, lo debido es revolver la planta con sebo de jabalí. El sebo
de tripa es el mejor. Pero escoge tú. Acaso la vuelta de la rueda decida que
tomes como aliado a la yerba del diablo, y en este caso te aconsejo, como mi
benefactor me aconsejó a mí, cazar un jabalí y sacar el sebo de tripa. En otros
tiempos, cuando la yerba del diablo era lo mejor, los brujos acostumbraban ir
de cacería nada más para traer sebo de jabalí. Buscaban a los machos más
grandes y fuertes. Tenían una magia especial para jabalíes: tomaban de ellos un
poder especial, tan especial que hasta en esos días costaba trabajo creerlo.
Pero ese poder se perdió. No sé nada de él. Ni conozco a nadie que sepa. A lo
mejor la misma yerba te enseña todo eso.
Don Juan midió un puño de
manteca y lo echó en el cuenco donde estaba la pasta seca, limpiándose la mano
en el borde de la olla. Me dijo que agitara el contenido hasta que estuviera suave
y bien revuelto.
Batí la mezcla durante
casi tres horas. Don Juan la miraba de tiempo en tiempo, sin considerarla
terminada aun. Por fin pareció satisfecho. El aire batido en la pasta le había
dado un color gris claro, y consistencia de jalea. Colgó la olla del techo,
junto al otro recipiente. Dijo que iba a dejarlo allí hasta el otro día, porque
preparar esta segunda parte requería dos días. Me dijo que no comiera nada
entre tanto. Podía tomar agua, pero nada de comida.
El día siguiente, jueves
4 de julio, cuatro veces hice escurrir la raíz, dirigido por don Juan. La
última vez que escurrí el agua del cuenco, ya estaba oscuro. No sentamos en el
porche. Don Juan puso ambos recipientes frente a mí. El extracto de raíz consistía
en una cucharadita de almidón blancuzco. Lo puso en una taza y añadió agua. Dio
vueltas a la taza para disolver la sustancia y luego me entregó la taza. Mi
corazón empezó a golpear; sentí perder el aliento. Don Juan me ordenó, como si
tal cosa, quitarme toda la ropa. Le pregunté por qué, y dijo que para untarme
la pasta. Vacilé, No sabía si desvestirme.
Don Juan me instó a
apurarme. Dijo que había muy poco tiempo para tonterías. Me quité toda la ropa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario