LOS ADIOSES
Hombre que supo ser
asunto serio pa despedirse, aura que dice, Iracundo Complejo, el casau con En
Buenahora Titila, mujer más aburrida que pescar en palangana.
Iracundo era un crestiano
que cuando no encontraba a quien despedir se abrazaba él mismo. Quedaba como
quien se rasca la espalda a dos manos.
Había gente que le
disparaba, porque en lugar sencillito, con un… “Buenos días vecino”, o un…
“Hasta la güelta cuñau”, iba corriendo a donde estaba el otro y le pegaba
mesejante abrazo. Pa pior se demoraba en largar y había gente que llegaba tarde
al trabajo.
En los velorios era una
temeridá. A los dolientes les pegaba cada abrazo que les cortaba el llanto. En
lugar de acompañarles el sentimiento se los machucaba.
En el velorio del
finadito Lluvioso Fetiche, que se murió atorau con una bola de billar cuando
estaba mirando y bostezó justo cuando el otro dio una pifia porque le habían
escupido el taco, en ese velorio, Iracundo llegó repartiendo abrazos pa todos
lados y sin largar. Agarraba a los dolientes y les pegaba cada sacudón que
salpicaba de café a todo el mundo. Hubo que pararlo pa que no abrazara al
finadito, que al final de cuentas era el único que no tenía apuro.
Cuando abrazó a la viuda
fue un disparate. La pobrecita se quedó sin ir al entierro porque Iracundo no
la largaba. Cuando le dijo pa consolarla que estábamos de paso, ella le
contestó:
-Algunos estamos de paso,
porque lo que es usté ta como pa quedarse.
La abrazó tanto, que
hasta el finadito se molestó.
El día que dentro al
boliche El resorte fue el disparramo de gente escurriendo el bulto. El barcino
se trepó de un salto a la mortadela que colgaba del techo, Iracundo lo abrazó a
la pasada y estuvo como una hora hamacándose en el gancho con gato y mortadela.
Cuando se descolgó quiso
abrazar a los presentes pero los restantes se le hacían los ausentes sacándole
el cuerpo. Se le agachaban, se trepaban a las mesas, se tiraban al suelo,
saltaban pa atrás del mostrador, reculaban pa los rincones, lo esquivaban y lo
dejaban que se diera contra las paredes.
Hasta que el tape Olmedo
le pegó el grito; cuidando no facilitarlo al otro, no fuera cosa que le volcara
el vino, le gritó:
-¡Alto ahí don Iracundo
Complejo! Si usté quiere abrazarme tranquilo, yo mañana de mañana le caigo por
su rancho y me saluda a su gusto, pero con el vaso en la mano no, porque el
vino no es juguete.
El otro, encantau de la
vida, cuando iba saliendo le dijo al tape:
-Mire que mañana de
mañana lo voy a estar esperando en la tranquera con los brazos abiertos, ¿eh?
Dicen que a la semana
hubo gente que lo vio esperando al tape en la tranquera. Un hornero ya le
estaba haciendo nido en uno de los brazos abiertos, a la altura del codo.
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