47: ESCRIBIENDO SOBRE EL OTRO
Deena Metzger (1)
Psicoterapeuta,
profesora, poeta y novelista. Vive en Los Angeles y es autora de Tree; The Woman Who Slept with Men to Take
the War Out of Them; What Deena Thought y Looking for Faces of God.
La
sombra -ese elusivo fantasma del que no podemos escapar y con el que resulta
difícil establecer contacto- es nuestra propia imagen oscura. Por consiguiente,
para conectar con la sombra debemos estar dispuestos a entrar en su morada -la
oscuridad- a convivir con lo desconocido y a sentir que somos la misma oscuridad. Dirigirnos hacia la sombra nos enfrenta
al miedo a ser devorados por ella pero de no hacerlo así corremos el riesgo de
que termine abatiéndose violentamente y furtivamente sobre nosotros.
¿Pero
cómo conectar con la sombra? Para ello debemos reconocer que hay ciertas
facetas que normalmente consideramos extrañas y ajenas -aspectos que solemos
aborrecer, desdeñar o rechazar en nosotros mismos- y aceptar que por más abominables
que puedan parecernos forman parte de nosotros mismos. El hecho de que existan
partes de nuestro Yo que son extraños y al mismo tiempo próximos a nosotros
mismos es uno de los principales misterios del psiquismo. Su reconocimiento y
aceptación, sin embargo, constituye una especie de declaración de paz que anima
a la sombra a emerger.
Todos
somos conscientes de que la sombra se extiende a medida que cae el día y de que
la noche es su morada. En el acto de escribir existe también una situación
parecida a esta, el momento en el que la luz meridiana de la razón se atenúa. En
esas circunstancias -al desaparecer la luz que podría aniquilarla y de la cual,
por consiguiente escapa, es muy probable que la sombra responda a nuestra
invocación y termine por hacer acto de presencia.
Con
estas ideas la mente ha elaborado una serie de preguntas y ejercicios
imaginarios que pretenden evidenciar la sombra a través de la escritura y el
desarrollo de personajes e historias. Se trata de un conjunto de cuestiones tan
arriesgadas para el Yo como para la sombra y que, por ello mismo, favorece la
manifestación de la sombra.
Las
primeras preguntas aspiran a definir el territorio en el que reside la sombra,
un territorio en el que reconocemos que la sombra es un continuo de nosotros
mismos en el que nos convertimos cuando vamos al otro lado. La sombra, por así
decirlo, es nuestro rostro oscuro.
¿Cuáles
son las cualidades o los atributos de aquellas personas a quienes se encuentra
más distintas a sí mismo? Recuerde una época en la que haya sentido odio. ¿Esa
persona a quien aborrecía también le odiaba? ¿Cuáles son sus prejuicios más
incorregibles? ¿Con qué grupo de personas se siente menos afín? ¿Quiénes son
las personas que no quisiera imaginarse ser porque le repugnan, le ofenden, le
aterran, le encolerizan o que considera indignas de usted o grotescas? ¿En qué
circunstancias se sentiría tan humillado como para no seguir viviendo? ¿Cuál es
el miedo que le resulta más intolerable?
Cuando
analice sus respuestas observará que algunas de sus aversiones están basadas en
principios morales o éticos mientras que otras, en cambio, estarán cargadas de
desprecio, repugnancia y náusea. Estas últimas están asentadas en el reino de
la sombra. Con esas cualidades podrá crear un personaje, alguien con un nombre,
una personalidad y una historia. Establezca un diálogo íntimo y sincero con esa
persona hasta que lo sepa todo sobre ella -dónde vive, cómo es su casa, qué
desayuna, qué piensa, qué teme, qué desea, qué sueña, por ejemplo. Sea lo más
sincero y abierto que la sombra le permita.
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