9 / Los ríos tiene tres propiedades: la primera, que todo lo que encuentran embisten y anegan; la segunda, que hinchan todos los bajos y vacíos que hallan delante; la tercera, que tienen tal sonido, que todo otro sonido privan y ocupan. Y porque en esta comunicación de Dios que vamos diciendo siente el alma en Él muy sabrosamente estas tres propiedades, dice que su Amado es “los ríos sonorosos”. Cuando a la primera propiedad que el alma siente, es de saber que de tal manera se ve el alma embestir de el torrente de el espíritu de Dios, en este caso y con tanta fuerza apoderarse de ella, que la parece que vienen sobre ellas todos los ríos del mundo que la embisten, y siente ser allí anegadas todas sus acciones y pasiones en que antes estaba. Y no porque es cosa de tanta fuerza es cosa de tormento; porque estos ríos son ríos de paz, según por Isaías da Dios a entender de este embestir en el alma, diciendo: “Ecce ego declinabo super eam quasi fluvium pacis et quasi torremtem inundatem gloriam”; quiere decir: “Notad y advertid que yo declinaré y embestiré sobre ellas, es a saber, sobre el alma, “como un río de paz, y así como un torrente que va redundando gloria” (66,12). Y así, este embestir divino que hace Dios en el alma como “ríos sonorosos” toda la hinche de paz y gloria. La segunda propiedad que el alma siente, es que esta divina agua a este tiempo hinche los bajos de su humildad y llena los vacíos de sus apetitos, según lo dice San Lucas (I,52-53): “Exaltavit humiles, esurientes implevit bonis”; que quiere decir: “Ensalzó a los humildes, y a los hambrientos lleno de bienes. “La tercera propiedad que el alma siente en estos sonorosos ríos de su Amado, es un sonido y voz espiritual que es sobre todo sonido y sobre todo voz, la cual voz priva toda otra voz y su sonido excede todos los sonidos de el mundo. Y en declarar cómo esto sea, nos habremos de detener algún tanto.
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Esta voz, o este sonoroso sonido de estos ríos que aquí dice el alma, es un
henchimiento tan abundante que la hinche de bienes y un poder tan poderoso que
la posee, que no sólo le parecen sonidos de ríos, sino aun poderosamente
truenos. Pero esta voz es voz espiritual y no trae esotros sonidos corporales,
ni la pena y molestia de ellos, sino grandeza, fuerza, poder y deleite de gloria,
y así es como una voz y sonido inmenso interior que viste al alma de poder y
fortaleza. Esta espiritual voz y sonido se hizo en el espíritu de los apóstoles
al tiempo que el Espíritu Santo con vehemente torrente, como se dice en los
Actos de los Apóstoles, descendió sobre ellos; que, para dar a entender la
espiritual voz que interiormente les hacía, se oyó aquel sonido de fuera como
de aire vehemente, de manera que fuese oído de todos los que estaban dentro de
Jerusalén; por el cual, como decimos, se denotaba el que dentro en sí recibían
los apóstoles (2,2) que era (como habemos dicho) henchimiento de poder y
fortaleza. Y también cuando estaba el Señor Jesús rogando al Padre en el
aprieto y angustia que recibía de sus enemigos, según lo dice San Juan (12,28),
“le vino una voz de el cielo”, interior, confortándole según la humanidad, cuyo
sonido oyeron de fuera los judíos tan grave y vehemente, que “unos decían que se había hecho algún trueno, y otros
decían que le había hablado un ángel” de el cielo; y era que por aquella voz
que se oía de fuera se denotaba y daba a entender la fortaleza y poder que
según la humanidad a Cristo se le daba de dentro. Donde es de notar que la voz
espiritual es el efecto que ella hace en el alma, así como la corporal imprime su
sonido en el oído y la inteligencia en el espíritu. Lo cual quiso dar a
entender David cuando dijo: “Ecce dabit voci suae vocem virtutis”; que quiere
decir: “Mirad que Dios dará a su voz, voz de virtud” (Ps. 67,34). La cual virtud
es la voz interior; porque decir David “dará a su voz, voz de virtud”, es
decir: a la voz exterior que se siente de fuera dará voz de virtud, que se
siente de dentro. De donde es de saber que Dios es voz infinita y,
comunicándose Él al alma en la manera dicha, hácele efecto de inmensa voz.
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