LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (9)
Hace pocos días asistí a
una discusión sobre teatro. Vi a una especie de serpientes humanas, llamadas
también autores dramáticos, que explicaban cómo meterle una pieza a un
director, y se parecían a esos personajes históricos que echaban veneno en la
oreja de sus rivales. Se trataba, creo, de determinar la orientación futura del
teatro, y, en otros términos, de su destino.
Nadie determinó nada, y
en ningún momento se discutió el verdadero destino del teatro, es decir,
aquello que por definición y esencia el teatro está destinado a representar, ni
los medios de que dispone para realizar ese destino. En cambio el teatro se me
apareció como una especie de mundo helado, con artistas endurecidos en
actitudes que nunca les servirían otra vez, con quebradizas entonaciones que ya
caían en pedazos, con músicas reducidas a una especie de aritmética, de cifras
cada vez más borrosas; como luminosas explosiones, también congeladas, y que
eran unas vagas huellas de movimiento, y alrededor, un parpadeo extraordinario:
hombres vestidos de negro que se disputan unos recibos en el umbral de una
taquilla calentada al rojo. Como si el mecanismo teatral hubiese quedado
reducido a todo su exterior; y porque ha sido reducido a lo exterior, y porque
el teatro ha sido reducido a cuanto no es teatro, la gente de gusto no soporta
el hedor de su atmósfera.
Para mí el teatro se
confunde con sus posibilidades de realización, cuando de ellas se deducen
consecuencias poéticas extremas; y las posibilidades de realización del teatro
pertenecen por entero al dominio de la puesta en escena, considerada como
lenguaje en el espacio y en movimiento.
Ahora bien, deducir las
consecuencias poéticas extremas de los medios de realización es hacer
metafísica con ellos, y creo que nadie objetará esta manera de considerar la
cuestión.
Y hacer metafísica con el
lenguaje, los gestos, las actitudes, el decorado, la música, desde un punto de
vista teatral, es, me parece, considerarlos en razón de todos sus posibles
medios de contacto con el tiempo y el movimiento.
Dar ejemplos objetivos de
esta poesía que sigue a las diversas maneras en que un gesto, una sonoridad,
una entonación, se apoyan con mayor o menor insistencia en tal o cual segmento
del espacio, en tal o cual momento, me parece tan difícil como comunicar con
palabras el sentimiento de la cualidad particular de un sonido, o el grado y la
cualidad de un dolor físico; depende de la realización y sólo puede
determinarse en escena.
Tendría ahora que pasar
revista a todos los medios de expresión del teatro, o la puesta en escena, que
en el sistema que acabo de exponer se confunde con él. Esto me llevaría
demasiado lejos, y sólo daré uno o dos ejemplos.
Ante todo, el lenguaje
hablado.
Hacer metafísica con el
lenguaje hablado es hacer que el lenguaje exprese lo que no expresa lo que no
expresa comúnmente; es emplearlo de un modo nuevo, excepcional y
desacostumbrado, es devolverle la capacidad de producir un estremecimiento
físico, es dividirlo y distribuirlo activamente en el espacio, es usar las
entonaciones de una manera absolutamente concreta y restituirles el poder de
desgarrar y de manifestar realmente algo, es volverse contra el lenguaje y sus
fuentes bajamente utilitarias, podría decirse alimenticias, contra sus orígenes
de bestia acosada, es en fin considerar el lenguaje como forma de encantamiento.
Todo, en esa manera poética
y activa de considerar la expresión en escena, nos lleva a abandonar el
significado humano, actual y psicológico del teatro, y reencontrar el significado
religioso y místico que nuestro teatro ha perdido completamente.
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