CANTO SEXTO
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¡Advertí que sólo tenía
un ojo en medio de la frente! ¡Oh espejos de plata incrustados en los paneles
de los vestíbulos, cuántos servicios me habéis prestado gracias a vuestro poder
reflector! Desde el día en que un gato de angora me estuvo royendo durante una
hora la protuberancia parietal, igual que un trépano que perfora el cráneo,
precipitándose bruscamente sobre mi espalda, porque yo había hecho hervir sus
críos en una cuba llena de alcohol, no he dejado de lanzar contra mí mismo la
flecha de los tormentos. Hoy, bajo la impresión de las heridas que mi cuerpo ha
recibido en diversas circunstancias, sea por la fatalidad de mi nacimiento, sea
por mi propia culpa; abrumado por las consecuencias de mi derrumbe moral
(algunas ya las he padecido, ¿quién puede prever las otras?; espectador
impasible de las monstruosidades adquiridas o naturales, que decoran la
aponeurosis y el intelecto del que habla, lanzo una larga mirada de
satisfacción a la dualidad de que estoy formado… y me encuentro bello. Bello
como el vicio congénito de conformación de los órganos sexuales del hombre,
consistente en la cortedad relativa del canal de la uretra, y la división o ausencia
de su papel inferior, de modo que ese canal se abre a una distancia variable
del glande en la parte baja del pene; o también como la carúncula carnosa, de
forma cónica, surcada por arrugas transversales bastante profundas, que se
levanta en la base del pico superior del pavo; o mejor todavía, como la verdad
siguiente: “El sistema de las gamas, de los modos y de su encadenamiento
armónico no descansa sobre leyes naturales invariables, sino, por el contrario,
es la consecuencia de principios estéticos que han variado con el desarrollo
progresivo de la humanidad, y que variarán todavía”; y sobre todo, como una
corbeta acorazada con torrecillas. Sí, sostengo la exactitud de mi aserción. Me
jacto de no padecer ilusiones presuntuosas, y tampoco obtendría ningún provecho
de la mentira; de modo que no debéis titubear lo más mínimo en creer lo que he
dicho. Pues, ¿por qué habría de inspirarme horror a mí mismo, frente a los
testimonios elogiosos que parten de mi conciencia? No le envidio nada al
Creador, pero que me permita bajar por el río de mi destino, a través de una
serie progresiva de crímenes gloriosos. Si no, elevando a la altura de su
frente una mirada que refleja la irritación ante cualquier obstáculo, le haré
comprender que no es el único dueño del universo; que muchos fenómenos que
dependen directamente de un conocimiento más profundo de la naturaleza de las
cosas, atestiguan en favor de la opinión contraria, y oponen un formal
desmentido a la viabilidad de la unidad del poder. Es que somos dos para
contemplarnos las pestañas de los párpados, como ves… y sabes que en más de una
ocasión ha resonado en mi boca sin labios el clarín de la victoria. Adiós,
guerrero ilustre; tu valentía en la desgracia inspira la estima de tu enemigo
más encarnizado; pero Maldoror te volverá a encontrar muy pronto para disputarte
la presa denominada Mervyn. De este modo se cumplirá la profecía del gallo,
cuando vislumbró el porvenir en el fondo del candelabro. ¡Quiera el cielo que
el cangrejo paguro alcance a tiempo la caravana de peregrinos y les cuente, en
pocas palabras, la narración del trapero de Clignancourt!
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