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Hoy podríamos llegar a
entender que la pulsión neutra fue infinitamente más fuerte que la pasión
negativa. La pulsión modernizadora, técnica y progresista, fue infinitamente
más fuerte que la pasión revolucionaria (que siempre parece exigir
suspensiones, detenciones, retiro, paciencia). La fuerza del arrastre y el
declive fue más fuerte que la de la profundidad. (El placer de sentir fue
infinitamente más grande que el de entender.) Pero ¿cómo hubiéramos podido
entender hace cien años, en Petrogrado en 1917, en Berna en 1914? Debemos ser
cuidadosos y justos con la memoria hegeliana de la expresión “el capitalismo
alcanza su concepto”. No se trata de algún tipo de potencia germinal planada en
algún momento del pasado, cargada con su desarrollo y su despliegue histórico,
que florece y madura hasta alcanzar el destino impreso desde siempre en su
memoria biológica. La historia dialéctica es una narración teórica après-coup,
y se diría que parte de un real-contingente, de un núcleo constitutivo irreductible.
Seguramente el punto histórico del capitalismo actual puede cargarse a la
cuenta de una contingencia o un accidente, en el sentido más bien torpe de algo
que “pudo no haber ocurrido”. Pudieron no haber ocurrido los acuerdos de Breton
Woods (o haber ocurrido en la versión keynesiana) o el plan Marshall o la OTAN,
pudo no haberse degradado definitivamente la idea política de modelos técnicos
de gestión o administración o realpolitik, pudo no haber crecido explosivamente
la tecnología de la comunicación, el fetiche de la información, el advertising
y los medios, la omnipresencia de la estadística en la cultura mediática, la
espectacularización de lo privado, etc.; pudo no haber ocurrido el
neoliberalismo, la caída del socialismo real, el “posneoliberalismo”, la
proliferación de TLCs, la globalización y la molecularización del mercado como
la forma misma del espacio (o el territorio) social; pudieron no haber
triunfado las democracias de masas, pudo no haber mutado o retrocedido el
Estado ante la diseminación del sistema maquínico del mercado, la empresa y las
finanzas, etcétera. Pero una vez que todo eso ocurrió, ese algo es
conceptualmente necesario, ya que determina y constituye nuestro propio lugar,
nuestro propio momento de enunciación. Parado en este presente histórico
entonces, el sujeto “mira hacia atrás” y “ve” que de la nube caótica de
episodios, textos o teorías del pasado, algunas zonas se encienden y otras se
apagan y callan. Para ese sujeto, todo el presente, toda la blindada
consistencia de la existencia, el ser y el funcionamiento, se transforma en
pasado, esto es, en significante o en concepto que esperaba su momento de
existencia. Así, para poner un ejemplo dentro del estilo, las “Tesis sobre la
historia” o “El capitalismo como religión” (Benjamin), se ponen a decir, hoy,
con una fuerza profética que estaba ausente -digamos- hace cincuenta años,
aunque no se haya modificado ni un punto ni una coma de sus versiones
originales escritas entre la segunda y la cuarta décadas del siglo pasado.
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