Como feminista, siempre
he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo
un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado
a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén
sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra
critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de
desigualdad y explotación.
En un cruel giro del
destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya
terminado enredando en una "amistad peligrosa" con los esfuerzos
neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría explicar por qué
las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del
mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las
feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se
aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si
antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres
empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los "cuidados" y a
la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde detrás
de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado
regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial,
ha dado paso a una nueva forma de capitalismo "desorganizado",
globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una critica
del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la
retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres
apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer
escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de
la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo
se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las
mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor
capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La
segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con
cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar
también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo veo, la
ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del
segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas
pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas
hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas
contribuciones fue nuestra critica del "salario familiar": del ideal
de familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue
central en el capitalismo con un estado regulador. La crìtica feminista de ese
ideal sirve ahora para legitimar el "capitalismo flexible".
Después de todo, esta
forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado
de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios más bajos de los
servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras,
sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres
discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de
todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los
mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del
capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más
nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia
formada por dos asalariados.
No parece importar que la
realidad subyacente, en el nuevo ideal, sea la rebaja de los niveles
salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de
vida, el fuerte aumento del número de horas de trabajo asalariado por familia,
la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el
incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias
encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través
de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica
feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño
de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación
capitalista.
El feminismo, además, ha
hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo
con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que,
intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz
de fijarse en otro tipo de injusticias "no económicas", como la
violencia doméstica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva.
Rechazando el "economicismo" y politizando lo "personal",
las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de
status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de género.
El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia,
para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha
sido un enfoque sesgado hacia la "identidad de género", a costa de
marginar los problemas del "pan y la mantequilla". Peor aun, el giro
del feminismo hacia la política de la identidad encajaba sin fricciones con el
avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de
la igualdad social. En efecto, enfatizamos la crítica del sexismo cultural
precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la
atención hacia la crítica de la economía política. Finalmente, el feminismo
contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la crítica al paternalismo
del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del
capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra
neoliberal contra el "estado-niñera" y su más reciente y cínico apoyo
a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los
"micro-créditos", el programa de pequeños préstamos bancarios para
mujeres pobres en el Sur global. Presentado como un empoderamiento, de abajo
hacia arriba, alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los
proyectos estatales, los micro-créditos se promocionan como el antídoto
feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa
por alto, sin embargo, es una coincidencia inquietante: el micro-crédito ha
florecido precisamente cuando los Estados han abandonado los esfuerzos
macro-estructurales para combatir la pobreza, esfuerzos que no se pueden
sustituir con prestamos a pequeña escala. También en este caso una idea feminista
ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una perspectiva dirigida,
originalmente, a democratizar el poder del Estado para empoderar a los
ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la mercantilización y los
recortes de la estructura estatal.
En todos estos casos la
ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo
(neo)liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que
aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese
hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de
nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las
feministas necesitamos romper esa "amistad peligrosa" con el
neoliberalismo y reclamar nuestras tres "contribuciones" para
nuestros propios fines.
En primer término,
debemos romper el vínculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y
el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire
entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas,
incluyendo, pero no solo, los "cuidados". En segundo lugar, debemos
bloquear la conexión entre nuestra critica al economicismo y las políticas de
la identidad, integrando la lucha por transformar el statu quo dominante que
prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la
justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra
crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando
la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes
públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.
Nancy Fraser es una
activa militante feminista estadounidense y profesora de filosofía y política
en la New School for Social Research de Nueva York. Su último libro, junto a
Judith Butler, es ¿Reconocimiento o
redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo. Traficantes de
Sueños. Madrid, 2017.
Otros libros:
Fortunes
of feminism: from state-managed capitalism to neoliberal crisis.
Brooklyn, New York: Verso Books, 2013.
(Cuadernos Rebelde / 16-12-2017)
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