por Javier Yanes
Quienes eligen la ciencia como
profesión saben que no escogen el rumbo más fácil, sobre todo en sus comienzos.
Pero todo investigador que se sienta tentado de rendirse ante la adversidad
cuenta con un modelo en el que inspirarse: la neurocientífica
italiana Rita Levi-Montalcini (22 de abril de 1909 – 30 de diciembre de 2012),
que construyó su carrera a través de una guerra mundial y superando lo que en
su país y época eran dos obstáculos monumentales, ser mujer y judía. Y no sólo
triunfó: ganó un Nobel.
De hecho, no es que Levi-Montalcini hubiera podido decantarse por otras
opciones más cómodas, sino que le habría bastado con aceptar el destino que su
padre, el ingeniero eléctrico y matemático Adamo Levi, ya había diseñado para
ella y sus dos hermanas. La suya era una familia victoriana, según describió la
propia Rita, y su madre, la pintora Adele Montalcini, vivía sometida a su
marido. A Rita y a sus hermanas no se les facilitó el acceso a la Universidad,
ya que esto podía interferir en su futuro papel como esposas y madres. Y para
una familia culta y acomodada de Turín, no faltarían los pretendientes.
Pero ya a una pronta edad, Rita comprendió que el de esposa complaciente no era su lugar en la vida. Tras algún titubeo, optó decididamente por la medicina. Salvadas las reticencias de su padre y sus propias lagunas académicas, ingresó en la Universidad de Turín, donde compartió bancos con los futuros premios Nobel Salvatore Luria y Renato Dulbecco. Los tres fueron discípulos de una figura que sería esencial en la trayectoria de Levi-Montalcini, el neurohistólogo Giuseppe Levi. Después de graduarse con honores en 1936, Rita permaneció como investigadora a cargo de su mentor, iniciando sus estudios en el desarrollo del sistema nervioso en el embrión de pollo.
Pero ya a una pronta edad, Rita comprendió que el de esposa complaciente no era su lugar en la vida. Tras algún titubeo, optó decididamente por la medicina. Salvadas las reticencias de su padre y sus propias lagunas académicas, ingresó en la Universidad de Turín, donde compartió bancos con los futuros premios Nobel Salvatore Luria y Renato Dulbecco. Los tres fueron discípulos de una figura que sería esencial en la trayectoria de Levi-Montalcini, el neurohistólogo Giuseppe Levi. Después de graduarse con honores en 1936, Rita permaneció como investigadora a cargo de su mentor, iniciando sus estudios en el desarrollo del sistema nervioso en el embrión de pollo.
El aliento del
avance nazi
Como la de tantas otras personas en
aquella época, la vida de Levi-Montalcini iba a entretejerse con las
turbulencias políticas de Europa. En 1939, con las nuevas leyes contra los
judíos impuestas por Benito Mussolini, Rita dejó su puesto en la universidad,
trasladando sus experimentos a su propio dormitorio. Allí montó un
laboratorio con su microscopio y algunos utensilios caseros adaptados, como
agujas de coser y pinzas de relojero.
En los años siguientes,
Levi-Montalcini fue sintiendo en la nuca el aliento del avance nazi: en la
primavera de 1940 regresaba a Turín de una estancia en Bruselas poco antes de
la invasión alemana de Bélgica. Tras la alianza entre Mussolini y Hitler, en
1941 las bombas aliadas comenzaban a caer sobre Turín, lo que obligó a los
Levi-Montalcini a mudarse a su casa de campo en las montañas. Allí Rita se
llevó sus pertrechos. Para conseguir material de
investigación, visitaba a los granjeros locales y les pedía huevos fecundados
para alimentar a sus hijos (que no tenía). En 1943 y ante el avance
de las tropas nazis, la familia se vio obligada una vez más a huir hacia el
sur, donde Rita rehizo su laboratorio en un sótano de Florencia.
Cuando por fin la guerra terminó,
Levi-Montalcini ya había sentado las bases del que sería el gran descubrimiento
de su vida. Durante aquellos años había replicado algunos experimentos del embriólogo alemán Viktor Hamburger, de la
Universidad Washington de San Luis (EEUU). Hamburger había observado que los
embriones de pollo privados de sus miembros no desarrollaban los nervios
destinados a estas regiones, lo que el científico interpretaba como una falta
de diferenciación en esas neuronas. Levi-Montalcini coincidía en los
resultados, pero no en la explicación: la italiana proponía que estos nervios
sí se diferenciaban, pero morían por falta de algún factor que debía
suministrarle el miembro ausente.
El Factor de
Crecimiento Nervioso
Cuando Hamburger supo del trabajo de
Levi-Montalcini, la invitó a su laboratorio para lo que en principio iba a ser
una colaboración de unos pocos meses. Se quedó allí 30 años y el afamado
neuroembriólogo tuvo que rendirse a la evidencia de que la hipótesis correcta era la de aquella científica refugiada que
había mendigado huevos en las granjas.
En los años 50 y en colaboración con el
bioquímico Stanley Cohen, Levi-Montalcini aisló el Factor de Crecimiento
Nervioso (NGF, por sus siglas en inglés), una proteína esencial para la
supervivencia de las neuronas. En 1986, Levi-Montalcini y Cohen recibieron
el Nobel de Fisiología o Medicina “por
sus descubrimientos de factores de crecimiento”.
Pero por importante que sea el NGF,
la contribución de la científica adquiere un alcance infinitamente más profundo
al situarla en su contexto. El NGF fue el primero de lo que luego ha sido una extensísima familia de mensajeros de comunicación entre células,
un campo que hoy permea todas las áreas de la biología. Al
hallar el primero de estos factores, la longeva investigadora –vivió hasta los
103 años– hizo mucho más que descubrir una biomolécula crucial, en palabras del
Instituto Karolinska con ocasión de la concesión del Nobel—, “creó un concepto
a partir de un aparente caos”.
(OpenMind / 30-12-2017)
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