Una treintena de críticos, escritores y políticos esbozan un retrato del mito a través de sus más de 15º películas en el libro El universo de John Ford.
En
1950, cuando el senador Joseph McCarthy se entretenía con su
particular «caza de brujas», el sindicato de directores se reunió para ver cómo
se posicionaba. Uno a uno, los cineastas fueron hablando hasta que le llegó el
turno a John Ford: «Hola, me llamo John Ford y dirijo
películas del Oeste». Una frase sencilla pero cargada de contenido, como su
cine: ¿Hay algo más «americano» que el wéstern? ¿Podía alguien sospechar de un
director que ganó dos Oscar por sus documentales de guerra que rodó mientras
servía contra los nazis? Pero el alegato continuó: «No creo que debamos
ponernos en la tesitura de informar de manera peyorativa sobre ningún director, ni
delatarle, sea comunista o haga lo que haga». Es decir, protegía a los
suyos. Y lo suyo era el cine. Elegir entre los buenos y los malos, tan
definidos en los wéstern, no era tan fácil en la vida real.
La
figura del considerado como el director más grande de todos los tiempos
-recuerden aquella respuesta de Orson Welles: «Mis tres directores favoritos
son John Ford, John Ford y John Ford»- es diseccionada a través de la
mirada de 29 personalidades, entre ellos periodistas, escritores, profesores,
políticos..., en el libro «El universo de John Ford». Más de 500 páginas en las
que se analizan sus películas en un ejercicio que permite componer una
fotografía fija del carácter, las contradicciones y el talento revolucionario,
por innovador, del creador de clásicos como «La diligencia», «Fort Apache» o
«Escrito bajo el sol».
Ufano cascarrabias
En
sus páginas satinadas, hasta 70 películas pasan por el ojo crítico de Eduardo
Torres-Dulce, Espido Freire, Luis Herrero, Víctor Arribas, Fernando R.
Lafuente, Oti Rodríguez Marchante... Las demás, hasta completar el centenar
y medio de cintas que filmó, así como sus incursiones en la televisión, sus
cortos, los documentales y el trabajo que ejerció como productor, quedan
perfectamente explicados en la segunda parte del libro, un «Diccionario» que
desentraña qué sucedió a su alrededor en sus 79 años de vida: sus polémicas, su
vertiente pacifista y la belicista, su obra llena de testosterona y que exuda
tierna calidez, el ufano cascarrabias y el genio. Todo, hasta la definición que
de él hizo François Truffaut: «John Ford es uno de esos poetas que
no hablan de poesía».
Entre
los análisis de las películas y el Diccionario se cuelan anéctodas sutiles que
ayudan a comprender -o al menos, a descubrir- sus mil aristas. Una de ellas la
cuenta Espido Freire, que defiende que «en John Ford no había una diferencia
entre lo que hacía, lo que había elegido rodar y lo que pensaba». «Por eso
-asegura la escritora- “Centauros del desierto” supondrá un cambio: Ford toma
un modelo que conocemos y lo retuerce hasta que se convierte en lo opuesto,
pero, aun así, sigue siendo reconocible». O su relación con la Academia de
Hollywood, contra la que firmó en 1945 un manifiesto para boicotearla. «Nadie
puede respetar una organización con un nombre tan altisonante y que ha
fracasado en todos los empeños que ha asumido. Cuanto antes acabemos con ella,
mejor», suscribió. Ese mismo año ganó -y recogió, a diferencia de su
guionista- el primero de sus seis Oscar. Ninguno, y es otra de las
contradicciones que le rodearon, lo ganó por un wéstern.
Y,
aunque ahora la figura de John Ford es una leyenda, inquebrantable y adorada,
el paso del tiempo le afectó. Al igual que afectó a las películas del Oeste,
que fueron perdiendo público. Así lo relata el periodista Moisés Rodríguez.
«Año 1962. John Ford tiene 68 años y John Wayne 55. Para entonces ya habían
colaborado en multitud de películas, entre ellas algunas de las más grandes de
la Historia del Cine. Pero su época dorada llegaba a su fin. Sabía que era hora
de enterrar una época para dar paso a los nuevos tiempos, pero no quiso hacerlo
sin antes dejar una maravillosa mirada nostálgica al pasado que es “El
hombre que mató a Liberty Valance”».
Después,
en su vejez, forjaría su leyenda de hombre hosco y huraño. Murió once años
después de filmar «El hombre que mató a Liberty Valance», y en sus
últimos años se sintió desplazado, arrinconado. Todos le olvidaron excepto para
recordarle sus años de gloria, como una reliquia que nadie quería tocar.
(30/12/2017)
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