CANTO SEXTO
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Mervyn está en su cuarto;
acaba de recibir una misiva. ¿Quién puede escribirle una carta? Su turbación le
ha impedido agradecer al empleado postal. El sobre tiene un reborde negro, y
las palabras han sido trazadas con letra presurosa. ¿Debe llevar esta carta a
su padre? ¿Y si el firmante lo prohíbe expresamente? Lleno de angustia abre la
ventana para aspirar los perfumes de la atmósfera; los rayos del sol reflejan
sus prismáticas irradiaciones en los espejos de Venecia y en las cortinas de
Damasco. Arroja la misiva a un lado, entre los libros de cantos dorados y los
álbumes de cubierta de nácar, esparcidos sobre el cuero repujado que recubre la
superficie de su pupitre de escolar. Abre el piano y deja correr los dedos
afilados sobre las teclas de marfil. Las cuerdas de latón no suenan. Esta
advertencia indirecta lo mueve a recoger el papel avitelado, pero este
retrocede como si estuviera ofendido por la vacilación del destinatario.
Atrapado en esa estampa, la curiosidad de Mervyn creció, y abre el papelucho
con prevención. Hasta ese momento la única escritura que conocía era la suya
propia. “Joven, me intereso por usted; quiero que sea feliz. Será mi camarada y
efectuaremos largas excursiones a las islas de Oceanía. Mervyn, sabes que te
amo y no necesito probártelo. Me otorgarás tu amistad, estoy seguro. Cuando me
conozcas mejor, no te arrepentirás de la confianza que puedas haberme demostrado.
Te evitaré los peligros a que te exponga tu inexperiencia. Seré un hermano para
ti, y nunca te faltarán buenos consejos. Para mayores explicaciones,
encuéntrame, pasado mañana por la mañana, a las cinco, en el puente del
Carrusel. Si todavía no hubiera llegado, aguárdame, aunque espero estar a la
hora exacta. Haz tú lo mismo. Un inglés no perderá fácilmente la ocasión de ver
claro en sus asuntos. Joven, te saludo, y hasta pronto. No muestres esta carta
a nadie.” –“Tres estrellas en lugar de la firma”, exclama Mervyn, “y una mancha
de sangre en la parte inferior de la página.” Lágrimas abundantes corren sobre
las extrañas frases que sus ojos han devorado, y que abren a su espíritu el
campo ilimitado de los horizontes inciertos y novedosos. Le parece (sólo
después de la lectura que acaba de terminar) que su padre es algo severo y su
madre demasiado majestuosa. Posee razones que por no haber llegado a mi
conocimiento no podré trasmitiros, para insinuar que no está tampoco de acuerdo
con sus hermanos. Esconde la carta en su pecho.
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