UNA PENSIÓN BURGUESA (1
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-¿La mantendrá acaso él?
-preguntó en voz baja la señorita Michonneau al estudiante.
-¡Oh, sí, estaba
terriblemente hermosa! -repuso Eugenio, a quien papá Goriot miraba ávidamente-.
Si la señora de Beauséant no hubiese estado allí, mi divina condesa hubiese
sido la reina del baile, los jóvenes no tenían ojos más que para ella, yo
estaba inscrito en su lista con el número doce. Las demás mujeres rabiaban. Si
alguna criatura ha sido feliz ayer, esa fue ella. Tienen razón cuando dicen que
no hay nada más hermoso que fragata a la vela, caballero al galope y mujer
bailando.
-Ayer, en lo más alto de
la sociedad, en casa de una duquesa -dijo Vautrin; esta mañana sumida en lo más
bajo, en casa de un prestamista: he aquí a los parisienses. Si sus maridos no
pueden sostener su desenfrenado lujo, se venden. Si no saben venderse,
destriparían a sus madres para arrancarles del vientre algo con que brillar.
Hacen una vida más que desordenada. ¡Conocido! ¡Archiconocido!
La cara de papá Goriot,
que se había iluminado como el sol de un hermoso día al oír al estudiante, se
tornó sombría ante la cruel observación de Vautrin.
-Bueno -intervino la
señora Vauquer-, ¿y cuál fue su aventura? ¿Le habló usted? ¿Le preguntó si
quería aprender Derecho?
-No, ella no me vio -dijo
Eugenio-. ¿Pero no es singular encontrara las nueve de la mañana, en la calle
de Grès, a una de las mujeres más lindas de París que salió del baile a las dos
de la madrugada? Sólo aquí se ven estas cosas.
-¡Oh, las hay mucho más
raras! -exclamó Vautrin.
La señorita Taillefer
estaba tan preocupada con la tentativa que iba a hacer, que apenas había
escuchado. La señora de Couture le hizo seña de que subieran a vestirse, y
cuando las dos damas salieron, papá Goriot las imitó.
-Vaya, ¿lo han visto
ustedes? -dijo la señora Vauquer a Vautrin y a los demás huéspedes-. ¿Se
convencen de que se ha arruinado por esas mujeres?
-Jamás se me hará creer
-exclamó el estudiante-, que la hermosa condesa de Restaud tiene relaciones con
papá Goriot.
-Bueno, no tenemos ningún
interés en convencerlo -lo interrumpió Vautrin-. Es usted demasiado joven para
conocer bien París; más tarde verá que hay aquí lo que llamamos hombres de pasiones. -Al oír estas
palabras, la señorita Michonneau miró a Vautrin con aire de inteligencia.
Parecía un caballo de regimiento que oye el sonido de la trompeta. -¡Ah! ¡Ah!
-exclamó Vautrin interrumpiéndose para dirigirle una mirada profunda-; que
también nosotros hemos tenido nuestras pequeñas pasiones. -La solterona bajó
los ojos como una religiosa que ve estatuas desnudas. -Pues bien -insistió él-,
esas personas se aferran a una idea, a una pasión. Tienen sed de una cierta
agua contenida en una cierta fuente, prontamente estancada, y para beberla
serían capaces de vender sus mujeres, sus hijos, o de entregar el alma al
diablo. Para unos esta fuente es el juego, la Bolsa, una colección de cuadros o
de insectos, la música; para otros, es una mujer que sabe prepararles golosinas.
A estos les ofreceríais en balde todas las mujeres de la tierra, porque sólo
quieren la que satisface sus pasiones. Frecuentemente esta mujer no los quiere
y les vende muy caro su cuerpo; y bien, mis extravagantes no se cansan, y
llevarían su última manta al Monte de la Piedad para entregarles su último
céntimo. Papá Goriot es uno de esos hombres. La condesa lo explota porque es
discreto, y ahí tiene usted el gran mundo. El pobre hombre no piensa más que en
ella. Aparte de su pasión, ya lo ve usted, es una bestia bruta. En cambio,
háblele usted de esto, y verá que su cara se ilumina como un diamante. El
secreto no es difícil de adivinar. Esta mañana llevó plata a la fundición, y yo
lo vi entrar en casa de papá Gobseck, en la calle de Grès. ¡Atienda lo que sigue!
Al volver envió a casa de la condesa de Restaud a ese estúpido de Cristóbal que
nos enseñó la dirección de la carta, dentro de la cual había una letra. Es
claro que si la condesa iba también a la casa del usurero, es porque la tal
letra vencía pronto, y tenía urgencia. No se necesita mucho talento para
entender esto. Con que, joven estudiante, no me negará que esto prueba que,
mientras la condesa bailaba, reía y hacía monerías luciendo su hermoso traje,
su corazón estaba oprimido por el recuerdo de sus letras de cambio protestadas,
o las de su amante.
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