9 / LA LECCIÓN DEL ENFADO (6)
DK (4)
En nuestra sociedad se considera que el enfado es algo malo e inadecuado, de modo que no disponemos de una manera sana de exteriorizarlo. No estamos acostumbrados a hablar de él ni a manifestarlo. Nos lo tragamos, lo negamos o lo reprimimos. La mayoría de nosotros lo guardamos dentro hasta que, al final, explotamos porque no hemos aprendido a decir que estamos enfadados por las cosas pequeñas. Muchas personas no saben reaccionar en el momento y decir que están enfadadas por esto o aquello en el instante en que se produce el enfado. En vez de esto, fingen que son personas amables y que nunca se enfadan, hasta que explotan y enumeran las veinte cosas que la otra persona ha hecho en los últimos meses y que la han hecho enfadar.
La muerte produce una cantidad enorme de enfado en todos los implicados. ¿Qué hace el personal del hospital con su enfado? ¿Y qué hacen las familias y los pacientes con el suyo? Sería estupendo que los hospitales contaran con una habitación donde se pudiera gritar, no a alguien en concreto, simplemente gritar bien fuerte. Sería fantástico que todos dispusiéramos de una habitación aislada en la que pudiéramos expresar nuestros enfados, porque si no los sacamos acabaremos gritándole a alguien, y eso tiene sus consecuencias. A nadie le gusta estar cerca de una persona enfadada. Y una persona enfadada es, con frecuencia, una persona sola.
Muchas personas reprimen su enfado porque lo juzgan. Creen que si fueran buenas personas, si fueran encantadoras y espirituales, no se enfadarían ni deberían hacerlo. Sin embargo, el enfado es una reacción normal. Es importante ayudar a las personas a resolver todos los sentimientos de enfado que sienten hacia ellas mismas, los demás o incluso hacia Dios.
A algunas personas, proferir insultos contra Dios, gritar con el rostro hundido en una almohada o golpear la cama del hospital con un bate de béisbol les ayuda a exteriorizar su enfado. Después cuentan lo bien que se sienten al haberlo sacado, y se dan cuenta de que tenían miedo de pronunciar esos insultos porque creían que Dios los fulminaría con un relámpago o los castigaría de alguna otra manera. No obstante, después de hacerlo se sienten más cerca de Dios que nunca. Como dijo una mujer, “me di cuenta que Dios era lo suficientemente poderoso para soportar mi enfado. Además, también comprendí que mi enfado no estaba relacionado con Él”.
Una azafata de vuelo explicó que su padre había fallecido de forma accidental mientras limpiaba su escopeta. Ella intentó, una y otra vez, aceptar su muerte, pero no lo conseguía. Hasta que un día, mientras pensaba en la muerte de su padre, estalló una terrible tormenta, con truenos y relámpagos. Salió al jardín y, en medio de aquel ruido y de la lluvia, gritó al cielo con todas sus fuerzas expresando toda su rabia. Algo en aquella tormenta la ayudó a ponerse en contacto con su enfado y a sacarlo. Tras gritar durante un rato con el puño levantado hacia el cielo, cayó de rodillas y lloró. Y, por primera vez en muchos años, se sintió en paz otra vez
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