LA PUESTA EN ESCENA Y LA METAFÍSICA (1)
Hay en el Louvre una pintura de un primitivo, no sé si conocido o no, pero que nunca representará un período importante de la historia del arte. Ese primitivo se llama Lucas Van den Leiden, y después de él, en mi opinión, los cuatrocientos o quinientos años de pintura siguientes son insustanciales e inútiles. La tela de que hablo se llama Las hijas de Lot, asunto bíblico de moda en aquella época. Por cierto que en la Edad Media no entendían la Biblia como la entendemos ahora, y ese cuadro es un curioso ejemplo de las deducciones místicas que la Biblia puede inspirar. Su patetismo, en todo caso, es visible aun desde lejos; afecta al espíritu con una especie de armonía visual fulminante, es decir, con una intensidad total, que se organiza ante la primera mirada. Aun antes de alcanzar a ver de qué se trata, se presiente que ocurre allí algo tremendo, y podríamos decir que la tela conmueve al oído al mismo tiempo que el ojo. Parece que en ella se hubiese concentrado un drama de alta importancia intelectual, como una repentina concentración de nubes que el viento, o una fatalidad mucho más directa, ha reunido para que midan sus truenos.
Y en efecto, el cielo del cuadro es negro y cargado, pero aun antes de poder decir que el drama nació en el cielo, y ocurre en el cielo, la luz peculiar de la tela, la confusión de las formas, la impresión general, todo revela una especie de drama de la naturaleza, y desafío a cualquier artista de las grandes épocas de la pintura a que nos dé uno equivalente.
Una tienda se levanta a orillas del mar; ante ella está sentado Lot, con una armadura y una hermosa barba roja, y mira evolucionar a sus hijas, como si asistiera a un festín de prostitutas.
Y en efecto, estas mujeres se pavonean, unas como madres de familia, otras, como amazonas se peinan y practican armas, como si nunca hubieran tenido otra ocupación que la de encantar a su padre, servirle de juguete o de instrumento. Se nos enfrenta así con el carácter profundamente incestuoso del antiguo tema, que el pintor desarrolla aquí en imágenes apasionadas. Esa profunda sexualidad es prueba de que ha comprendido absolutamente el tema como un hombre moderno, es decir como podríamos comprenderlo nosotros mismos; es prueba de que no se le ha escapado tampoco su carácter de sexualidad profunda pero poética.
A la izquierda del cuadro, y un poco hacia el fondo, se alza a alturas prodigiosas una torre negra, apuntalada en su base por todo un sistema de rocas, de plantas, de caminos serpeantes señalados con mojones, punteados aquí y allá por casas. Y merced a un feliz efecto de perspectiva, uno de esos caminos se desprende en determinado momento del confuso laberinto en que se había internado, y recibe al fin un rayo de esa luz tormentosa que desborda de las nubes y salpica irregularmente la comarca. El mar en el fondo de la isla es extremadamente alto, y además extremadamente calmo, si se tiene en cuenta la madeja de llamas que hierve en un rincón del cielo.
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