Y si hemos
de salvar algún día el arco de la muerte, en forma que alguien quiera
evocarnos. Aquí yace -digan en mi tumba- un hijo menor de la Palabra.
ALFONSO
REYES (26)
Hasta aquí, hemos establecido
nuestras simpatías con el legado literario de Reyes
acerca de Góngora y de sus simetrías con Mallarmé. Y podemos alabar, como
quiere Gutiérrez Girardot, su “diálogo elegante y cortés con los lectores”
(102) y “la densa y clara sencillez que distinguió toda su obra” (104). Asimismo,
aclamar la “retombée” o resonancia y la “similaridad” o “parecido en lo
discontinuo” de sus ensayos sobre Góngora y Mallarmé, con la nueva estética
literaria “neobarroca”. Pero me gustaría, también, establecer algunas diferencias. Quisiera problematizar,
antes de concluir, esa inclinación de Reyes hacia Góngora y Mallarmé.
Preguntar, por qué, un escritor mexicano que buscó siempre un equilibrio
clásico en su persona y sus escritos, se apasionó por esos nombres de filiación
barroca y simbolista, alejados quizás de su propia personalidad. Algo me lleva
a eso. Tanto el Polifemo sin
lágrimas (1961), inconcluso,
como Culto a Mallarmé, (OC
XXV, 1991), fueron publicados, en su concepción total, de manera póstuma. ¿Qué movió a Reyes, a
ese ‘acto sin acto’, a no terminarlos? ¿Por qué resultaron intentos frustrados,
inconclusos? El primero iba dirigido al mayor gongorista de España, con la
siguiente dedicatoria:
A DÁMASO
ALONSO,
maestro de
toda exégesis y erudición gongorina,
dedico este
ensayo de divulgación.
A.R.
México, 1954.
Así, Reyes rendía homenaje y
reconocimiento a la primacía del erudito español. La idea del Polifemo sin lágrimas había nacido, probablemente, como
el intento de establecer un diálogo con el libro de Alonso, Góngora y el ‘Polifemo’: texto,
estudio, versión en prosa, comentarios y notas, estrofa por estrofa, cuya primera edición apareció de
manera simultánea al de Reyes en España, en 1961. Desde los años del tercer
centenario de la muerte de Góngora, el filólogo español se había establecido
como la autoridad máxima de la exegética gongorina. Reyes, en el fondo, lo
sabe, y tiene que aceptar que, a pesar de sus contribuciones a la crítica
-algunas de las que hemos estudiado en este ensayo-, sus páginas no igualarán
las de su amigo y ‘maestro’ español. Así, en un postrero intento, Reyes quiere,
de alguna forma, imitar los pasos de Alonso y contribuir, de una manera
creativa, con la crítica gongorina. Pero, tal vez, su salud ya no se lo
permitió. Aduciremos a otra razón, más profunda.
Notas
(26) Cit. en Parentalia de1957 (en Reyes 1990c: XXIV, 360).
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