Por otra parte, el ojo
estético del joven Reyes es preciso y demuestra su calidad de lector de poesía,
cuando comenta aquel “epíteto inesperado y sorprendente: Me lèvre en feu buvant” (91), así como cuando
cita aquellas líneas de “L’Après midi d’un faune”:
Tu sais, ma passion, que
pourpre et dejà mûre
Chaque grenade éclate et
d’abaeilles murmure…
que serán, “según el decir de
Paul Valéry, los más hermosos versos del mundo”, nos contará medio siglo más
tarde Lezama Lima, otro admirador de la estética mallarmeana (Confluencias:
17). Con respecto a esta fina capacidad de lector, Gutiérrez Girardot habla de
“el arte de la cita de Reyes” y lo define así: “Este consiste en que no cita a
los autores con el fin de invocar su autoridad o de alabarlos, sino como
interlocutores de un diálogo sobre el hombre y su tradición.” (96)
Exiliado en Esaña, en el
ensayo, “De Góngora y de Mallarmé”, incluido en la primera edición de Cuestiones gongorianas (1927), Reyes recuerda: “asocié
ligeramente los nombres de Góngora y Mallarmé, allá por 1909 o 1910. Grande
alegría cuando pude cubrir mi atisbo con la autoridad de Gourmont (Promenades
Littéraires, 4ª serie; Paris, 1912), quien tuvo la idea de acercar a estos
‘malhechores de la estética’, como decía él con ironía” (VII, 159-160). En el
mismo libro reseña el libro de Francis de Miomandre sobre las similitudes entre
ambos poetas: “Acierta al asegurar que Góngora y Mallarmé caen, en el cielo
estético, más cerca uno de otro que no lo estaban de sus respectivos
contemporáneos.” (161) Entusiasta del tema, Reyes celebra lo que intuía de
manera tímida y juvenil hacia 1910, en México, fuera ya un tema central de la
discusión literaria en la
España de los años 20. Refiere el artículo del humanista
polaco Zdislas Milner, “Góngora et Mallarmé, la conaissance de l’absolou par
les mots”, cuyo título mismo, “es ya una definición de la doctrina estética en
que los dos poetas coinciden.” (161) Y comenta la “religión poética” (161) que
profesaban ambos, así como el hecho estético de que “devuelven a la palabra su
perdida fragancia etimológica” (162). A caballo entre dos generaciones
españolas -la del 98 y la del 27- en su capacidad de americano, pudo sostener
una posición lateral y tal vez más fresca-, que buscaba
caminos más creativos y que marcó “su primacía y su contribución a esa
floreciente época renovadora de la cultura española.” (Gutiérrez-Girardot: 89)
(25) Y Lezama Lima, en 1956, hará eco de esta similitud: “Tres siglos después
parece como si Mallarmé hubiese escrito la mitología que debe servir de pórtico
a don Luis de Góngora.” (Confluencias: 16), en lo que llamó “influencias
menores, casi invisibles” (26), o “una similaridad o un parecido de lo
discontinuo” diría Sarduy, que coloca a ambos poetas como precursores resonantes de la estética literaria
neobarroca, y a Reyes y Lezama como sus exégetas latinoamericanos más
entusiastas, en una continuidad de generaciones distintas y
distantes.
Notas
(25) Hemos
estudiado, en otro lado, la centralidad que tuvo su crítica cinematográfica,
escrita hacia 1915, en lengua española (Dávila 2004). Reyes, podemos decir, fue ingrediente activo de las nuevas tendencias
literarias que los jóvenes españoles del 27 -como vimos- abrazaron con fervor y
que van a instaurar en definitiva durante las festividades del centenario,
aunque con la reserva, según veremos adelante, de que fue, también, un “testigo
distante” como lo denomina Gutiérrez-Girardot (89).
(26) Cit. en Parentalia de 1957 (en Reyes 1990c: XXIV,
360).
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