VIII / MANUEL EL ZORRO (2)
“Pues, siñores, volviendo a
lo que iba diciendo, Manuel perdió tuito; entonces la dio la fiebre a su mujer
y ¿qué podía hacer el pobre sino vender sus malacaras?, ansí jué que yo mismo
se los compré, pagándole cincuenta pesos por ellos. Es cierto que eran tuitos
redomones y que estaban sanos, pero era un precio alto, y no lo pagué sin haber
pensao bien la cosa antes, porque en negocios de esta laya, si uno no saca
cuentas de anticipao, ¿ande, siñores, iríamos a para a fin de año? Se lo
llevaría a uno el mesmo diablo con tuita la hacienda que heredó de sus padres,
o que hubiese podido juntar a juerza de su propia inteligencia y trabajo.
“Pues ansina es la cosa,
siñores. Yo tengo malasa cabeza pa lo que son cuentas; tuito lo demás no me
cuesta nada aprender, pero cómo sumar cuando estoy apurao, es algo que hasta
aura no me ha dentrado en la mollera. Pero cuando yo encuentro que no
puedo sacar mis cuentas, ni se lo que debo hacer, basta que consulte el asunto
con la almuá y me quede despierto, pensándolo. Pues, cuando hago esto, me
levanto tempranito a la mañana siguiente, sintiéndome tan despejao y fresco
como uno que acaba de comerse una sandía; y veo tan claro lo que debo hacer, y
cómo hacerlo, como si juera este mate que tengo aquí en la mano.
“En este trance resolví
llevar el asunto de los malacaras conmigo a la cama y decirle: ‘Aquí te tengo y
no te me vas a escapar’, pero como a la hora de cenar dentró Manuel a fregar la
pava, y se sentó junto al jogón con la cara larga como un condenado a muerte.
“-Si la Providencia está enojá
con tuita la humanidá -dijo Manuel-, y quiere hacer una vítima, no veo por qué
ha elegido una persona tan inofensiva y insinificante como yo.
“-¿Qué querés, pues, Manuel?
-retruqué yo-. Asigún nos dicen los letraos, la Providencia nos manda
alversidades pa nuestro bien.
“-Estoy conforme -dijo él-;
no seré yo el que le ponga en duda, pues, ¿qué se diría de un soldado que
criticase las medidas que tomara su comandante? Pero vos sabés, Anselmo, la
laya de hombre que soy yo, y es amargo que estas alversidades le caigan encima
a uno que jamás le ha hecho mal a naides, sino en ser pobre.
“-El carancho -dije yo-
siempre hace presa a los enfermos y enclenques.
“-Primero, pierdo tuito lo
que tengo -continuó él-; en enseguida ha de darle la fiebre a esa mujer, y aura
debo creer que ni hasta crédito tengo, ya que no puedo conseguir emprestao la
plata que necesito. Los que mejor me conocían han cambiado de repente, y aura
me tratan como si juera un extraño.
“-Cuando lo ven a uno en a
mala -dije yo-, hasta los cuzcos escarban la tierra pa echársela encima.
“-Ansí no más es -retrucó
Manuel-, y dende que me han pasado estas desgracias, ¿qué se han hecho la pila de
amigos que yo tenía? Porque nada jede pior que la pobreza, así es que tuitos
los hombres cuando la ven, se tapan las narices o juyen como si fuese la peste.
“-Es la pura verdá, Manuel,
lo que vos decís -retruqué yo-, pero no digás tuitos los hombres, porque, ¿cómo
sabés vos -ya que hay tantas almas en el mundo- que no le estás haciendo una
injusticia a alguien?
“-De vos no digo nada
-contestó él-; al contrario, si alguien se ha compadecido de mí, has sido vos,
y esto no sólo lo digo en tu presencia, sino delante tuito el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario