lunes

FÉLIX GUERRA - 16 ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA


DECIMOQUINTA ENTREGA

6 / DESCUBRIMIENTOS E INNATOS DESCUBRIDORES (2)

Pero, bien, ¿qué nos descubre o redescubre Humboldt?

Diría yo, como conjetura, que el geógrafo demuestra que toda criatura que se deja quemar la mollera por el sol, es ya un ser relativamente tropical que nunca volverá a la total cordura ni siquiera recogiendo cordel y regresando a la alemana por el derrotero nacional. ¿No es inaudito que un científico, germano por demás, se encierre con un cocodrilo en su habitación y suba luego a lo alto del escaparate, para verlo actuar, como si las coristas se alimentaran de los espectadores o como si fuese el espectador el encargado de saltar en los trapecios? ¿Eso es humor criollo o a mí el tabaco me hace llorar rosquillas de humo?, ¿eso es ingenua agudeza caribeña o es la influencia del sol iluminando los postes lo que hace orinar a los perros? Humboldt, como todo buen tropicalista repentino, además enseguida se repleta con la visión del mar, del aire y de la tierra y comienza a vislumbrar vastos reflejos de la luz, que resulta matinal, irisada, cenital, goteante, filtrada por el follaje o los vitrales, oblicua y acompasada, especular y cegadora, cristalina o terrosa, crepuscular y atestada de apagados tintineos.

De las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde, dice Humboldt, se observan variados cortejos de la suspensión y la refracción de la luz, como golpes de naipe en la base de la nariz.

¿Humboldt descubre un octavo de la luz del archipiélago o simplemente la describe, la describe o simplemente la secciona y la muestra a los cuatro vientos con rigor científico y poesía razonada? ¿Descubre, redescubre, reaviva, destaca, se babosea como el niño? Cada quien que escoja su ceniza y la esparza, que siempre algún acierto le calzará la espalda. No sé por qué, pero Humboldt aquí parece descubrir la lejanía (siendo él un ente en ese instante tan lejano), cuando mira los azules de cada cielo o de la distancia ribeteando objetos mediatos. Todo su enriquecido diálogo cubano sintetiza una experiencia: la poesía brota del entorno natural y toda poesía en sí misma es árbol y aire y luz comprimida y atributo del ambiente. La huella del dedo puede ser seguida como un rastro por el viento y el viento deja pulgares en la claridad. En cada árbol hay atado un caballo y cada caballo es una pieza del vivaqueo de Europa en tierra de América. Eso lo vio Humboldt, con ojo que comenzaba a ser parte del ajiaco, que igual provoca estreñimiento que diarreas, que igual nos pone adustos y solemnes que divertidos y chistosos.

¿Qué otras cosas descubrieron sus viajeros?

Hemos descubierto que descubrir es sinónimo de tantas cosas: echar al viento, levantarse de un salto, desobstruir, destapar ollas, desflorar, exhumar, desenvainar. Tal multitud de significados permite que cualquier caminante curioso que pisa nuestras costas tenga oblongas oportunidades de descubridor. Nuestro país, efectivamente, ha producido descubridores a pastos. En 1828, por ejemplo, Abbot descubrió para los norteamericanos que en esta islita crece un exuberante producto de la naturaleza llamada ceiba por los nativos, gigante de siete o nueve brazos, dragón vegetal, Polifemo de una extremidad plantal, tronco sensual, sagrado y reino de los misterios. Abbot cuchichea acerca del colono, que afianza músculos para resistir tempestades, y asocia este gigantismo con el borrascoso clima del trópico y con la desmesurada puja constante por la sobrevivencia.

Descubrir es también potenciar un instante, despejar un celaje que obstruía. Abbot trajo consigo innumerables sombreros, que fue soltando a medida que abría la boca y la ya manida lujuria de aquellos bosques del dieciocho y el diecinueve, hoy difuntos, saltaban al sendero con flores de hasta un par de colores y un trío de perfumes en el mismo cogollo. Para Abbot todo era descubrimiento: una bibijagua, un descubrimiento, dos bibijaguas, dos descubrimientos. En fin, todo es descubrimiento en su libreta de notas: desde la piña silvestre que forma colonias en la rama de la ceiba hasta las tajadas de sol que se filtran inverosímiles y mansas entre los gigantes del monte. Vemos cómo hemos facilitado la encomienda o labor de descubrir al visitante, con una amabilidad en la rama y una hospitalidad en la luz.

Otro tipo de descubridores son, por ejemplo, Fernando Ortiz y la señora Lydia Cabrera. Don Fernando, desde su óptica natal, sin comprar gafas en ninguna latitud, volvió a mirar sobre la isla y el panorama y conflicto de las razas se le rindió como un animal noble. Como exclamara Alfonso Reyes, desde su afamada cátedra mexicana, “sabio en el concepto humanístico y también en el concepto humano”, él ve claridades donde imperaban sombras oscuras y reparte cordura y razón y tolerancia a raudales, con una mano tan cubana que parecen banderas las franjas de sus dedos. Un descubridor indiscutible y trascendente de la ceiba es la señora Lydia Cabrera, que sin embargo nació aquí entre palmares. Descubrir, según vemos, no consiste sólo en venir de fuera o de lejos. No hay más lúcido descubridor que un nativo que mira y ve. Lydia vio la ceiba en su bioma, con sus armas y trampas extendidas, la vio como Iroko, con Oddúa sentado en la copa y Olofi pegado al tronco. En la ceiba de Lydia viven la Purísima Concepción y la Virgen de las Mercedes. Y por ahí se dan vueltas Oggún y Changó. Eso es tamaño descubrimiento: ver lo que no vio Otro, aun cuando Otro tenía tantos ojos o más que el que vio. ¿Quién descubre con más fortuna y esplendor: quien arriba de allende las palomas y deduce y anota lo visto o el rellollo yo que mira y observa y deshilacha destellos aparentemente invisibles en el cortejo de la luz?

¿Algún descubrimiento en el tintero?

Casi todos. El acercamiento del hombre al hombre, de Dios al hombre y del hombre a Dios, y ese recinto de inauguraciones donde se instala la ciencia, que lanza miradas hacia afuera y hacia adentro, nos traerán constantes descubrimientos. La falta de descubrimiento es el fin, el cierre de la navaja. Hay suficiente tejido, no obstante, para destejer y volver a tejer, porque una puerta abierta de misterios es el acceso a nuevos múltiples misterios enceldados. La panoplia es una adquisición constante, la hormiga sensible es una antena inexorable. La poesía, es decir, descubrir, es el alimento del numen. Y el numen es el aguijón hacia adentro, la liebre de retorno a la madriguera, la autocontemplación distante y cercana, una vuelta por los cerros, el silbido que convoca a las nos

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