sábado

SALINGER - FRANNY Y ZOOEY


(Traducción de Isabel de Juan)

OCTAVA ENTREGA

ZOOEY (1)

Presumiblemente los hechos que tenemos en mano hablan por sí mismos, pero de una forma un poco más vulgar, sospecho, de lo que suelen hacerlo. Por lo tanto, para contrarrestar, empezaremos con ese odium siempre renovado y estimulante: la introducción formal del autor. La que tengo pensada no sólo sobrepasa en seriedad y verborrea mis sueños más disparatados, sino que, por añadidura, es tremendamente personal. Si tengo la suerte necesaria y me sale bien, su efecto será comparable al de un recorrido obligatorio por la sala de máquinas conmigo mismo como guía, dirigiendo la visita vestido con un viejo bañador Jantzen de una pieza.

Para ir directamente a lo peor, lo que estoy a punto realmente de ofrecerles no es realmente un relato, sino una especie de película doméstica en prosa, y quienes han visto el metraje me han aconsejado encarecidamente que no elabore ningún plan complicado de distribución para ella. El grupo disidente, tengo el privilegio y el molesto honor de hacerlo público, está formado por los tres protagonistas, dos mujeres y un hombre. Comenzaremos por la protagonista, la cual, supongo, preferiría que la describiera brevemente como una chica lánguida y sofisticada. Opina que la cosa habría quedado mejor si yo hubiese hecho algo respecto a una escena de unos quince o veinte minutos en la que ella se suena varias veces…, cortarla, deduzco. Dice que es desagradable ver a alguien sonándose todo el rato. La otra dama, una otoñal ágil y coqueta, protesta porque yo la haya fotografiado, por así decirlo, con su bata vieja. Ninguna de estas dos bellezas (como han insinuado que les gustaría que las llamase) ponen graves reparos a mis propósitos de explotación. Por una razón muy sencilla, en realidad, aunque para mí algo vergonzosa. Las dos saben por experiencia que me echo a llorar a la primera palabra dura o reprobatoria. Es el protagonista masculino el que me ha rogado de la forma más elocuente que suspenda la producción. Él opina que el argumento se basa en el misticismo, o la mistificación religiosa… En cualquier caso, y él lo deja bien sentado, en un elemento trascendente, mediocre y excesivamente obvio, y dice que le preocupa que esto precipite, que adelante, el día y la hora de mi fracaso profesional. La gente ya está meneando la cabeza a mi alrededor, y si vuelvo a utilizar profesionalmente la palabra “Dios” en un futuro inmediato, no siendo como una sana y común exclamación americana, ello será considerado -o más bien, confirmado- como la peor clase de presunción y un signo inequívoco, de que voy derecho a mi perdición. Lo cual, por supuesto, es algo que da motivos para reflexionar a cualquier hombre pusilánime normal, más aun si es escritor. Pero sólo por un momento. Porque una objeción, por muy elocuente que sea, solamente sirve si es aplicable. El hecho es que estado produciendo películas domésticas en prosa, de manera intermitente, desde que tenía quince años. En alguna parte de El gran Gatsby (que fue mi Tom Sawyer cuando tenía doce años), el joven narrador comenta que todo el mundo sospecha que posee al menos una de las virtudes cardinales, y a continuación dice que él cree que la suya, bendita sea su alma, es la honestidad. La mía, me parece a mí, es saber distinguir entre un relato místico y una historia de amor. Afirmo que mi oferta actual no es un relato místico, ni una historia de mistificación religiosa. Digo que es una historia de amor compuesta, o múltiple, pura y complicada.

El argumento en sí, para concluir, es fundamentalmente el resultado de un esfuerzo de colaboración bastante atroz. Casi todos los hechos que siguen (despacio, con calma) me los suministraron originalmente los tres personajes-intérpretes en entregas muy espaciadas y en sesiones privadas más bien angustiosas para mí. Ninguno de los tres, podría añadir, mostró un talento notable para la brevedad en los detalles o la síntesis de los incidentes. Un defecto, me temo, que se reflejará en esta versión, o filmación, final. No puedo disculparlo, lamentablemente, pero insisto en tratar de explicarlo. Los cuatro somos parientes cercanos, y hablamos una especie de lenguaje familiar esotérico, una suerte de geometría semántica dentro de la cual la distancia más corta entre dos puntos es un círculo casi completo.

Una última advertencia: el apellido de nuestra familia es Glass. Dentro de un momento veremos al más joven de los Glass leyendo una carta desmesuradamente larga (que será reproducida aquí íntegramente, puedo prometeros) enviada por el mayor de sus hermanos vivos, Buddy Glass. El estilo de la carta, me aseguran, tiene un parecido mucho más que casual con el estilo, o manierismo de escritura, de este narrador, y el lector corriente se precipitará, sin duda, a llegar a la excitante conclusión de que el autor de la carta y yo somos la misma persona. Eso supondrá, y me temo que hará bien. Sin embargo, en adelante dejaremos a este Buddy Glass en la tercera persona. Yo, al menos, no veo ninguna buena razón para sacarle de ella.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+