viernes

MARTÍN FIERRO - JOSÉ HERNANDEZ


Fecha de Edición - Buenos Aires 1872

SÉPTIMA ENTREGA

VI – DESERTOR. LAS RUINAS DEL RANCHO.

156

Vamos dentrando recién
a la parte mas sentida,
aunque es todita mi vida
de males una cadena:
a cada alma dolorida
le gusta cantar sus penas.

157

Se empezó en aquel entonces
a rejuntar caballada,
y riunir la milicada
teniéndola en el cantón,
para una despedición
a sorprender a la indiada.

158

Nos anunciaban que iríamos
sin carretas ni bagajes
a golpiar a los salvajes
en sus mesmas tolderías;
que a la güelta pagarían
licenciándolo al gauchaje;

159

que en esta despedición
tuviéramos la esperanza;
que iba a venir sin tardanza,
según el jefe contó,
un menistro o qué sé yo-
que le llamaban don ganza;

160

que iba a riunir el ejército
y tuitos los batallones,
y que traiba unos cañones
con más rayas que un cotín;
¡pucha!- Las conversaciones
por allá no tenían fin.

161

Pero esas trampas no enriedan
a los zorros de mi laya;
que esa ganza venga o vaya,
poco le importa a un matrero.
Yo también dejé las rayas-
en los libros del pulpero.

162

Nunca juí gaucho dormido;
siempre pronto, siempre listo,
yo soy un hombre, ¡qué cristo!,
Que nada me ha acobardao,
y siempre salí parao
en los trances que me he visto.

163

Dende chiquito gané
la vida con mi trabajo,
y aunque siempre estuve abajo
y no sé lo que es subir
también el mucho sufrir
suele cansarnos, ¡barajo!

164

En medio de mi inorancia
conozco que nada valgo:
soy la liebre o soy el galgo
asigún los tiempos andan;
pero también los que mandan
debieran cuidarnos algo.

165

Una noche que riunidos
estaban en la carpeta
empinando una limeta
el jefe y el juez de paz,
yo no quise aguardar más,
y me hice humo en un sotreta.

166

Me parece el campo orégano
dende que libre me veo;
donde me lleva el deseo
allí mis pasos dirijo,
y hasta en las sombras de fijo
que donde quiera rumbeo.

167

Entro y salgo del peligro
sin que me espante el estrago,
no aflojo al primer amago
ni jamás fi gaucho lerdo:
soy pa rumbiar como el cerdo,
y pronto caí a mi pago.

168

Volvía al cabo de tres años
de tanto sufrir al ñudo
resertor, pobre y desnudo,
a procurar suerte nueva;
y lo mesmo que el peludo
enderecé pa mi cueva.

169

No hallé ni rastro del rancho:
¡sólo estaba la tapera!
¡Por cristo si aquello era
pa enlutar el corazón!
¡Yo juré en esa ocasión
ser mas malo que una fiera!

170

¡Quién no sentirá lo mesmo
cuando ansí padece tanto!
Puedo asigurar que el llanto
como una mujer largué:
¡ay, mi Dios: si me quedé
más triste que jueves santo!

171

Sólo se oíban los aullidos
de un gato que se salvó;
el pobre se guareció
cerca, en una vizcachera:
venía como si supiera
que estaba de güelta yo.

172

Al dirme dejé la hacienda
que era todito mi haber;
pronto debíamos volver,
sigún el juez prometía,
y hasta entonces cuidaría
de los bienes, la mujer.

173

Después me contó un vecino
que el campo se lo pidieron;
la hacienda se la vendieron
pa pagar arrendamientos,
y qué sé yo cuantos cuentos;
pero todo lo fundieron,

174

los pobrecitos muchachos,
entre tantas afliciones,
se conchabaron de piones;
¡mas qué iban a trabajar,
si eran como los pichones
sin acabar de emplumar!

175

Por ahi andarán sufriendo
de nuestra suerte el rigor:
me han contao que el mayor
nunca dejaba a su hermano;
puede ser que algún cristiano
los recoja por favor.

176

¡Y la pobre mi mujer,
Dios sabe cuánto sufrió!
Me dicen que se voló
con no sé qué gavilán:
sin duda a buscar el pan
que no podía darle yo.

177

No es raro que a uno le falte
lo que a algún otro le sobre
si no le quedó ni un cobre
sino de hijos un enjambre.
Qué más iba a hacer la pobre
para no morirse de hambre?

178

¡Tal vez no te vuelva a ver,
prienda de mi corazón!
Dios te dé su proteción
ya que no me la dio a mí,
y a mis hijos dende aquí
les echo mi bendición.

179

Como hijitos de la cuna
andarán por ahi sin madre;
ya se quedaron sin padre,
y ansí la suerte los deja
sin naides que los proteja
y sin perro que les ladre.

180

Los pobrecitos tal vez
no tengan ande abrigarse,
ni ramada ande ganarse,
ni rincón ande meterse,
ni camisa que ponerse,
ni poncho con que taparse.

181

Tal vez los verán sufrir
sin tenerles compasión;
puede que alguna ocasión,
aunque los vean tiritando,
los echen de algún jogón
pa que no estén estorbando.

182

Y al verse ansina espantaos
como se espanta a los perros,
irán los hijos de Fierro,
con la cola entre las piernas,
a buscar almas más tiernas
o esconderse en algún cerro.

183

Mas también en este juego
voy a pedir mi bolada;
a naides le debo nada,
ni pido cuartel ni doy:
y ninguno dende hoy
ha de llevarme en la armada.

184

Yo he sido manso primero,
y seré gaucho matrero;
en mi triste circunstancia,
aunque es mi mal tan projundo,
nací y me he criado en estancia.
Pero ya conozco el mundo.

185

Ya les conozco sus mañas,
le conozco sus cucañas;
sé cómo hacen la partida,
la enriedan y la manejan;
deshaceré la madeja
aunque me cueste la vida.

186

Y aguante el que no se anime
a meterse en tanto engorro
o si no aprétese el gorro
y para otra tierra emigre;
pero yo ando como el tigre
que le roban los cachorros.

187

Aunque muchos creen que el gaucho
tiene alma de reyuno,
no se encontrará a ninguno
que no le dueblen las penas;
mas no debe aflojar uno
mientras hay sangre en las venas.

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